08 abril 2024

Apolonio de Tiana

 

Apolonio de Tiana por Barthélémy de Mélo (1685-1687). Parque de Versalles, rotonda de los filósofos.

Última edición: 07/01/2025.

Admirable filósofo que nació en Capadocia a principios del siglo primero. Ferviente pitagórico, que estudió las ciencias fenicias bajo la dirección de Eutidemo, y la filosofía pitagórica y otros estudios bajo la de Euxeno de Heráclea. Siguiendo las doctrinas de dicha escuela, fue vegetariano durante su larga vida; se alimentaba sólo de frutas y hortalizas; no bebía vino; llevaba vestidos hechos sólo de fibras vegetales; andaba descalzo y se dejó crecer el cabello en toda su longitud, como lo llevaban todos los Iniciados antes y después de él. Le iniciaron los sacerdotes del templo de Esculapio (Asclepios) en Eges y aprendió mucho de los “milagros” para curar enfermos, obrados por el dios de la medicina. 

Habiéndose preparado para una iniciación más elevada por medio de un silencio que duró cinco años, y por los viajes, en los cuales visitó Antioquía, Efeso, Panfilia y otros puntos, se encaminó solo por la vía de Babilonia a la India, pues sus íntimos discípulos le habían abandonado por temor de ir a la “tierra de los encantos”. Sin embargo, un discípulo accidental, Damis, a quien encontró en su camino, le acompañó en sus viajes. En Babilonia [antigua ciudad de la Baja Mesopotamia cerca de la actual ciudad de Hilla (Irak)] fue iniciado por los caldeos y magos, según refiere Damis, cuyo relato copió un tal Filostrato cien años más tarde. Después de haber regresado de la India, mostróse como un verdadero Iniciado, por cuanto las pestilencias y los terremotos, muertes de reyes y otros acontecimientos que él profetizó sucedieron puntualmente. En Lesbos, los sacerdotes de Orfeo, envidiosos de él, se negaron a iniciarle en sus misterios especiales, aunque lo hicieron algunos años después. 

Predicó al pueblo de Atenas y otras ciudades la moral más pura y noble, y los fenómenos que operó fueron tan admirables y estupendos como numerosos y bien comprobados. “¿Cómo es –pregunta Justino mártir con espanto–, cómo es que los talismanes (telesmata) de Apolonio tienen virtud para impedir, como vemos nosotros, la furia de las olas, la violencia de los huracanes y las acometidas de las bestias feroces; y mientras los milagros de Nuestro Señor se recuerdan tan sólo por tradición, los de Apolonio son numerosísimos y realmente manifestados en hechos presentes?” (Quœst. XXIV). Pero fácilmente responde a esto el hecho de que, después de cruzar el Hindu–kush [macizo montañoso de Asia, situado entre Afganistán y el noroeste de Pakistán. Es la prolongación más occidental de las cordilleras del Pamir, el Karakórum y el Himalaya.], Apolonio había sido dirigido por un rey a la mansión de los Sabios, que puede ser la misma de hoy día, los cuales le enseñaron la ciencia no superada por ninguna otra

Sus diálogos con el corintio Menippo nos dan verdaderamente el catecismo esotérico, y descubren (cuando se comprenden) más de un importante misterio de la Naturaleza. Apolonio era amigo, corresponsal y huésped de reyes y reinas, y no hay poderes maravillosos o “mágicos” mejor atestiguados que los suyos. Hacia el fin de su dilatada y prodigiosa vida abrió una escuela esotérica en Efeso, y murió a la edad de cerca de cien años. (1)

Apolonio, que fue contemporáneo de Jesús de Nazareth, era como él, un entusiasta fundador de una nueva escuela espiritual. Quizás menos metafísico y más práctico que Jesús, menos tierno y perfecto en su naturaleza, inculcó, sin embargo, la misma quintaesencia de espiritualidad y las mismas elevadas verdades morales. Su gran error fue el confiarlas de un modo demasiado exclusivo a las clases más elevadas de la sociedad. Mientras que el pobre y humilde Jesús predicaba: «Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad», Apolonio era amigo de reyes y se movía en un círculo aristocrático. En este había nacido, siendo él mismo un hombre rico, mientras que el «hijo del hombre», representando al pueblo, «no tenia en donde reclinar su cabeza»; sin embargo, ambos «obraban milagros», exhibiendo una sorprendente similitud de objetivo. Todavía antes que Apolonio, había aparecido Simón el Mago, llamado «el gran poder de Dios». Sus «milagros» son a la par, más maravillosos, más variados, y están mejor atestiguados que los de los Apóstoles y los del mismo filósofo Galileo. El materialismo los niega todos, pero la historia los confirma. A continuación, apareció Apolonio, y lo grandes y renombrados que fueron sus hechos milagrosos en comparación con los del pretendido fundador del cristianismo, como sostienen los kabalistas, nos los corroboran además la historia y Justino Mártir.

Lo mismo que Buddha y Jesús, era Apolonio el irreconciliable enemigo de toda manifestación exterior de piedad, de toda ostentación de inútiles ceremonias religiosas y de la hipocresía. Si, como el Salvador cristiano, el sabio de Tyana hubiese buscado con preferencia la compañía del pobre y del humilde, y si en lugar de morir tranquilamente a los cien años y más de edad, hubiese sido un mártir voluntario, proclamando la verdad divina desde lo alto de una cruz, su sangre hubiera sido tan eficaz para la difusión subsiguiente de las doctrinas espirituales como la del Mesías cristiano. 

Las calumnias lanzadas contra Apolonio fueron tan numerosas como falsas. Dieciocho siglos después de su muerte fue difamado por el Obispo Douglas con su obra contra los milagros. En esto el muy reverendo Obispo se estrelló contra los hechos históricos. Si estudiamos imparcialmente la cuestión, pronto nos apercibiremos de que las éticas de Gautama Buddha, Platón, Apolonio, Jesús, Amonio Sacas y sus discípulos, estaban todas fundadas en la misma filosofía mística. Que todos adoraban a un Dios Único, sea que Le considerasen como el «Padre» de la humanidad, que vive en el hombre como el hombre vive en Él, o como el Invencible Principio Creador; por lo cual sus vidas se asemejaban a la de un Dios. Ammonio, hablando de su filosofía, enseñaba que su escuela databa de los tiempos de Hermes, quien trajo su sabiduría de la India. (2)



Fuente: 

(1) Glosario Teosófico, de H. P. Blavatsky.

(2) Isis sin Velo, volumen II, de H. P. Blavatsky.