21 marzo 2024

El misterio del mito de Prometeo

 

Óleo en lienzo de Heinrich Friedrich Füger: Prometeo lleva el fuego a la humanidad (Prometheus bringt der Menschheit das Feuer, ca. 1817). Wikipedia.

¡Todos los que podáis leer entre líneas, estudiad la Antigua Sabiduría en los viejos dramas, indos y griegos; leed con atención el Prometeo Encadenado, representando en los teatros de Atenas hace 2.400 años! El mito no pertenece a Hesíodo ni a Esquilo; sino que, como Bunsen dice, “es más antiguo que los mismos helenos”, pues verdaderamente pertenece a la aurora de la conciencia humana.

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La alegoría del fuego de Prometeo es otra versión de la rebelión del orgulloso Lucifer, que fue precipitado al “abismo insondable” o simplemente a nuestra Tierra, para vivir como hombre. El Lucifer hindú, el Mahasura, se dice también que tuvo envidia de la Luz resplandeciente del Creador, y que a la cabeza de los Asuras inferiores (no Dioses, sino Espíritus) se rebeló contra Brahmâ; por cuya razón Shiva lo precipitó en Pâtâla. Pero como la filosofía marcha de la mano con la ficción alegórica en los mitos hindúes, el diablo se arrepiente y se proporciona la oportunidad de progresar: es un hombre pecador esotéricamente, y puede por medio del Yoga, devoción y adeptado, alcanzar nuevamente su estado de uno con la deidad. Hércules, el Dios Solar, desciende al Hades (la Gruta de Iniciación) para librar a las víctimas de sus torturas, etc. Sólo la Iglesia cristiana crea tormentos eternos para el Demonio y los condenados que ella ha inventado.

De ahí la alegoría de Prometeo, que roba el fuego divino para que los hombres prosigan conscientemente en el sendero de la Evolución Espiritual, transformando así al más perfecto de los animales de la Tierra en un Dios potencial, y dejando a su voluntad el “conquistar el reino de los cielos por la violencia”. De ahí también la maldición pronunciada por Zeus contra Prometeo, y por Jehovah–Ildabaoth contra su “hijo rebelde”, Satán. Las nieves frías y puras del monte Cáucaso, y el fuego y las llamas perdurables y ardientes de un infierno inextinguible, son dos polos opuestos, y sin embargo, la misma idea, el aspecto doble de una tortura refinada; un “Productor de fuego” – emblema personificado de Φωσφόρος de la Luz y del fuego astrales en el anima mundi (ese elemento del cual el filósofo materialista alemán Moleschott, decía “ohne phosphor kein gedanke”, o “sin fósforo no hay pensamiento”) –ardiendo en las fieras llamas de sus pasiones terrenales; la conflagración producida por su Pensamiento, distinguiendo, como lo hace ahora, el bien del mal, y sin embargo, esclavo de las pasiones de su Adán terrestre; sintiendo el buitre de la duda y de la conciencia completa, devorándole el corazón– un Prometeo verdaderamente, por ser una entidad consciente, y por tanto, responsable.

Pero el hecho de que, astronómicamente, los Titanes–Kabirim, fuesen también los generadores y reguladores de las estaciones, y cósmicamente las grandes Energías Volcánicas –los dioses que presiden sobre todos los metales y obras terrestres–, no impide que, en su carácter divino, original, sean las Entidades benéficas, que, simbolizadas en Prometeo, trajeron la luz al mundo y dotaron a la Humanidad de inteligencia y razón. Son ellos de modo preeminente en todas las teogonías, en especial la hindú, los Fuegos Divinos Sagrados, Tres, Siete o Cuarenta y nueve, con arreglo a lo que la alegoría exige. Sus mismos nombres lo prueban; pues ellos son los Agniputra, o Hijos del Fuego, en la India, y los Genios del Fuego, bajo nombres numerosos, en Grecia y en otras partes.

Los Hijos de MAHAT son los vivificadores de la Planta humana. Son ellos las Aguas que caen en el árido suelo de la vida latente, y la Chispa que vivifica el Animal humano. Son ellos los Señores de la Vida Espiritual Eterna… En el principio [en la Segunda Raza], algunos [de los Señores] sólo exhalaron parte de su esencia en los Manushya [hombres], y algunos tomaron al hombre por morada”. Esto muestra que no todos los hombres fueron encarnaciones de los “divinos Rebeldes”, sino sólo unos pocos de entre ellos. El resto sólo tuvo su quinto Principio [Manas, Mente] simplemente avivado por la chispa arrojada en él, lo cual explica la gran diferencia entre las capacidades intelectuales de los hombres y razas. “Si los hijos de Mahat” no hubiesen, alegóricamente hablando, saltado a través de los mundos intermedios, en su impulso hacia la libertad intelectual, el hombre animal no hubiese podido jamás elevarse más allá de esta tierra, y llegar por medio del propio esfuerzo a la meta final. La peregrinación cíclica hubiese tenido que ejecutarse a través de todos los planos de la existencia en estado semiinconsciente, sino completamente, tal como sucede con los animales. A esta rebelión de la vida intelectual contra la mórbida inactividad del espíritu puro, es debido que seamos lo que somos: hombres conscientes de sí mismos y pensantes, con las posibilidades y atributos de los Dioses en nosotros, tanto para el bien como para el mal. Por tanto, los REBELDES son nuestros Salvadores. Que el filósofo medite bien sobre esto, y más de un misterio se le aclarará. Sólo por la fuerza atractiva de los contrastes pueden los dos polos, el Espíritu y la Materia, ser cementados juntos en la Tierra, y fundidos en el fuego de la experiencia consciente de sí y del sufrimiento, encontrarse unidos en la Eternidad. Esto revelará el significado de muchas alegorías hasta ahora incomprensibles, llamadas neciamente “fábulas”.

… Explica todos los versos de la narración hermética, como también la alegoría griega de Prometeo. Pero lo que es importante sobre todo, explica los muchos relatos alegóricos acerca de las “Guerras en el Cielo”, incluso la del Apocalipsis respecto del dogma cristiano de los ángeles caídos. Explica la “rebelión” de los Ángeles más antiguos y elevados, y lo que significa el ser lanzados del Cielo a las profundidades del Infierno, o sea la MATERIA.

La evolución intelectual, marchando en su progreso mano a mano con la física, ha sido, ciertamente, una maldición más bien que una bendición; un don apresurado por los “Señores de Sabiduría”, que derramaron sobre el manas humano el fresco rocío de su propio espíritu y esencia. El divino Titán ha sufrido, pues, en vano; y casi se siente uno inclinado a lamentar su beneficio a la humanidad, y a suspirar por aquellos días tan gráficamente descritos por Esquilo en su “Prometeo Encadenado”, cuando al final de la primera edad Titánica (la edad que siguió a la del hombre etéreo, del piadoso Kandu y Pramlochâ) el hombre físico naciente, todavía sin intelecto y (fisiológicamente) sin sentidos, se describe como:

“Viendo, veían en vano;

Oyendo, no oían: sino que semejantes a las sombras en sueños,

Durante largo tiempo, todo lo confundían al acaso”.

 Nuestros Salvadores, los Agnishwatta y otros “Hijos divinos de la Llama de la Sabiduría”, personificados por los griegos en Prometeo, bien pueden quedar desconocidos y, sin que se les dé las gracias, en la injusticia del corazón humano. En nuestra ignorancia de la verdad, pueden ser indirectamente maldecidos por el don de Pandora; pero verse proclamados y declarados DEMONIOS por boca del clero es un Karma demasiado pesado para “Aquel” que, cuando Zeus “deseó ardientemente” extinguir toda la raza humana, “se atrevió él solo” a salvar a la “raza mortal” de la perdición, o, como se hace decir al Titán que sufre:

“Para que no se hundieran, arrebatados al tenebroso Hades,

Por esto, terribles torturas me oprimen,

Cruel sacrificio, que a lástima mueve,

Yo que a los mortales compadecí…”.

El coro observa muy pertinentemente:

“¡Gran beneficio fue el que a los mortales otorgaste!”.

Prometeo contesta: “Sí, y además les di el fuego.

CORO: ¿Conque el fuego llameante esos seres efímeros poseen?

PROM.: Sí, y por él muchas artes con perfección aprenderán…”.

 Pero con las artes, el “fuego” recibido se ha convertido en la mayor de las maldiciones; el elemento animal y la conciencia de su posesión han cambiado el instinto periódico en animalismo y sensualidad crónica. Esto es lo que amenaza a la humanidad como pesado manto funerario. Así surge la responsabilidad del libre albedrío; las pasiones Titánicas que representan a la humanidad en su aspecto más sombrío: La insaciabilidad constante de las pasiones y deseos inferiores que, con cínica insolencia, desafían las trabas de la ley” (Introducción a Prometeo Encadenado, pág. 152).

Habiendo Prometeo dotado al hombre, según el Protágoras de Platón, con aquella “sabiduría que suministra el bienestar físico”, y no habiendo cambiado el aspecto inferior del manas del animal (Kama), en lugar de “una mente inmaculada, primer don del cielo”, creóse el eterno buitre del deseo jamás satisfecho, del pesar y de la desesperación, acoplado a la “debilidad soñolienta que encadena a la raza ciega de los mortales” [pág. 556], hasta el día en que Prometeo sea puesto en libertad por su libertador, destinado por el cielo, Heracles.

¡Todos los que podáis leer entre líneas, estudiad la Antigua Sabiduría en los viejos dramas, indos y griegos; leed con atención el “Prometeo Encadenado”, representando en los teatros de Atenas hace 2.400 años! El mito no pertenece a Hesíodo ni a Esquilo; sino que, como Bunsen dice, “es más antiguo que los mismos helenos”, pues verdaderamente pertenece a la aurora de la conciencia humana. El Titán crucificado es el símbolo personificado del Logos colectivo, la “Hueste”, y de los “Señores de la Sabiduría” o el HOMBRE CELESTE, que encarnó en la Humanidad. Además, según demuestra su nombre (Pro–me–theus, “el que va ante él” o el futuro) [De πρὸ μῆτις, “previsión”], en lo que él ideó y enseñó a la humanidad, la penetración psicológica no era lo de menos. Pues según sus quejas a las hijas del Océano:

“De modos diversos determiné las profecías

Y entre los sueños distinguí primeramente

La visión verdadera… y a los mortales guié

A un arte misterioso…

Todas las artes, de Prometeo los mortales recibieron”.

El asunto de la trilogía de Esquilo, de la cual se han perdido dos piezas, es conocido de todo lector culto. El semidiós roba a los dioses (los Elohim) su secreto, el misterio del fuego creador. Por este atentado sacrílego, KRONOS *( Kronos es el “tiempo”, y por esto la alegoría es muy sugestiva) lo derriba y le entrega a Zeus, el PADRE y creador de una humanidad que él hubiera deseado ciega intelectualmente y semejante al animal; una deidad personal que no quería ver al HOMBRE “como uno de nosotros”. Por tanto, Prometeo, el “Dador del Fuego y de la Luz”, es encadenado al Monte Cáucaso y condenado a la tortura. Pero el Destino triforme (Karma) cuyos decretos, como dice el Titán, hasta Zeus –

“Ni aun él al destino escapar puede…

 –ordena que estos sufrimientos sólo durarán hasta el día en que nazca un hijo de Zeus–

 “Sí, un hijo más fuerte que su padre. [787]

“Uno de tu propia estirpe [de Io] será”. [791]

Este “Hijo” librará a Prometeo (la humanidad que sufre) de su propio don fatal. Su nombre es “Aquel que tiene que venir”.

Bajo la autoridad, pues, de estas pocas líneas, las cuales, como toda otra sentencia alegórica, puede ser amoldada a cualquier sentido (bajo la autoridad de las palabras pronunciadas por Prometeo y dirigidas a Io, la hija de Inaco, perseguida por Zeus), toda una profecía ha sido construida por algunos escritores católicos.

… Io es la Luna y, al mismo tiempo, la Eva de una nueva raza, y lo mismo es Deméter, en el caso presente. El mito de Prometeo es verdaderamente una profecía; pero no se refiere a ninguno de los Salvadores cíclicos que han aparecido periódicamente en varios países y en diversas naciones, en sus estados transitorios de evolución. Se refiere al último de los misterios de las transformaciones cíclicas, en cuya serie la humanidad, habiendo pasado del estado etéreo al físico sólido, desde la procreación espiritual a la fisiológica, marcha ahora adelante en el arco opuesto del ciclo, hacia esa segunda fase de su estado primitivo en que la mujer no conocía hombre, y la progenie humana era creada, no engendrada.

En su revelación final, el antiguo mito de Prometeo (cuyos prototipos y antitipos se encuentran en todas las antiguas teogonías) radica en cada una de éstas, en el origen mismo del mal físico, porque está en el umbral de la vida física humana. CRONOS es el “Tiempo”, cuya primera ley es que el orden de las fases sucesivas y armónicas en el proceso de la evolución durante el desarrollo cíclico, se conserve estrictamente, bajo la pena severa del desenvolvimiento anormal, con todos sus consiguientes resultados. No estaba en el programa del desarrollo natural, que el hombre, por más que sea un animal superior, se convirtiera desde luego, intelectual, espiritual y psíquicamente, en el semidiós, que es en la Tierra, mientras que su constitución física permanece más débil, más impotente y efímera que la de casi todos los mamíferos de gran tamaño. El contraste es demasiado grotesco y violento; el tabernáculo demasiado indigno del dios que en él mora. Así el don de Prometeo se convirtió en una maldición, aun cuando sabida de antemano y prevista por la Hueste personificada en ese personaje, como su nombre bien lo indica. En esto se hallan fundados su pecado y su redención a la vez. Pues la Hueste que encarnó en una parte de la humanidad, aunque inducida a ello por Karma o Némesis, prefirió el libre albedrío a la esclavitud pasiva; el dolor, y hasta la tortura intelectual consciente, “durante el transcurso de miríadas de tiempos”, a la beatitud instintiva, imbécil y vacía. Sabiendo que semejante encarnación era prematura y no estaba en el programa de la naturaleza, la hueste celestial, “Prometeo” se sacrificó, sin embargo, para beneficiar con ello a una parte, al menos, de la humanidad*. Pero al paso que salvaba al hombre de la oscuridad mental, le infligió las torturas de la propia conciencia de su responsabilidad (resultado de su libre albedrío), además de todos los males de que es heredero el hombre y la carne mortal. Esta tortura aceptóla Prometeo para sí, puesto que la Hueste se mezcló desde entonces con el tabernáculo preparado para ella, el cual era aún imperfecto en aquel período de formación.

Siendo incapaz la evolución espiritual de marchar a la par que la física, una vez rota su homogeneidad por la mezcla, el don se convirtió por ello en la causa principal, si no en el único origen, del Mal †( El punto de vista filosófico de las metafísicas indias coloca la Raíz del Mal en la diferenciación de lo Homogéneo en lo Heterogéneo, de la unidad en la pluralidad). Altamente filosófica es la alegoría que muestra a Cronos maldiciendo a Zeus por destronarle, en la edad “de Oro” primitiva de Saturno, cuando todos los hombres eran semidioses, y por crear una raza física de hombres relativamente débiles e impotentes; y después, entregando a su venganza (la de Zeus) al culpable que despojó a los dioses de su prerrogativa de crear, elevando con ello al hombre a su nivel, intelectual y espiritualmente. En el caso de Prometeo, Zeus representa a la Hueste de los progenitores primarios, los PITRIS, los “Padres” que crearon al hombre sin entendimiento y sin mente; al paso que el Divino titán representa a los creadores Espirituales, los devas que “cayeron” en la generación. Los primeros son inferiores espiritualmente, pero más fuertes físicamente que los “Prometeos”; y, por tanto, estos últimos aparecen vencidos. “La Hueste inferior, cuya obra destruyó el Titán, echando así por tierra los planes de Zeus”, estaba en esta Tierra en su propia esfera y plano de acción; mientras que la Hueste superior estaba desterrada del Cielo, y se encontró cogido en las redes de la materia. Los de la Hueste inferior eran dueños de todas las fuerzas titánicas inferiores y Cósmicas; los Titanes superiores sólo poseían el fuego intelectual y espiritual. Este drama de la lucha de Prometeo con el Zeus sensual, déspota y tirano del Olimpo, lo vemos representado diariamente en nuestra presente humanidad; las pasiones inferiores encadenan las aspiraciones superiores a la roca de la materia, para generar muchas veces el buitre del dolor, del pesar y del arrepentimiento. En todos estos casos se vuelve a ver de nuevo

“Un dios… encadenado, presa de la angustia;

El enemigo de Zeus, odiado por todos”,

 Un dios, que ni aun tiene aquel supremo consuelo de Prometeo, que sufría por propio sacrificio

“Porque a los hombres amaba demasiado”;

pues el Titán divino es impulsado por el altruismo, y el hombre mortal por el propio interés y el egoísmo en todas las ocasiones.

El moderno Prometeo se ha convertido ahora en Epi–meteo “el que ve sólo después del suceso”; porque la filantropía universal del primero ha degenerado hace mucho tiempo en interés y adoración propios. El hombre volverá a ser el Titán libre de antaño; pero no antes de que la evolución cíclica haya vuelto a establecer la interrumpida armonía entre las dos naturalezas, la terrestre y la divina; después de lo cual se hará impenetrable a las fuerzas titánicas inferiores, invulnerable en su personalidad e inmortal en su individualidad. Pero esto no sucederá sino cuando haya eliminado de su naturaleza, todo elemento animal. Cuando el hombre comprenda que “Deus non fecit mortem” (Sap., I, 13), sino que el hombre mismo la ha creado, volverá a ser el Prometeo de antes de su Caída.

Se nos dice que ya no es permitido, en esta edad del pensamiento racional, explicar el nombre de Prometeo como lo hacían los antiguos griegos. Estos últimos, según parece: “Basándose en la analogía aparente de προμηθεύς con el verbo προμανθάνειν, veían en él el tipo del hombre “previsor”, a quien, en gracia de la simetría, se le añadió un hermano, Epi–meteo o “aquel que toma consejo después del suceso”. Pero ahora los orientalistas han decidido de otro modo. Conocen ellos el verdadero significado de los dos nombres, mejor que quienes los inventaron.

La leyenda está basada en un suceso de importancia universal. Ella fue hecha “para conmemorar un gran acontecimiento que debió de haber impresionado fuertemente la imaginación de los primeros testigos del mismo, y cuyo recuerdo no se ha desvanecido nunca desde entonces, de la memoria popular”. ¿Cuál fue éste? Dejando a un lado toda ficción poética, todos esos sueños de la edad de oro, imaginémonos –arguyen los eruditos modernos– en todo su realismo grosero el primer estado miserable de la humanidad, cuya sorprendente pintura fue trazada siguiendo a Esquilo por Lucrecio, y cuya exacta verdad es ahora confirmada por la ciencia; y entonces podremos comprender mejor que una nueva vida principió realmente para el hombre el día en que vio la primera chispa producida por la fricción de dos pedazos de madera, o procedente de las vetas de un pedernal. ¿Cómo podían los hombres dejar de sentir gratitud por aquel ser misterioso y maravilloso que en lo sucesivo podían crear a su voluntad, y que tan pronto como nació, creció y se dilató, desarrollóse con un poder singular? “¿No era esta llama terrestre de análoga naturaleza a la que enviaba desde arriba su luz y calor, o que los espantaba con el trueno?”.

“¿No se derivaba de la misma fuente? Y si su origen estaba en el cielo, ¿no debió haber sido traído alguna vez a la tierra? Siendo así, ¿quién era el ser poderoso, el ser benéfico, Dios u hombre, que la había conquistado? Tales son las preguntas que la curiosidad de los arios presentaba en los primeros días de su existencia, y que encontró su contestación en el mito de Prometeo” (Mythologie de la Grèce Antique, pág. 258).

La filosofía de la Ciencia Oculta encuentra, dos puntos débiles en las anteriores reflexiones, y los señala. El estado miserable de la humanidad descrito por Esquilo y Lucrecio no era entonces más desgraciado, en los días de los arios, que lo es ahora. Aquel “estado” estaba limitado a las tribus salvajes; y los salvajes que hoy existen no son un ápice más felices o infelices que lo fueron sus padres hace un millón de años.

Es un hecho aceptado en la ciencia que se encuentran “instrumentos groseros, exactamente parecidos a los que se usan entre los salvajes hoy existentes” en los arrastres de los ríos y en las cavernas, que, geológicamente, “implican una enorme antigüedad”. Es tan grande esta semejanza, que el autor de The Modern Zoroastrian nos dice que: “si la colección de la Exposición Colonial de hachas de piedra y de puntas de flechas usadas por los bosquimanos del África del Sur se pusieran al lado de una de las de objetos similares del Museo Británico procedentes de la Caverna de Kent o de las Cuevas de Dordoña, nadie que no fuese un perito podría distinguirlas” (pág. 145). Y si existen hoy bosquimanos, en nuestra época de alta civilización, que no están a mayor altura intelectual que la raza de hombres que habitó el Devonshire y el sur de Francia durante la edad paleolítica, ¿por qué no habrían podido vivir estos últimos simultáneamente y como contemporáneos de otras razas tan civilizadas, respecto de su época, como lo somos nosotros en la nuestra?

… Según nos dice el Prometheus Vinctus de Esquilo, la raza que Júpiter deseaba ardientemente “destruir para implantar otra nueva en su lugar” (Æsch. 241), sufría angustia mental, no física. El primer don que Prometeo concedió a los mortales, según él dice al coro, fue imposibilitarle “de prever la muerte” (véase 256); él “salvó a la raza mortal de hundirse abatida en la tristeza del Hades” (v. 244), y sólo entonces, “además” de esto, les dio el fuego (v. 260). Esto muestra claramente el carácter dual, en todo caso, del mito de Prometeo, si los orientalistas no quieren aceptar la existencia de las siete claves que enseña el Ocultismo. Esto se refiere al primer despertar de las percepciones espirituales del hombre, no a la primera vez que él vio o descubrió el fuego. Porque el fuego no fue nunca “descubierto”, sino que existía en la tierra desde su principio. Existía en la actividad sísmica de las edades primitivas; pues las erupciones volcánicas eran tan frecuentes y constantes en aquellos tiempos como la niebla lo es ahora en Inglaterra. Y si se nos dice que cuando el hombre apareció en la tierra, todos los volcanes, exceptuando unos pocos, estaban extinguidos, y que los disturbios geológicos habían sido reemplazados por un estado de cosas más normalizado, contestamos: En el supuesto de que una raza nueva de hombres, ya provenga de ángeles o de gorilas, aparezca ahora en cualquier punto inhabitado del globo, exceptuando quizás el desierto de Sahara, puede apostarse uno contra mil a que no pasarían dos años sin que “descubrieran el fuego” por medio del rayo que quemase la hierba o cualquier otra cosa. Esta suposición de que el hombre primitivo vivió en la Tierra edades antes de conocer el fuego es una de las más dolorosamente ilógicas de todas. Pero el viejo Esquilo era un Iniciado, y sabía bien lo que comunicaba.

Entre el hombre y el animal –cuyas Mónadas, o Jivas, son fundamentalmente idénticas– existe el abismo infranqueable de la Mentalidad y de la conciencia de sí mismo. ¿Qué es la mente humana en su aspecto superior? ¿De dónde procede, si no es una parte de la esencia –y en algunos casos raros la encarnación, la esencia misma– de un Ser superior; de un Ser de un plano superior y divino? ¿Puede el hombre –Dios con forma animal– ser producto de la Naturaleza Material sólo por la evolución, como sucede con el animal (que difiere del hombre en la forma externa, pero en modo alguno en los materiales de su constitución física, y el cual está animado por la misma Mónada aunque sin desarrollo), cuando se ve que las potencias intelectuales de ambos difieren como el sol difiere del gusano de luz? ¿Y qué es lo que ocasiona semejante diferencia, a menos que el hombre sea un animal más un dios viviente dentro de su corteza física? Detengámonos y hagámonos seriamente la pregunta, sin tener en cuenta las vaguedades y sofismas de las ciencias materialistas y psicológicas modernas.

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Todas las citas son extraídas de La Doctrina Secreta, volumen II (de Helena P. Blavatsky).