28 septiembre 2022

Médiums y Videntes

Foto de Kien Virak

En días en los que las palabras parecen perder total o parcialmente su significado en pos de modas o corrientes en boga, aquellos temas que no encuentran cabida en las “ciencias oficiales” son los tratados con un mayor desprecio a la antigua filosofía, y prueba de ello nos encontramos casi a diario en todo tipo de medios de comunicación. Médiums, videntes, magos, hechiceros, brujas, son algunas de estas palabras que pareciera que en estos días cobijan significaciones tan amplias como el autor del momento estipule, pasando “la misma cosa” por ser algo bueno o algo malo, venerable o detestable, indistintamente.

Vamos a tratar ahora, a la luz de la Teosofía, saber qué es realmente un médium y un vidente, teniendo ambos como común denominador que son personas que “ven” en planos de consciencia diferentes al material. En la Doctrina Secreta, se especifica que existen siete planos de la conciencia y del ser “siendo el sexto y el séptimo (contando hacia abajo), el astral y el terrestre, o los dos planos inferiores” (pág. 122 del Vol. I).
“Para la generalidad de los hombres, los habitantes del “espacio invisible” permanecen desconocidos hasta que la muerte se los presenta. Hasta que este cambio en su constitución abre las puertas de su espíritu, poca o ninguna idea tiene de su existencia. Pero esta regla general tiene algunas excepciones. Existen hombres y mujeres especialmente constituidos, ante cuya vista se abren las puertas de las regiones desconocidas, y que conscientemente sienten la influencia de sus vecinos etéreos. Estos son los médiums, videntes y clarividentes de que oímos hablar”. (1)
Las diferencias entre unos y otros son tan grandes como la noche y el día, y se centran, principalmente, en que uno actúa involuntariamente, es pasivo, mientras que el otro tiene el pleno control de la situación. El punto de la voluntad es muy importante, ya que “Cada hombre tiene su propio destino que cumplir; la renuncia de la voluntad es por tanto equivalente a la renuncia del deber. De esto resulta claramente que la mediumnidad perjudica moralmente al hombre, en mayor o menor grado, según su constitución; y en cuanto a las entidades con las cuales se comunica, el daño que sufren a causa de la comunicación con los médiums, es mucho más grave. El elementario, según hemos visto, está en una situación semejante a la de un hombre que desea dormir y pasar a otro plano diferente de consciencia” (1).
 
El médium.
Es la persona que puede ponerse en contacto con los [mal] llamados “espíritus” de los muertos, en la luz astral.
“Lo que quiero decir es que, ya sea consciente o inconsciente, toda esta interacción con los muertos es necromancia y una práctica muy peligrosa. Por eras, antes de Moisés, todas las naciones inteligentes consideraban este despertar de los muertos como algo pecaminoso y cruel; ya que perturba el descanso de las almas e interfiere con su desarrollo evolutivo en estados superiores. La sabiduría colectiva de todos los siglos pasados ha sido siempre muy enfática en denunciar tales prácticas”. (2)
Lo primero que hay que resaltar es que el médium no contacta con el espíritu del fallecido, sino que normalmente lo hace con elementarios (kamarupas), es decir, el cuerpo astral del difunto. (Véanse, para más información, los artículos Reencarnación y La constitución septenaria del ser humano).
“Ahora bien: ¿qué es un médium? Este término, cuando no se usa para referirse simplemente a las cosas y a los objetos, se supone que sea una persona mediante la cual se manifiesta o se transmite la acción de otro individuo o ser. Los espiritistas, creyendo en las comunicaciones con los espíritus desencarnados, los cuales pueden manifestarse a través de sensitivos y transmitirles “mensajes”, consideran la mediumnidad como una bendición y un gran privilegio. En cambio, nosotros, los teósofos, que no creemos en la “comulgación de los espíritus,” como hacen los espiritistas, consideramos este don como una de las enfermedades nerviosas más peligrosa y anormal. El médium es, simplemente, una persona en cuyo Ego personal o mente terrestre (psuche), el porcentaje de luz “astral” es tan preponderante que imbuye su completa constitución física. Por lo tanto, esto armoniza, por así decirlo y subordina cada órgano y célula corporal a una enorme tensión anormal. Así, la mente se encuentra constantemente embebida en el plano de esa luz engañosa  (…)  El ojo neófito del pobre sensitivo no puede penetrar la bruma obscura, la densa neblina de las emanaciones terrestres, para ver más allá en el campo iridiscente de las verdades eternas. Su visión está desenfocada. Sus sentidos, como aquellos del londinense desamparado familiarizado con el hedor y la suciedad de los barrios pobres, están acostumbrados, desde el nacimiento, a las anormales distorsiones visuales y a las imágenes proyectadas en las olas caleidoscópicas del plano astral; por lo tanto, no pueden discernir lo verdadero de lo falso. Consecuentemente, los cadáveres pálidos que se mueven en los campos sin huellas del “Kama loka”, le parecen como las imágenes vivas de los “queridos fallecidos,” los ecos deformados de voces que en un tiempo eran humanas, las cuales pasan por su mente sugiriéndole frases bien hilvanadas que repite, ignorando que su forma final articulada se recibió en las reconditeces más interiores de su cerebrotaller. Así el médium, al ver y oír lo que, si observara su verdadera naturaleza, le infundiría un profundo horror en el corazón, ahora lo llena con un sentido de beatitud y confianza. Cree verdaderamente que los panoramas incomensurables que se desdoblan a su vista son el verdadero mundo espiritual, la residencia de los ángeles santos y benditos. (3)
“El hombre astral en el plano de kāma loka es simplemente un cascarón sin alma y sin mente, sin conciencia, así como también incapaz de actuar, a no ser que sea vivificado por fuerzas o poderes fuera de este. Tiene lo que aparenta ser una conciencia animal o automática debida enteramente a la muy reciente asociación con el Ego humano (véase La constitución septenaria del ser humano). Porque de acuerdo con los principios presentados en otro capítulo, cada uno de los átomos que forman parte del hombre posee una memoria capaz de durar por un período de tiempo proporcional al ímpetu que se le dio. En el caso de una persona muy materialista y crasa o egoísta, el ímpetu predomina por más largo tiempo que en cualquier otra, y por consiguiente, en ese caso, la conciencia automática parecerá más definida y desconcertante para quien, sin conocimiento de la materia, incursione en la necromancia. La parte puramente astral de ese cascarón contiene y lleva los anales de todo lo que ocurrió en presencia de la persona cuando vivía, porque una de las propiedades de la substancia astral es la de absorber las escenas e imágenes y las impresiones de todos los pensamientos, y retenerlos y proyectarlos por reflejo cuando las condiciones lo permiten. Este cascarón astral arrojado por todo ser humano a su fallecimiento.
(…) Lo que puede influir, y en realidad influye a los sensitivos y a los médiums desde esta esfera astral, son los cascarones anteriormente descritos [el hombre astral en el plano de kāma loka]. Sin alma y conciencia, estos cascarones astrales no son bajo ningún concepto los espíritus de nuestros difuntos. Ellos son ropajes y envolturas desechados por el hombre interno; son la parte crasa y terrestre descartada en el vuelo al devachan, y por eso siempre han sido considerados por los antiguos como demonios —nuestros demonios personales— por ser esencialmente astrales, terrestres y pasionales. En realidad, sería sorprendente si este cascarón, después de haber sido por tantos años el vehículo del hombre verdadero, o Ego sobre la Tierra, no retuviera una memoria y conciencia automáticas.
Existentes en la esfera de kāma loka (…) están los elementales o fuerzas de la naturaleza. Estas entidades son innumerables y sus subdivisiones son casi infinitas, siendo, en cierto sentido, como los nervios de la naturaleza. (…) Cuando un médium forma el canal (…) estos elementales establecen una conexión artificial con el cascarón astral de una persona fallecida, con la ayuda del fluido nervioso del médium y de otras personas que le rodeen; el cascarón se galvaniza y adquiere una vida artificial. A través del médium se establece entonces una conexión con las fuerzas físicas y psíquicas de todos los concurrentes. Viejas impresiones e imágenes latentes en el cuerpo astral transfieren las imágenes a la mente del médium, las viejas pasiones se encienden y se enardecen de nuevo. Numerosos mensajes y relatos son obtenidos por medio de este proceso, pero ni uno solo de esos mensajes es original; ni uno solo dimana del espíritu”.
(…) En ciertos casos, que serán citados, se encuentra funcionando detrás una inteligencia que es total e intensamente perversa, a la cual todo médium está expuesto, lo cual explica por qué tantos de esos médiums han sucumbido al mal, según ellos mismos han confesado. (…) son conocidos como magos negros. Habiendo centralizado su conciencia en el principio de kāma, conservado su intelecto y habiéndose divorciado del Espíritu, ellos son en realidad los únicos seres malditos que conocemos. (4)
“Cuando los cuerpos astrales, los restos y las escorias del ser mortal que ha desencarnado, aparecen, no son los individuos que pretenden ser; sino sólo sus simulacros.” (5)
 
El vidente.
Hoy en día asociamos esta palabra con aquellas personas que pretenden adivinar el futuro a través de diferentes medios, habiéndose normalizado que estos supuestos videntes aparezcan hasta en programas de televisión haciendo uso de cartas, u otros objetos. No es a esto a lo que se refiere la Teosofía, sino a algo muy diferente y de un carácter sublime, y así, en el Glosario Teosófico se le define como “El clarividente; el que puede ver cosas visibles e invisibles –para otros– a cualquier distancia y tiempo con su vista o percepción espiritual o interna”.
“La primera [clarividencia] es obtenible recurriendo a uno o dos medios: (a) paralizando voluntariamente la memoria y la acción instintiva e independiente de todos los órganos materiales y aún las células en el cuerpo. Este acto resulta ser simple una vez que la luz del Ego Superior ha consumido y subordinado por siempre la naturaleza pasional del Ego inferior personal, pero se requiere un adepto. Y (b) si el ser es la reencarnación de un Ego que, en un nacimiento previo casi alcanzó el estado de santo Yogi o de santidad a través de una vida extremadamente pura y de esfuerzos hacia la dirección correcta. También existe una tercera posibilidad de arribar al plano del Manas superior mediante visiones místicas; sin embargo, es sólo ocasional y no depende de la voluntad del Vidente, sino de la extrema debilidad y depauperación del cuerpo material a causa de la enfermedad y el sufrimiento. La Vidente de Prevorst ilustra este último caso, mientras Jacob Boëhme pertenece a nuestra segunda categoría. Todos los otros ejemplos de videncia anormal: las llamadas clarividencia, clariaudiencia y los trances, son simplemente mediumnidad. (3)
Por último, citamos la definición de “alucinaciones” que se ofrece en La Clave de la Teosofía de H.P.B., donde se hace hincapié en la diferencia en cuanto al control de la situación que tienen los videntes, en contraposición a los médiums (u otros) que son meros agentes pasivos: “Fenómeno producido unas veces por desórdenes fisiológicos, otras por la mediumnidad y otras por la embriaguez. Pero la causa que produce las visiones ha de buscarse más profundamente que en la fisiología. Todas estas visiones, sobre todo cuando son causadas por la mediumnidad, van precedidas de una relajación del sistema nervioso que origina invariablemente un estado magnético anómalo que atrae hacia el paciente oleadas de Luz astral. Esta última es la que depara las diversas alucinaciones, las cuales, sin embargo, no siempre son vanos e ilusorios sueños, como pretenden hacer de ellas los médicos. Nadie puede ver lo que no existe (esto es, lo que no está impreso) en las ondas astrales. El vidente, con todo, puede percibir objetos y escenas (sean pasadas, presentes o futuras), que no tienen la menor relación con él, y percibir además a un tiempo varias cosas enteramente desligadas unas de otras, produciendo así las combinaciones más grotescas y absurdas. El beodo y el Vidente, el médium y el Adepto ven sus respectivas visiones en la Luz astral; pero, así como el beodo, el loco y el médium no amaestrado, o bien el que padece una fiebre cerebral ven, porque no pueden evitarlo, y evocan las confusas visiones de un modo inconsciente y sin ser capaces de dominarlas, el Adepto y el Vidente ejercitado tienen la elección y el dominio de tales visiones. Saben ellos dónde fijar la mirada, cómo dar fijeza a las escenas que quieren observar y ver más allá de las capas superiores y exteriores de la Luz astral. En los primeros, dichos vislumbres en las ondas son alucinaciones; en los últimos, vienen a ser la fiel reproducción de lo que realmente ha sucedido, sucede o sucederá. Las vislumbres percibidas al azar por el médium, así como sus vagas visiones en aquella luz engañosa, se transforman, bajo la voluntad directora del Adepto y del Vidente, en pinturas fijas, representación fiel de lo que él quiere que se presente dentro del foco de su percepción”.
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(1)   El Hombre: Fragmentos de una Historia Olvidada, por Laura Carter Holloway y Mohini Mohun Chatterji.
(2)   La Clave de la Teosofía, por Helena P. Blavatsky.
(3)   “La Acción Psíquica y Noética”, artículo de H.P.B. que consta de dos partes, publicadas en la revista “Lucifer” en Octubre y Noviembre de 1890.
(4)   El Océano de la Teosofía, de William Q. Judge.
(5)   Artículo “Teorías acerca de la Reencarnación y los Espíritus”, de Helena P. Blavatsky, publicado en la revista “The Path” en noviembre de 1886.