18 julio 2022

Cristianismo y Teosofía

Con la difusión de la Teosofía en el siglo XIX (anteriormente ya se había divulgado en otros momentos de la historia, aunque de forma mucho más fragmentada y sin revelarse muchos aspectos que hasta el siglo pasado eran esotéricos), las diferentes iglesias cristianas hicieron todo lo que estaba en sus manos para desprestigiar, tergiversar e incluso prohibir o influenciar para la prohibición de la Teosofía (en España, por ejemplo, se persiguió al movimiento teósofo durante la dictadura franquista al equipararlo a la masonería [1]).

Se exponen a continuación extractos de un artículo que se le atribuye a Helena P. Blavatsky, que fue publicado en la revista de la que ella era editora, "Lucifer", en diciembre de 1887, bajo el nombre de “Lucifer al Arzobispo de Canterbury, ¡Saludos!”. Esta hábil composición empieza aclarando que la Teosofía no es una religión, sino una filosofía de la que han bebido, en diferente grado, todas las religiones existentes en la actualidad; se detallan los “principales puntos de diferencia y discrepancia existentes entre la Teosofía y las Iglesias cristianas”, así como se muestra “la unidad que existe entre la Teosofía y las enseñanzas de Jesús”, muy al contrario con las doctrinas de las iglesias y las prácticas de los cristianos, en tanto están en directa oposición con las enseñanzas del que dicen es su Maestro.

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“SR. PRIMADO DE INGLATERRA:

Por medio de esta carta abierta, dirigida a vuestra Gracia, nos proponemos daros a vos, al clero, a sus ovejas y a los cristianos en general –que nos consideran como enemigos de Cristo– una breve idea de la posición que la Teosofía ocupa, con respecto al cristianismo; pues creemos llegado el tiempo para hacerlo.

Sin duda sabe vuestra Gracia que la Teosofía no es una religión sino solo una filosofía, a la par religiosa y científica; y que lo más importante de la Sociedad Teosófica se propone, es hacer revivir en cada una de las religiones el espíritu que las anima, fomentando y auxiliando la investigación del verdadero significado de sus doctrinas y preceptos. Saben los teósofos que cuanto más profundamente se penetra en el significado de los dogmas y ceremonias de todas las religiones, mayor crece su aparente y fundamental semejanza, hasta que al fin se obtiene la percepción de su fundamental unidad. Esta base común no es otra que la Teosofía –La Doctrina Secreta de todos los tiempos, la cual, diluida y disfrazada para amoldarse a la capacidad de la multitud y a las exigencias de las diversas épocas, ha constituido el núcleo viviente de todas las religiones–. Las ramificaciones de la Sociedad Teosófica están constituidas respectivamente por budistas, indios, mahometanos, parsis, cristianos y libre pensadores, los cuales, unidos como hermanos trabajan en el terreno común de la Teosofía. Creemos que ninguna doctrina religiosa puede ser mas que una tentativa encaminada a representar a nuestra limitada comprensión actual, con los términos de nuestras experiencias terrestres, grandes verdades cósmicas y espirituales, las cuales, en nuestro estado normal de conciencia mas bien sentimos de un modo vago, que las percibimos y comprendemos realmente; y una revelación, si ha de revelar algo debe necesariamente a las exigencias mundanas de la inteligencia humana. Según nosotros, por tanto, ninguna religión puede ser verdadera en absoluto, ni puede ser en absoluto falsa. Una religión es verdadera proporcionalmente a la manera con que satisface las necesidades espirituales, morales e intelectuales de su época, y coadyuva al desarrollo de la humanidad en tales sentidos. Es falsa en proporción a lo que detiene aquel desarrollo, y ofende a la naturaleza espiritual, moral e intelectual del hombre. Las ideas trascendentalmente espirituales de los poderes que rigen al universo, sostenidas por un sabio oriental, serian una religión tan falsa para el salvaje africano, como el miserable fetichismo lo seria para el sabio, si bien ambas opiniones deben ser ciertas en sus grados respectivos, puesto que las dos representan las ideas mas elevadas sobre los mismos hechos cósmico-espirituales que respectivamente ambos individuos pueden concebir; hecho que, por otra parte, jamás podrán ser conocidos en su completa realidad por el hombre, mientras no sea mas que un hombre.

Los teósofos representan, por tanto, todas las religiones, y la moral religiosa de Jesús les inspira una profunda admiración. No podía ser de otra manera, desde el momento en que esas enseñanzas que hasta nosotros han llegado, son las de Teosofía. Hasta el punto, pues, en que el moderno cristianismo mantiene bien sus pretensiones en cuanto a ser la religión práctica enseñada por Jesús, los teósofos están con él en cuerpo y alma. En el punto en que es contrario a aquella moral pura y sencilla, los teósofos son sus adversarios. Cualquier cristiano puede, si quiere, comparar el Sermón de la Montaña con los dogmas de su Iglesia; y el espíritu que él mismo respira, con los principios que animan a la actual civilización cristiana y que gobiernan su propia vida, y entonces podrá juzgar por sí mismo hasta qué punto la religión de Jesús entra en su cristianismo, y hasta qué punto, por tanto, él y los teósofos coinciden. Pero los cristianos que de tales se aprecian, y especialmente el clero, repugnan hacer esta comparación. A modo de comerciantes que temen encontrarse en bancarrota, tienen el temor de descubrir en sus cuentas una discrepancia que no pueden corregir con el asiento de partidas efectivas para satisfacer responsabilidades espirituales. La comparación entre las enseñanzas de Jesús y las doctrinas de las iglesias, como quiera que sea, ha sido hecha con frecuencia y el resultado total de estas comparaciones, como debe Vuestra Gracia saber perfectamente, viene a probar que, casi en todos sus puntos, las doctrinas de las iglesias y las practicas de los cristianos, están en directa oposición con las enseñanzas de Jesús.

Acostumbramos decir al budhista, al mahometano, al indio o al parsi: «El camino hacia la Teosofía existe para vosotros por medio de vuestra propia religión». Y decimos esto, porque las creencias de aquellos poseen una profunda significación filosófica y esotérica, que explica las alegorías bajo las cuales son presentadas al pueblo; pero no podemos decir lo mismo a los cristianos. Los sucesores de los Apóstoles no han tomado acta jamás de la doctrina secreta de Jesús – los «misterios del reino de los cielos»– los cuales solo era dado a ellos (sus Apóstoles) conocer (Marcos IV, II. Mateo XIII, II, Lucas VIII, X). Aquellos misterios han sido descartados, desvanecidos, deshechos. Lo que la corriente del tiempo ha arrastrado hasta nosotros han sido las máximas, parábolas, alegorías y fábulas que Jesús destinaba a los espiritualmente sordos y ciegos; y para ser últimamente reveladas al mundo, las cuales el moderno cristianismo, o bien toma literalmente, o las interpreta de conformidad con las fantasías de los Padres de la Iglesia secular.

(…) puesto que la exégesis bíblica y la mitología comparada, han demostrado de modo concluyente, por lo menos a aquellos que no tienen interés alguno preconcebido, espiritual o temporal, en el mantenimiento de la ortodoxia, que la religión cristiana, tal como en la actualidad existe, se compone de cortezas del judaísmo, de recortes del paganismo y de los mal digeridos residuos del gnosticismo y del neoplatonismo. Este curioso conglomerado que por sí mismo ha ido formándose gradualmente en torno de las sentencias de Jesús, consignadas en los Evangelios, ha comenzado ahora, después del transcurso de siglos, a desintegrarse y a desmoronarse en torno de las puras piedras preciosas de la Teosofía verdadera, a las que por tanto tiempo había agobiado y ocultado, aunque sin poder desfigurarlas ni destruirlas.

Vuestra Gracia comprenderá ahora por qué la Sociedad Teosófica ha adoptado como uno de sus tres «objetos» el estudio de aquellas religiones y filosofías orientales, que tanta luz arroja sobre la significación interna del cristianismo, y esperamos percibirá vuestra Gracia también que no nos conducimos como enemigos, sino como amigos de la religión enseñada por Jesús, el verdadero cristianismo, en una palabra. Pues únicamente por medio del estudio de aquellas religiones y filosofías, pueden los cristianos llegar a la comprensión de sus propias creencias, a ver la significación oculta de las parábolas y alegorías que el Nazareno recitaba a los espiritualmente lisiados de Judea, las cuales, tomadas ya al pie de la letra, ya de modo fantástico por las iglesias, han caído por culpa de éstas en el ridículo y en el desprecio, y han puesto al cristianismo en serio peligro de completa ruina, minado, como se encuentra, por la crítica historia y por las investigaciones mitológicas, además de estar quebrantado por el poderoso martillo de la moderna ciencia.

¿Deberán, pues, los cristianos considerar a los teósofos como enemigos suyos, porque creen que el cristianismo ortodoxo es un todo opuesto a la religión de Jesús, y porque tienen el valor de decir a las iglesias que son traidoras al MAESTRO a quien se vanaglorian en reverenciar y servir? Muy lejos de esto, a la verdad. Los teósofos saben que el mismo espíritu que animó las palabras de Jesús, yace latente en los corazones cristianos, como existe naturalmente en los corazones de todos los hombres. El principio fundamental de sus doctrinas es la Fraternidad del Hombre, cuya realización final es solamente posible por medio de aquellos que mucho tiempo antes de Jesús se conocía como el «Cristo –espíritu». Este espíritu existe en potencia en el corazón de todos los hombres, y se desarrollará obrando de un modo activo, cuando caigan las barreras de odio y de hostilidad levantadas por príncipes y sacerdotes, y queden libres de los seres humanos para comprenderse, apreciarse y simpatizar mutuamente.

Si Vuestra Gracia, desde su elevado solio, lanza una mirada a su alrededor, contemplará una civilización cristiana, en la cual una lucha frenética y despiadada de hombre contra hombre es no solo el rasgo distintivo, sino que además domina como principio reconocido. Es hoy día un axioma científico y económico por todos aceptado, que todo progreso se obtiene por medio de la lucha por la existencia y merced a la supervivencia del más adecuado; y los más adecuados para sobrevivir en esta civilización cristiana, no son por cierto los que poseen las cualidades que la moralidad de todas las épocas ha reconocido como las más excelentes –no el generoso, el piadoso, el de noble corazón, el que perdona, el humilde, el veraz, el honrado y el bondadoso– sino los fuertes en egoísmo, en astucia, en hipocresía, en fuerza brutal, en falsas pretensiones, en crueldad, avaricia: los que no conocen el remordimiento. El espiritual y el altruista son «los débiles», a quienes las «leyes» que gobiernan al mundo dan por alimento al egoísta y al materialista «al fuerte». Que la «fuerza es derecho», es la única conclusión legítima, la última palabra de la ética del siglo XIX; porque el mundo se ha convertido en un enorme campo de batalla, al cual, los más adecuados, descienden a manera de buitres para vaciar los ojos y despedazar los corazones de aquellos que en el combate han sucumbido.

¿Pone fin la religión a la batalla? ¿Ahuyentan las iglesias a los buitres, o consuelan al herido y al moribundo? En general, la religión hoy día no pesa en el mundo lo que una pluma, cuando ventajas mundanas y placeres egoístas se colocan en el otro platillo de la balanza; y las iglesias son impotentes para hacer revivir el sentimiento religioso entre los hombres, porque sus ideas, sus conocimientos, su sistema y sus argumentos son los de las Edades Negras.

Mientras los hombres discutieron acerca de si éste o aquel dios era el verdadero, o sobre si el alma iba a éste o al otro lugar después de la muerte, el clero comprendía la cuestión y poseía argumentos a mano para influir en la opinión –el silogismo o el tormento, según el caso–; pero ahora, después de todo, lo que se pone en tela de juicio o se niega, es la existencia de Dios o de cualquier especie de espíritu inmortal. La ciencia inventa nuevas teorías acerca del Universo, en las cuales se omite con desprecio la existencia de dios alguno: sientan los moralistas sus teorías éticas o relativas a la vida social, y en ellas no se presupone la existencia de ninguna vida futura; en física, en psicología, en derecho, en medicina, lo único que a cualquier profesor le da títulos para ser escuchado, es que no figure entre sus enseñanzas ninguna referencia, sea la que fuese con relación a la Providencia o a alma. El mundo es conducido rápidamente a la convicción de que dios es una concepción mítica que carece de fundamento en el terreno de los hechos, que carece de lugar alguno en la Naturaleza; y que la parte inmortal del hombre es un sueño frívolo de ignorantes salvajes, perpetuado por los embustes y fraudes de los sacerdotes, los cuales obtienen una gran cosecha cultivando los terrores de los hombres, con la idea de que su mitológico Dios atormentará a sus imaginarias almas por toda una eternidad en un fabuloso infierno. En presencia de todas estas cosas, el clero permanece hoy mudo e impotente. La única contestación que conocía la Iglesia para responder a «objeciones» como éstas, era el potro y la hoguera; mas ya no puede en la actualidad hacer uso de tal sistema de lógica.

Pretende la Iglesia, que el cristianismo es la única religión verdadera, y esta pretensión lleva consigo dos proposiciones distintas; a saber: que el cristianismo es la religión verdadera y que excepto ella, no existe ninguna religión verdadera. Los cristianos no caen jamás en la cuenta de que Dios y el Espíritu pueden existir en cualquier forma distinta de aquella bajo la cual son presentados en las doctrinas de su iglesia. El salvaje llama ateo al misionero, porque no lleva un ídolo en su equipaje; y el misionero llama a su vez ateo a todo el que no lleva un fetiche en su mente; ni el salvaje ni el misionero cristiano sospechan que pueda existir una idea mucho más elevada que la que ellos tienen, del gran poder oculto que gobierna el Universo, al cual el nombre de «Dios» es mucho más aplicable. Es muy dudoso, si las iglesias se toman mucho mas trabajo en probar que el cristianismo «es verdadero», o demostrar que cualquier otra especie de religión es necesariamente «falsa»; y las malas consecuencias de estas enseñanzas son terribles. Cuando las gentes desechan los dogmas, piensan haber descartado también el sentimiento religioso, y deducen que la religión es una cosa superflua en la vida; y al lanzar de si la carga, creen que dan al viento fantasías terrenales que consumen la energía que con mas provecho debiera emplearse en la lucha por la existencia. El materialismo de esta época es, por tanto, consecuencia directa de la doctrina cristiana, de que no existe mas poder director en el Universo, ni otro espíritu en el hombre, que aquellos dados a conocer por los dogmas del cristianismo. El ateo, pues, mi Señor Primado, es el hijo bastardo de la iglesia.

Mas no es todo, las iglesias no han enseñado jamás a los hombres ninguna otra razón mas elevada para que sean justos, bondadosos y veraces, que la esperanza del premio y el temor del castigo; y desde el momento en que dejan libre el paso a la creencia en el capricho y en la injusticia divina, están minados los cimientos de su moralidad. Ni siquiera les queda la moralidad natural en que apoyarse con plena conciencia, porque el cristianismo les ha enseñado a considerarla como indigna, en razón de la depravación natural del hombre. Por lo tanto, el interés propio viene a ser el único motivo de su conducta; y el temor de que se descubra su culpabilidad, la razón única para huir del vicio. Así es que, con respecto a la moral, lo mismo que en lo referente a Dios y al alma, el cristianismo empuja a los hombres fuera del sendero del conocimiento; y les precipita en los abismos de la incredulidad, del pesimismo y del vicio. El último lugar a que acuden hoy DÍA los hombres en demanda de auxilio para librarse de los males y miserias de la vida, es la iglesia; pues saben que ni la erección de templos ni la recitación de letanías, influyen en lo más mínimo sobre los poderes de la Naturaleza, ni sobre los consejos de las naciones. Sienten instintivamente que desde el momento en que las iglesias han aceptado el principio de la propia conveniencia han perdido su poder de mover los corazones, y solo les es dado en la actualidad obrar en el plano externo, como sostenedoras de los agentes de policía y de los hombres políticos.

La función de la religión es consolar a la humanidad y darle alientos para la larga lucha que durante la vida tiene que sostener con el pecado y la miseria. Esto puede hacerlo únicamente presentándole nobles ideales de una existencia más feliz después de la muerte, y de una vida más digna en la tierra, conquistadas ambas por medio de esfuerzos conscientes. Lo que en la actualidad necesita el mundo, es que se le hable de la Divinidad y del principio inmortal del hombre, de una manera que por lo menos esté al nivel de las ideas y de los conocimientos de los tiempos. El cristianismo dogmático no es apropósito para un mundo que razona y piensa. Únicamente aquellos que sean capaces de sumirse en un estado mental semejante al de la Edad Media, podrán reverenciar a una iglesia, cuya misión religiosa (en distinción de la social y la política) es mantener a Dios de buen humor, mientras los laicos hacen lo que creen que Él no aprueba, rogar por cambios de tiempo, y a veces dar gracia al Todopoderoso por los auxilios prestados para la matanza de enemigos. No son «hombres de medicina», sino guías espirituales lo que el mundo ansía en la actualidad; un «clero» que le proporcione ideales apropiados a la inteligencia de este siglo, como lo eran el Cielo y el Infierno cristianos, y su dios y su demonio para los siglos de negra ignorancia y de superstición. ¿Cumple o puede cumplir este requisito el clero cristiano? La miseria, el crimen, el vicio, el egoísmo, la brutalidad, la falta de respeto y de dominio de sí mismo, cualidad característica de nuestra civilización, unen sus voces en un tremendo grito, y contestan: ¡NO!

¿Cuál es el significado de la reacción en contra del materialismo de cuyas señales está llena la atmósfera de nuestro siglo? Significa que el mundo ha llegado a estar mortalmente enfermo del dogmatismo, de la arrogancia, de la suficiencia propia y de la ceguera espiritual de la ciencia moderna, de aquella misma ciencia a quien los hombres todavía ayer saludaban como libertadora de la hipocresía religiosa y de la superstición cristiana, y la cual, a manera del diablo de las leyendas monacales, exige como precio de sus servicios, el sacrificio del alma inmortal del hombre. Y mientras tanto, ¿qué hacen las iglesias? Las iglesias reposan sumidas en el dulce sueño de los emolumentos y de las influencias social y política, en tanto que el mundo, el demonio y la carne, se apropian sus palabras de consigna, sus milagros, sus argumentos y su fe ciega.

Si dieseis vosotros al mundo alguna prueba, al nivel de la inteligencia moderna, de que la Divinidad –el inmortal Espíritu en el hombre– tiene una existencia real como un hecho de la Naturaleza, ¿no os saludarían los hombres como sus salvadores del pesimismo y de la desesperación, del enloquecedor y embrutecedor pensamiento de lo que no existe más destino para la humanidad que la nada eterna, después de unos pocos años de angustias, trabajos y miserias ¿No os considerarían como sus libertadores del afán aterrador de goces materiales y de progreso mundano, que es la consecuencia directa de mirar esta vida mortal como fin y totalidad de la existencia?

Si las iglesias se multiplicasen cien veces más, y cada clérigo se convirtiese en un centro de filantropía, se lograría tan sólo la dispensa de cuidados que al pobre deben sus semejantes; pero no la instrucción espiritual, pues no es dado obtenerla de aquellos. Esto sólo conduciría a poner más de relieve la esterilidad espiritual de las doctrinas de la Iglesia.

Aproxímanse los tiempos en que se pedirá al clero cuenta de sus servicios. ¿Estáis preparado, mi Señor Primado, para explicar a VUESTRO MAESTRO, el por qué habéis dado a sus hijos piedras, cuando a gritos os pedían pan? Os sonreís en vuestra imaginaria seguridad. Durante muchísimo tiempo los servidores han vivido en orgía perenne en los aposentos internos de la casa del Señor, y están en la creencia de que Él no volverá jamás. Pero Él os ha dicho que volvería a modo de ladrón durante la noche, y ¡hele aquí! Está ya viniendo en los corazones de los hombres. Él viene ya a tomar posesión del reino de Su Padre, en donde solamente su reino existe. ¡Pero vosotros no le conocéis! Si las iglesias mismas no se encontrasen arrastradas por el torrente de negación y de materialismo que ha barrido a la sociedad, reconocerían el germen del Cristo-Espíritu, que viva y rápidamente se desenvuelve en los corazones de millares, a quienes en la actualidad anatematizan como a infieles y locos. Reconocerían allí el mismo espíritu de amor, de sacrificio, de inmensa piedad por la ignorancia, por la locura y por los sufrimientos del mundo, que en el corazón de Jesús aparecerían en su pureza, como habían aparecido en los corazones de otros Santos Reformadores en otras épocas, y el cual es la luz de toda religión verdadera, y la lámpara por medio de la cual los teósofos de todos los tiempos ha tratado de guiar su pasos a lo largo del estrecho sendero que a la salvación conduce, sendero que es recorrido por toda la encarnación de CHRISTOS o el ESPÍRITU DE VERDAD.

Y ahora, mi Señor Primado, hemos puesto respetuosamente ante Vos los principales puntos de diferencia y discrepancia existentes entre la Teosofía y las Iglesias Cristianas, y os hemos declarado la unidad que existe entre la Teosofía y las enseñanzas de Jesús. Habéis oído nuestra profesión de fe y reconocido los abusos y quejas que exponemos a la puerta del cristianismo dogmático. Nosotros, un puñado de humildes individuos, sin riquezas ni influencia mundana, pero fuertes con nuestros conocimientos, nos hemos unido con la esperanza de llevar a cabo la obra que decís os ha encargado vuestro MAESTRO, pero que está tristemente descuidada por ese rico y dominante coloso, la Iglesia cristiana.

Esto sería el justo reconocimiento de que la relativamente pequeña colectividad, conocida con el nombre de Sociedad Teosófica, no es ningún precursor del Anticristo, ningún engendro del diablo, sino el auxiliar practico, quizás el salvador del cristianismo; y de que trata solo de llevar a cabo la obra que Jesús, como Buda, y los otros «hijos de Dios» que le han precedido, ha mandado a todos su secuaces, la cual las Iglesias, por haberse convertido en dogmáticas, se encuentran imposibilitadas por completo de llevar a efecto.

Y ahora, si Vuestra Gracia puede demostrar que nosotros somos injustos con respecto a la Iglesia, de la cual sois Cabeza, o a la Teología popular, prometemos reconocer nuestro error públicamente. Pero, QUIEN CALLA OTORGA”.

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El Arzobispo permaneció silencioso. Las cartas recibidas por "Lucifer" evidenciaron la amplia aprobación de esta audaz editorial. La revista circuló con 15.000 reimpresiones, como un desafío a la Iglesia para que se reformara a sí misma. (2)

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(1) En 1939 fue fusilado Manuel Treviño Villa, colaborador y director de la revista teosófica “Sophia”, “… traductor y egiptólogo y cofundador de la rama madrileña en 1893, de la que fue secretario, será fusilado, acusado de masón, a los 74 años, junto a su hija, por las tropas franquistas, el 17 de diciembre de 1939”.

https://es.wikipedia.org/wiki/Sophia_(revista)

Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España (bne.es)

Años antes, el Obispo español Martínez Noval condenaba a la teosofía de esta forma: “Ahondando más, acaso dedujéramos que la teosofía, el masonismo y sistemas análogos de desmoralización cristiana son instrumentos hábilmente manejados por los dueños del mundo, enemigos irreconciliables de Cristo y de su Iglesia”. “Carta Pastoral de Adviento (1928)”, p. 315.: BERNARDO, Fr.

(2) H.P.B. The Extraordinary Life & Influence of Helena Blavatsky Founder of the Modern Theosophical Movement, por Sylvia Cranston.