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Óleo en lienzo de Heinrich Friedrich Füger: Prometeo lleva el fuego a la humanidad (Prometheus bringt der Menschheit das Feuer, ca. 1817). Wikipedia. |
La alegoría del fuego de Prometeo es otra versión de la
rebelión del orgulloso Lucifer, que fue precipitado al “abismo insondable” o
simplemente a nuestra Tierra, para vivir como hombre. El Lucifer hindú, el
Mahasura, se dice también que tuvo envidia de la Luz resplandeciente del
Creador, y que a la cabeza de los Asuras inferiores (no Dioses, sino Espíritus)
se rebeló contra Brahmâ; por cuya razón Shiva lo precipitó en Pâtâla. Pero como
la filosofía marcha de la mano con la ficción alegórica en los mitos hindúes,
el diablo se arrepiente y se proporciona la oportunidad de progresar: es un
hombre pecador esotéricamente, y puede por medio del Yoga, devoción y adeptado,
alcanzar nuevamente su estado de uno con la deidad. Hércules, el Dios Solar,
desciende al Hades (la Gruta de Iniciación) para librar a las víctimas de sus
torturas, etc. Sólo la Iglesia cristiana crea tormentos eternos para el Demonio
y los condenados que ella ha inventado.
…
De ahí la alegoría de Prometeo, que roba el fuego divino
para que los hombres prosigan conscientemente en el sendero de la Evolución
Espiritual, transformando así al más perfecto de los animales de la Tierra en
un Dios potencial, y dejando a su voluntad el “conquistar el reino de los
cielos por la violencia”. De ahí también la maldición pronunciada por Zeus
contra Prometeo, y por Jehovah–Ildabaoth contra su “hijo rebelde”, Satán. Las
nieves frías y puras del monte Cáucaso, y el fuego y las llamas perdurables y
ardientes de un infierno inextinguible, son dos polos opuestos, y sin embargo,
la misma idea, el aspecto doble de una tortura refinada; un “Productor de
fuego” – emblema personificado de Φωσφόρος de la Luz y del fuego astrales en el
anima mundi (ese elemento del cual el filósofo materialista alemán Moleschott,
decía “ohne phosphor kein gedanke”, o “sin fósforo no hay pensamiento”)
–ardiendo en las fieras llamas de sus pasiones terrenales; la conflagración
producida por su Pensamiento, distinguiendo, como lo hace ahora, el bien del
mal, y sin embargo, esclavo de las pasiones de su Adán terrestre; sintiendo el
buitre de la duda y de la conciencia completa, devorándole el corazón– un
Prometeo verdaderamente, por ser una entidad consciente, y por tanto, responsable.
…
Pero el hecho de que, astronómicamente, los Titanes–Kabirim,
fuesen también los generadores y reguladores de las estaciones, y cósmicamente
las grandes Energías Volcánicas –los dioses que presiden sobre todos los
metales y obras terrestres–, no impide que, en su carácter divino, original,
sean las Entidades benéficas, que, simbolizadas en Prometeo, trajeron la luz al mundo y dotaron a la Humanidad de
inteligencia y razón. Son ellos de modo preeminente en todas las
teogonías, en especial la hindú, los Fuegos Divinos Sagrados, Tres, Siete o
Cuarenta y nueve, con arreglo a lo que la alegoría exige. Sus mismos nombres lo
prueban; pues ellos son los Agniputra, o Hijos del Fuego, en la India, y los
Genios del Fuego, bajo nombres numerosos, en Grecia y en otras partes.
…
“Los Hijos de MAHAT son los vivificadores de la Planta
humana. Son ellos las Aguas que caen en el árido suelo de la vida latente, y la
Chispa que vivifica el Animal humano. Son ellos los Señores de la Vida
Espiritual Eterna… En el principio [en la Segunda Raza], algunos [de los
Señores] sólo exhalaron parte de su esencia en los Manushya [hombres], y
algunos tomaron al hombre por morada”. Esto muestra que no todos los
hombres fueron encarnaciones de los “divinos Rebeldes”, sino sólo unos pocos de
entre ellos. El resto sólo tuvo su quinto Principio [Manas, Mente] simplemente
avivado por la chispa arrojada en él, lo cual explica la gran diferencia entre
las capacidades intelectuales de los hombres y razas. “Si los hijos de Mahat”
no hubiesen, alegóricamente hablando, saltado a través de los mundos
intermedios, en su impulso hacia la libertad intelectual, el hombre animal
no hubiese podido jamás elevarse más allá de esta tierra, y llegar por medio
del propio esfuerzo a la meta final. La peregrinación cíclica hubiese
tenido que ejecutarse a través de todos los planos de la existencia en estado
semiinconsciente, sino completamente, tal como sucede con los animales. A esta rebelión de la vida intelectual contra la mórbida
inactividad del espíritu puro, es debido que seamos lo que somos: hombres
conscientes de sí mismos y pensantes, con las posibilidades y atributos de los
Dioses en nosotros, tanto para el bien como para el mal. Por tanto, los
REBELDES son nuestros Salvadores. Que el filósofo medite bien sobre esto, y más
de un misterio se le aclarará. Sólo por la fuerza atractiva de los
contrastes pueden los dos polos, el Espíritu y la Materia, ser cementados
juntos en la Tierra, y fundidos en el fuego de la experiencia consciente de sí
y del sufrimiento, encontrarse unidos en la Eternidad. Esto revelará el
significado de muchas alegorías hasta ahora incomprensibles, llamadas
neciamente “fábulas”.
… Explica todos los versos de la narración hermética, como
también la alegoría griega de Prometeo. Pero lo que es importante sobre todo,
explica los muchos relatos alegóricos acerca de las “Guerras en el Cielo”,
incluso la del Apocalipsis respecto del dogma cristiano de los ángeles caídos.
Explica la “rebelión” de los Ángeles más antiguos y elevados, y lo que
significa el ser lanzados del Cielo a las profundidades del Infierno, o sea la
MATERIA.
…
La evolución intelectual, marchando en su progreso mano a
mano con la física, ha sido, ciertamente, una maldición más bien que una
bendición; un don apresurado por los “Señores de Sabiduría”, que derramaron
sobre el manas humano el fresco rocío de su propio espíritu y esencia. El
divino Titán ha sufrido, pues, en vano; y casi se siente uno inclinado a
lamentar su beneficio a la humanidad, y a suspirar por aquellos días tan
gráficamente descritos por Esquilo en su “Prometeo Encadenado”, cuando al final
de la primera edad Titánica (la edad que siguió a la del hombre etéreo, del
piadoso Kandu y Pramlochâ) el hombre físico naciente, todavía sin intelecto y
(fisiológicamente) sin sentidos, se describe como:
“Viendo, veían en vano;
Oyendo, no oían: sino que
semejantes a las sombras en sueños,
Durante largo tiempo, todo lo
confundían al acaso”.
“Para que no se hundieran,
arrebatados al tenebroso Hades,
Por esto, terribles torturas me
oprimen,
Cruel sacrificio, que a lástima
mueve,
Yo que a los mortales compadecí…”.
El coro observa muy
pertinentemente:
“¡Gran beneficio fue el que a los
mortales otorgaste!”.
Prometeo contesta: “Sí, y además
les di el fuego.
CORO: ¿Conque el fuego llameante
esos seres efímeros poseen?
PROM.: Sí, y por él muchas artes
con perfección aprenderán…”.
Habiendo Prometeo dotado al hombre, según el Protágoras
de Platón, con aquella “sabiduría que suministra el bienestar físico”, y no
habiendo cambiado el aspecto inferior del manas del animal (Kama), en lugar de
“una mente inmaculada, primer don del cielo”, creóse el eterno buitre del deseo
jamás satisfecho, del pesar y de la desesperación, acoplado a la “debilidad
soñolienta que encadena a la raza ciega de los mortales” [pág. 556], hasta el
día en que Prometeo sea puesto en libertad por su libertador, destinado por el
cielo, Heracles.
…
¡Todos los que podáis leer entre líneas, estudiad la Antigua
Sabiduría en los viejos dramas, indos y griegos; leed con atención el “Prometeo
Encadenado”, representando en los teatros de Atenas hace 2.400 años! El mito no
pertenece a Hesíodo ni a Esquilo; sino que, como Bunsen dice, “es más antiguo
que los mismos helenos”, pues verdaderamente pertenece a la aurora de la
conciencia humana. El Titán crucificado es el símbolo personificado del
Logos colectivo, la “Hueste”, y de los “Señores de la Sabiduría” o el HOMBRE
CELESTE, que encarnó en la Humanidad. Además, según demuestra su nombre
(Pro–me–theus, “el que va ante él” o el futuro) [De πρὸ μῆτις, “previsión”], en
lo que él ideó y enseñó a la humanidad, la penetración psicológica no era lo de
menos. Pues según sus quejas a las hijas del Océano:
“De modos diversos determiné las
profecías
Y entre los sueños distinguí
primeramente
La visión verdadera… y a los
mortales guié
A un arte misterioso…
Todas las artes, de Prometeo los
mortales recibieron”.
…
El asunto de la trilogía de Esquilo, de la cual se han
perdido dos piezas, es conocido de todo lector culto. El semidiós roba a los
dioses (los Elohim) su secreto, el misterio del fuego creador. Por este
atentado sacrílego, KRONOS *( Kronos es el “tiempo”, y por esto la alegoría es
muy sugestiva) lo derriba y le entrega a Zeus, el PADRE y creador de una
humanidad que él hubiera deseado ciega intelectualmente y semejante al animal;
una deidad personal que no quería ver al HOMBRE “como uno de nosotros”. Por tanto,
Prometeo, el “Dador del Fuego y de la Luz”, es encadenado al Monte Cáucaso y
condenado a la tortura. Pero el Destino triforme (Karma) cuyos decretos, como
dice el Titán, hasta Zeus –
“Ni aun él al destino escapar
puede…
“Uno de tu propia estirpe [de Io]
será”. [791]
Este “Hijo” librará a Prometeo (la humanidad que sufre) de su propio don fatal. Su nombre es “Aquel que tiene que venir”.
Bajo la autoridad, pues, de estas pocas líneas, las
cuales, como toda otra sentencia alegórica, puede ser amoldada a cualquier
sentido (bajo la autoridad de las palabras pronunciadas por Prometeo y
dirigidas a Io, la hija de Inaco, perseguida por Zeus), toda una profecía ha
sido construida por algunos escritores católicos.
… Io es la Luna y, al mismo tiempo, la Eva de una nueva
raza, y lo mismo es Deméter, en el caso presente. El mito de Prometeo es
verdaderamente una profecía; pero no se refiere a ninguno de los Salvadores
cíclicos que han aparecido periódicamente en varios países y en diversas
naciones, en sus estados transitorios de evolución. Se refiere al último de los
misterios de las transformaciones cíclicas, en cuya serie la humanidad,
habiendo pasado del estado etéreo al físico sólido, desde la procreación espiritual
a la fisiológica, marcha ahora adelante en el arco opuesto del ciclo, hacia esa
segunda fase de su estado primitivo en que la mujer no conocía hombre, y la
progenie humana era creada, no engendrada.
…
En su revelación final, el antiguo mito de Prometeo (cuyos
prototipos y antitipos se encuentran en todas las antiguas teogonías) radica en
cada una de éstas, en el origen mismo del mal físico, porque está en el umbral
de la vida física humana. CRONOS es el “Tiempo”, cuya primera ley es que el
orden de las fases sucesivas y armónicas en el proceso de la evolución durante
el desarrollo cíclico, se conserve estrictamente, bajo la pena severa del
desenvolvimiento anormal, con todos sus consiguientes resultados. No estaba en
el programa del desarrollo natural, que el hombre, por más que sea un animal
superior, se convirtiera desde luego, intelectual, espiritual y psíquicamente,
en el semidiós, que es en la Tierra, mientras que su constitución física
permanece más débil, más impotente y efímera que la de casi todos los mamíferos
de gran tamaño. El contraste es demasiado grotesco y violento; el tabernáculo
demasiado indigno del dios que en él mora. Así el don de Prometeo se convirtió
en una maldición, aun cuando sabida de antemano y prevista por la Hueste
personificada en ese personaje, como su nombre bien lo indica. En esto se
hallan fundados su pecado y su redención a la vez. Pues la Hueste que
encarnó en una parte de la humanidad, aunque inducida a ello por Karma o
Némesis, prefirió el libre albedrío a la esclavitud pasiva; el dolor, y hasta
la tortura intelectual consciente, “durante el transcurso de miríadas de
tiempos”, a la beatitud instintiva, imbécil y vacía. Sabiendo que semejante
encarnación era prematura y no estaba en el programa de la naturaleza, la
hueste celestial, “Prometeo” se sacrificó, sin embargo, para beneficiar con
ello a una parte, al menos, de la humanidad*. Pero al paso que salvaba al
hombre de la oscuridad mental, le infligió las torturas de la propia conciencia
de su responsabilidad (resultado de su libre albedrío), además de todos los
males de que es heredero el hombre y la carne mortal. Esta tortura aceptóla
Prometeo para sí, puesto que la Hueste se mezcló desde entonces con el
tabernáculo preparado para ella, el cual era aún imperfecto en aquel período de
formación.
Siendo incapaz la evolución espiritual de marchar a la par
que la física, una vez rota su homogeneidad por la mezcla, el don se convirtió
por ello en la causa principal, si no en el único origen, del Mal †( El punto
de vista filosófico de las metafísicas indias coloca la Raíz del Mal en la
diferenciación de lo Homogéneo en lo Heterogéneo, de la unidad en la
pluralidad). Altamente filosófica es la alegoría que muestra a Cronos
maldiciendo a Zeus por destronarle, en la edad “de Oro” primitiva de Saturno,
cuando todos los hombres eran semidioses, y por crear una raza física de
hombres relativamente débiles e impotentes; y después, entregando a su venganza
(la de Zeus) al culpable que despojó a los dioses de su prerrogativa de crear,
elevando con ello al hombre a su nivel, intelectual y espiritualmente. En el
caso de Prometeo, Zeus representa a la Hueste de los progenitores primarios,
los PITRIS, los “Padres” que crearon al hombre sin entendimiento y sin mente;
al paso que el Divino titán representa a los creadores Espirituales, los devas
que “cayeron” en la generación. Los primeros son inferiores espiritualmente,
pero más fuertes físicamente que los “Prometeos”; y, por tanto, estos últimos
aparecen vencidos. “La Hueste inferior, cuya obra destruyó el Titán, echando
así por tierra los planes de Zeus”, estaba en esta Tierra en su propia esfera y
plano de acción; mientras que la Hueste superior estaba desterrada del
Cielo, y se encontró cogido en las redes de la materia. Los de la Hueste
inferior eran dueños de todas las fuerzas titánicas inferiores y Cósmicas; los
Titanes superiores sólo poseían el fuego intelectual y espiritual. Este drama de la lucha de Prometeo con el Zeus sensual,
déspota y tirano del Olimpo, lo vemos representado diariamente en nuestra
presente humanidad; las pasiones inferiores encadenan las aspiraciones
superiores a la roca de la materia, para generar muchas veces el buitre del
dolor, del pesar y del arrepentimiento. En todos estos casos se
vuelve a ver de nuevo
“Un dios… encadenado, presa de la
angustia;
El enemigo de Zeus, odiado por
todos”,
“Porque a los hombres amaba demasiado”;
pues el Titán divino es impulsado por el altruismo, y el
hombre mortal por el propio interés y el egoísmo en todas las ocasiones.
El moderno Prometeo se ha convertido ahora en Epi–meteo “el
que ve sólo después del suceso”; porque la filantropía universal del primero ha
degenerado hace mucho tiempo en interés y adoración propios. El hombre volverá a ser el Titán libre de antaño; pero no
antes de que la evolución cíclica haya vuelto a establecer la interrumpida
armonía entre las dos naturalezas, la terrestre y la divina; después de lo cual
se hará impenetrable a las fuerzas titánicas inferiores, invulnerable en su
personalidad e inmortal en su individualidad. Pero esto no sucederá
sino cuando haya eliminado de su naturaleza, todo elemento animal. Cuando
el hombre comprenda que “Deus non fecit mortem” (Sap., I, 13), sino que el
hombre mismo la ha creado, volverá a ser el Prometeo de antes de su Caída.
…
Se nos dice que ya no es permitido, en esta edad del
pensamiento racional, explicar el nombre de Prometeo como lo hacían los
antiguos griegos. Estos últimos, según parece: “Basándose en la analogía
aparente de προμηθεύς con el verbo προμανθάνειν, veían en él el tipo del hombre
“previsor”, a quien, en gracia de la simetría, se le añadió un hermano,
Epi–meteo o “aquel que toma consejo después del suceso”. Pero ahora los
orientalistas han decidido de otro modo. Conocen ellos el verdadero significado
de los dos nombres, mejor que quienes los inventaron.
La leyenda está basada en un suceso de importancia
universal. Ella fue hecha “para conmemorar un gran acontecimiento que debió de
haber impresionado fuertemente la imaginación de los primeros testigos del
mismo, y cuyo recuerdo no se ha desvanecido nunca desde entonces, de la memoria
popular”. ¿Cuál fue éste? Dejando a un lado toda ficción poética, todos esos
sueños de la edad de oro, imaginémonos –arguyen los eruditos modernos– en todo
su realismo grosero el primer estado miserable de la humanidad, cuya sorprendente
pintura fue trazada siguiendo a Esquilo por Lucrecio, y cuya exacta verdad es
ahora confirmada por la ciencia; y entonces podremos comprender mejor que una
nueva vida principió realmente para el hombre el día en que vio la primera
chispa producida por la fricción de dos pedazos de madera, o procedente de las
vetas de un pedernal. ¿Cómo podían los hombres dejar de sentir gratitud por
aquel ser misterioso y maravilloso que en lo sucesivo podían crear a su
voluntad, y que tan pronto como nació, creció y se dilató, desarrollóse con un
poder singular? “¿No era esta llama terrestre de análoga naturaleza a la que
enviaba desde arriba su luz y calor, o que los espantaba con el trueno?”.
“¿No se derivaba de la misma fuente? Y si su origen estaba
en el cielo, ¿no debió haber sido traído alguna vez a la tierra? Siendo así,
¿quién era el ser poderoso, el ser benéfico, Dios u hombre, que la había
conquistado? Tales son las preguntas que la curiosidad de los arios presentaba
en los primeros días de su existencia, y que encontró su contestación en el
mito de Prometeo” (Mythologie de la Grèce Antique, pág. 258).
La filosofía de la Ciencia Oculta encuentra, dos puntos
débiles en las anteriores reflexiones, y los señala. El estado miserable de la
humanidad descrito por Esquilo y Lucrecio no era entonces más desgraciado, en
los días de los arios, que lo es ahora. Aquel “estado” estaba limitado a las
tribus salvajes; y los salvajes que hoy existen no son un ápice más felices o
infelices que lo fueron sus padres hace un millón de años.
Es un hecho aceptado en la ciencia que se encuentran
“instrumentos groseros, exactamente parecidos a los que se usan entre los
salvajes hoy existentes” en los arrastres de los ríos y en las cavernas, que,
geológicamente, “implican una enorme antigüedad”. Es tan grande esta semejanza,
que el autor de The Modern Zoroastrian nos dice que: “si la colección de la
Exposición Colonial de hachas de piedra y de puntas de flechas usadas por los
bosquimanos del África del Sur se pusieran al lado de una de las de objetos
similares del Museo Británico procedentes de la Caverna de Kent o de las Cuevas
de Dordoña, nadie que no fuese un perito podría distinguirlas” (pág. 145). Y si
existen hoy bosquimanos, en nuestra época de alta civilización, que no están a
mayor altura intelectual que la raza de hombres que habitó el Devonshire y el
sur de Francia durante la edad paleolítica, ¿por qué no habrían podido vivir
estos últimos simultáneamente y como contemporáneos de otras razas tan
civilizadas, respecto de su época, como lo somos nosotros en la nuestra?
… Según nos dice el Prometheus Vinctus de Esquilo, la
raza que Júpiter deseaba ardientemente “destruir para implantar otra nueva en
su lugar” (Æsch. 241), sufría angustia mental, no física. El primer don
que Prometeo concedió a los mortales, según él dice al coro, fue
imposibilitarle “de prever la muerte” (véase 256); él “salvó a la raza mortal
de hundirse abatida en la tristeza del Hades” (v. 244), y sólo entonces,
“además” de esto, les dio el fuego (v. 260). Esto muestra claramente el
carácter dual, en todo caso, del mito de Prometeo, si los orientalistas no
quieren aceptar la existencia de las siete claves que enseña el Ocultismo. Esto se refiere al primer despertar de las percepciones
espirituales del hombre, no a la primera vez que él vio o descubrió el fuego.
Porque el fuego no fue nunca “descubierto”, sino que existía en la tierra desde
su principio. Existía en la actividad sísmica de las edades
primitivas; pues las erupciones volcánicas eran tan frecuentes y constantes en
aquellos tiempos como la niebla lo es ahora en Inglaterra. Y si se nos dice que
cuando el hombre apareció en la tierra, todos los volcanes, exceptuando unos
pocos, estaban extinguidos, y que los disturbios geológicos habían sido
reemplazados por un estado de cosas más normalizado, contestamos: En el
supuesto de que una raza nueva de hombres, ya provenga de ángeles o de gorilas,
aparezca ahora en cualquier punto inhabitado del globo, exceptuando quizás el
desierto de Sahara, puede apostarse uno contra mil a que no pasarían dos años
sin que “descubrieran el fuego” por medio del rayo que quemase la hierba o
cualquier otra cosa. Esta suposición de que el hombre primitivo vivió en la Tierra
edades antes de conocer el fuego es una de las más dolorosamente ilógicas de
todas. Pero el viejo Esquilo era un Iniciado, y sabía bien lo que comunicaba.
…
Entre el hombre y el animal –cuyas Mónadas, o Jivas, son
fundamentalmente idénticas– existe el abismo infranqueable de la Mentalidad y
de la conciencia de sí mismo. ¿Qué es la mente humana en su aspecto superior?
¿De dónde procede, si no es una parte de la esencia –y en algunos casos raros
la encarnación, la esencia misma– de un Ser superior; de un Ser de un plano
superior y divino? ¿Puede el hombre –Dios con forma animal– ser producto de
la Naturaleza Material sólo por la evolución, como sucede con el animal (que
difiere del hombre en la forma externa, pero en modo alguno en los materiales
de su constitución física, y el cual está animado por la misma Mónada aunque
sin desarrollo), cuando se ve que las potencias intelectuales de ambos difieren
como el sol difiere del gusano de luz? ¿Y qué es lo
que ocasiona semejante diferencia, a menos que el hombre sea un animal más un
dios viviente dentro de su corteza física? Detengámonos y hagámonos seriamente
la pregunta, sin tener en cuenta las vaguedades y sofismas de las ciencias
materialistas y psicológicas modernas.
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Todas las citas son extraídas de La Doctrina Secreta,
volumen II (de Helena P. Blavatsky).