22 febrero 2024

La Atlántida sus habitantes, localización del continente y destrucción. (Parte 2 de 2).

 Estatua de Buda antes de ser destruida en marzo de 2001. Valle de Bamián o Bamiyán, Afganistán.

1. Introducción.
2. Localización de la Atlántida.
3. Habitantes de la Atlántida
3.1 De la Cuarta Raza a la Quinta (de los atlantes a los arios primitivos).
4. Pérdida de espiritualidad; nacimiento de la hechicería.
5. Destrucción del continente. “El Diluvio”.
6. Restos actuales de la Atlántida. Islas, picos y construcciones.

----------------------------------

3.     Destrucción del continente. “El Diluvio”.

La maldición no fue atraída sobre la humanidad por la cuarta raza, pues la tercera, relativamente sin pecado, los antediluvianos aún más gigantescos, habían perecido del mismo modo; por tanto, el Diluvio no fue un castigo, sino simplemente resultado de una ley periódica y geológica. Tampoco cayó sobre ellos la maldición del KARMA por buscar la unión natural, como hacen todos los animales sin mente en las épocas debidas; sino por abusar del poder creador, por degradar el don divino y malgastar la esencia de la vida sin más objeto que la satisfacción personal bestial.

(…)

El “Diluvio” es, innegablemente, una tradición universal. Los “períodos glaciales” fueron numerosos, y lo mismo los “Diluvios”, por varias razones. Stockwell y Croll enumeran una media docena de Períodos Glaciales y Diluvios subsiguientes, habiendo tenido lugar el primero, según ellos, hace 850.000 años, y el último 100.000. Mas ¿cuál fue nuestro Diluvio? El primero, seguramente; aquel que hasta esta fecha sigue consignado en las tradiciones de todos los pueblos, desde la más remota antigüedad; el que barrió finalmente las últimas penínsulas de la Atlántida, principiando con Ruta y Daitya, y concluyendo con la isla, comparativamente pequeña, mencionada por Platón. Esto lo prueba la concordancia que se observa en todas las leyendas respecto a ciertos detalles. Fue el último de su gigantesca escala. El pequeño diluvio, cuyas huellas encontró en el Asia Central el Barón de Bunsen, y que él hace remontar a 10.000 años antes de Jesucristo aproximadamente, nada tuvo que ver con el Diluvio semi– universal, o Diluvio de Noé (siendo el último una versión puramente mítica de antiguas tradiciones), ni siquiera con la sumersión de la última isla Atlante; o, al menos, sólo tiene con ellos una conexión moral.

Nuestra quinta Raza –la parte de la misma no iniciada–, oyendo hablar de muchos Diluvios, los ha confundido, y ahora sólo conoce uno, el cual alteró el aspecto entero del Globo con sus cambios de tierras y mares.

Todo esto viene a demostrar que el diluvio semi–universal conocido de la geología –el primer Período Glacial– debe de haber ocurrido precisamente en la época señalada por la Doctrina Secreta, a saber: 200.000 años en números redondos, después del principio de nuestra QUINTA RAZA, o hacia el tiempo indicado por los señores Croll y Stockwell para el primer Período Glacial, es decir, hace aproximadamente 850.000 años. Así, pues, como los geólogos y astrónomos atribuyen la última perturbación a “una excentricidad extrema de la órbita de la tierra”, y como la Doctrina Secreta la atribuye al mismo origen, pero con la adición de otro factor, el cambio del eje de la Tierra –una prueba de lo cual puede encontrarse en el Libro de Enoch, si no se comprende el lenguaje velado de los Purânas–, todo ello tendería a demostrar que algo conocían los antiguos acerca de los “descubrimientos modernos”, de la ciencia.

El principio mismo de esta última presenció durante el Dvapara Yuga; “De aquella isla [Platón habla tan sólo de su última isla], más allá de las Columnas de Hércules, en el Océano Atlántico, desde la que existía un paso fácil a otras islas en la proximidad de otro gran continente” [América]. Esa Tierra “Atlántica” es la que estaba unida con la “Isla Blanca”, y esta Isla Blanca era Ruta; pero no era el Atala y el “Diablo Blanco” del Coronel Wilford (Véase Asiatic Researches, VIII, 280), como ya se ha mostrado. Convendrá observar aquí que, según los textos sánscritos, el Dvapara Yuga dura 864.000 años; y que si sólo principió el Kali Yuga hace cosa de 5.000 años, han transcurrido exactamente 869.000 desde que ocurrió aquella destrucción; por otra parte, estas cifras no difieren mucho de las presentadas por los geólogos, que hacen remontar su “período glacial” a 850.000 años atrás.

(…)

Durante este Diluvio (esta vez un verdadero diluvio geológico) al Manu Vaivasvata se le muestra salvando también a la especie humana –en realidad a una parte de ella, la Cuarta Raza– precisamente lo mismo que salvó a la Quinta Raza cuando la destrucción de los últimos atlantes, los restos que perecieron hace 850.000 años, después de lo cual ya no volvió a haber ninguna gran sumersión hasta los días de la Atlántida de Platón, o Poseidonis, la cual era conocida de los egipcios sólo porque aconteció en tiempos relativamente recientes.

La sumersión de la gran Atlántida es la más interesante. Ése es el cataclismo del cual los anales antiguos, tales como el Libro de Enoch, dicen: “los extremos de la Tierra se aflojaron” y sobre el cual se han construido las leyendas y alegorías de Vaivasvata, Xisuthros, Noé, Deucalión y todos los tutti quanti de los Elegidos salvados. Como la tradición no tiene en cuenta la diferencia entre los fenómenos siderales y los geológicos, llama a ambos “Diluvios”, sin distinguir. Sin embargo, hay una gran diferencia. El Cataclismo que destruyó el enorme Continente, del cual es la Australia la reliquia mayor, fue debido a una serie de convulsiones subterráneas, y a la ruptura del lecho de los mares. El que destruyó a su sucesor, el Cuarto Continente, fue ocasionado por disturbios sucesivos de la rotación del eje. Principió durante los primeros períodos Terciarios, y continuando durante largas edades, se llevó sucesivamente los últimos vestigios de la Atlántida, con la excepción, quizás, de Ceilán y una pequeña parte de lo que es ahora el África. Cambió él la faz del globo, sin que haya quedado memoria alguna de sus florecientes continentes e islas, de su civilización y ciencias, en los anales de la historia, excepto en los Anales Sagrados del Oriente.

(…)

(a) Como de este asunto (el cuarto gran diluvio de nuestro globo en esta Ronda) nos ocupamos extensamente en las Secciones que siguen a la última Estancia, decir ahora algo sería una mera anticipación. Las siete Grandes Islas (Dwipas) pertenecían al Continente de los Atlantes. Las enseñanzas secretas indican que el Diluvio alcanzó a la Cuarta Raza gigante, no a causa de su perversidad, ni porque se hubiera “convertido en negra por el pecado”, sino simplemente porque tal es el destino de cada continente, que (como todo lo demás bajo el Sol) nace, vive, se hace decrépito y muere. Esto sucedió cuando la Quinta Raza estaba en su infancia.

(b) Así perecieron los gigantes –los magos y los brujos, añade la fantasía de la tradición popular–. Pero “todos los justos” fueron “salvados” y sólo los “impíos destruidos”. Esto fue debido, sin embargo, tanto a la previsión de los “justos” que no habían perdido el uso de su tercer ojo, como al Karma y a la ley natural. Hablando de la raza subsiguiente, nuestra Quinta Humanidad, dice el Comentario:

“Solamente aquel puñado de Elegidos, cuyos instructores divinos habían ido a habitar esa Isla Sagrada –“de donde vendrá el último Salvador”–, impidió entonces que la mitad de la humanidad se convirtiese en la exterminadora de la otra mitad [como la humanidad lo es ahora – H.P.B.] – La especie humana se dividió. Las dos terceras partes estaban gobernadas por Dinastías de Espíritus materiales, inferiores, de la Tierra, que tomaban posesión de los cuerpos fácilmente asequibles; una tercera parte permaneció fiel, y se unió a la naciente Quinta Raza, los Encarnados divinos. Cuando los Polos se movieron [por cuarta vez], esto no afectó a los que estaban protegidos, y que se habían separado de la Cuarta Raza. Lo mismo que los lemures, sólo los atlantes perversos perecieron, y no se les volvió a ver…”.

(…)

Ahora bien; si comparamos los 9.000 años mencionados por los cuentos persas, con los 9.000 años que Platón declara habían pasado desde el hundimiento de la última Atlántida, hácese aparente un hecho muy extraño. Bailly observó esto, pero lo desfiguró con su interpretación. La Doctrina Secreta puede devolver a los números su verdadero significado. Leemos en el Critias: “En primer término debemos recordar que han pasado 9.000 años desde la guerra de las naciones que vivían encima y fuera de las Columnas de Hércules, y las que poblaban la tierra por este lado”.

En el Timœus, Platón dice lo mismo. Pero como la Doctrina Secreta declara que la mayor parte de los últimos insulares atlantes perecieron en el intervalo entre hace 850.000 y 700.000 años, y que los arios tenían ya una antigüedad de 200.000 años cuando la primera gran “Isla” o Continente fue sumergido, parece que no hay posibilidad de reconciliar estos números. Pero realmente ello es posible. Siendo Platón un Iniciado, tenía que usar el lenguaje velado del Santuario, y lo mismo les sucedía a los Magos de Caldea y de Persia, por medio de cuyas revelaciones exotéricas fueron preservadas las leyendas persas que pasaron a la posteridad. Del mismo modo, vemos que los hebreos dan a la semana “siete días”, y hablan de una “semana de años”, cuando cada uno de sus días representa 360 años solares, y de hecho toda la “semana” tiene 2.520 años. Tenían ellos una semana sabática, un año sabático, etc.; y su sábado duraba indiferentemente 24 horas o 24.000 años en los cálculos secretos de sus Sods. Nosotros, los de la época presente, llamamos “siglo” a una centuria. Los del tiempo de Platón, o por lo menos los escritores iniciados, significaban por un milenio, no 1.000 años, sino 100.000; mientras que los hindúes, más independientes que nadie, no han ocultado nunca su cronología. Así, por 9.000 años, los Iniciados leen 900.000; durante cuyo tiempo –esto es, desde la primera aparición de la raza Aria, cuando las partes pliocenas de la que fue la gran Atlántida principiaron a sumergirse gradualmente y otros continentes a aparecer en la superficie, hasta la desaparición final de la pequeña isla Atlántida de Platón– las razas Arias no habían cesado nunca de luchar contra los descendientes de las primeras razas de gigantes. Esta guerra duró hasta cerca del fin de la edad que precedió al Kali Yuga, y fue la Mahabhârata, o Gran Guerra, tan famosa en la historia india. Tal mezcla de sucesos y épocas, y la reducción de cientos de miles de años a miles, no contradice el número de años transcurridos, con arreglo a la declaración que hicieron los sacerdotes egipcios a Solón, desde la destrucción del último resto de la Atlántida. La cifra de 9.000 años era exacta, pues este último suceso nunca había sido secreto, sino que se había borrado de la memoria de los griegos. Los egipcios tenían sus anales completos, a causa de su aislamiento; pues estando rodeados por el mar y el desierto, no habían sido inquietados por otras naciones hasta unos cuantos milenios antes de nuestra Era.

La historia obtiene la primera vislumbre de Egipto y sus grandes Misterios por medio de Heródoto, si no tomamos en cuenta la Biblia y su extraña cronología. Y cuán poco nos podía decir Heródoto, lo confiesa él mismo, cuando, al hablar de la tumba misteriosa de un Iniciado de Sais, en el sagrado recinto de Minerva, dice: “Detrás de la capilla… está la tumba de Uno, cuyo nombre considero impío divulgar… En el recinto hay grandes obeliscos, y cerca hay un lago rodeado de un muro de piedra en forma de círculo… En este lago ejecutan por la noche aquellas aventuras personales que los egipcios llaman Misterios; sin embargo, sobre estos asuntos, aunque conozco perfectamente sus detalles, tengo que guardar un discreto silencio” (II, 170).

---

Remitimos al lector a las páginas 427 y 428 del segundo volumen de La Doctrina Secreta para leer un fragmento de un comentario muy antiguo en el que se relata cómo ocurrió la gran inundación que acabó con la mayoría de los atlantes, narración que sugiere H. P. Blavatsky que fue la que inspiró la historia del Éxodo.

4.     Restos actuales de la Atlántida. Islas, picos y construcciones.

El concepto se debió seguramente a la gigantesca cordillera que corría a lo largo del borde o disco terrestre. Estas montañas hundían sus estribaciones en el fondo mismo de los mares, al paso que elevaban sus crestas hacia el cielo, perdiéndose su cima en las nubes. Los antiguos continentes tenían más montañas que valles. Atlas y el Pico de Tenerife, actualmente dos restos empequeñecidos de los dos perdidos continentes, eran tres veces más elevados en tiempo de la Lemuria, y dos veces más altos en el de la Atlántida. Así, los libios llamaban al Monte Atlas la “columna del Cielo”, según Heródoto (IV, 184), y Píndaro calificó al posterior Etna como “columna celeste” (Pitágoras, I, 20; Decharme, ob. cit., pág. 315). Atlas era un pico inaccesible de una isla, en los días de la Lemuria, cuando el continente africano no se había aún levantado. Es la única reliquia occidental que sobrevive, independiente, que pertenece al continente en que la Tercera Raza [Lemuria] nació, se desarrolló y cayó, pues Australia es ahora parte del continente oriental. El orgulloso Atlas, según la tradición Esotérica, habiéndose hundido una tercera parte en las aguas, las otras dos quedaron como herencia de la Atlántida.

Esto era también conocido de los sacerdotes egipcios y del mismo Platón; impidiendo que fuese conocida toda la verdad el juramento solemne de guardar el secreto, que se extendió hasta a los misterios del Neoplatonismo.

(…)

Lo que ahora es NO. de África, estuvo una vez relacionado con la Atlántida por una red de islas, de las cuales quedan hoy pocas.

(…)

Asburj, o Azburj, ya sea o no el pico de Tenerife, era un volcán cuando principió la sumersión de la “Atala occidental”, o infierno, y los que se salvaron refirieron lo sucedido a sus hijos. La Atlántida de Platón pereció entre el agua por debajo y el fuego por encima, pues la gran montaña no cesó de vomitar llamas. “El “Monstruo vomitador de fuego” fue el único que sobrevivió de entre las ruinas de la desgraciada isla”.

(…)

Construcciones atlantes.

El arqueólogo moderno, aunque especula ad infinitum sobre los dólmenes y sus constructores, no sabe, en efecto, nada de ellos, ni de su origen. Sin embargo, estos monumentos extraños, a veces colosales, de piedras sin labrar –que por regla general constan de cuatro o de siete bloques gigantescos colocados juntos– están esparcidos por Asia, Europa, América y África, en grupos o hileras. Se encuentran piedras de enorme tamaño colocadas horizontal y diversamente sobre dos, tres y cuatro bloques, y también sobre seis y siete, como en el Poitou. La gente los llama “altares del diablo”, piedras druídicas, y tumbas de gigantes. Las piedras de Carnac en Morbihan, Bretaña –que ocupan cerca de una milla de largo, en número de 11.000, puestas en once hileras–, son hermanas gemelas de las de Stonehenge. El menhir cónico de Loch–maria–ked, en el Morbihan, mide veinte yardas de largo y cerca de dos de grueso. El menhir de Champ Dolent (cerca de Saint Malo) se eleva a treinta pies del suelo y tiene quince pies de profundidad en la tierra. Estos dólmenes y monumentos prehistóricos se ven en casi todas las latitudes. Se encuentran en la cuenca del Mediterráneo; en Dinamarca (entre los túmulos locales, de veintisiete a treinta y cinco pies de alto); en Shetland; en Suecia, en donde los llaman ganggriften (o tumbas con corredores); en Alemania, en donde se les conoce por tumbas de gigantes (Hünengräben); en España, en donde se encuentra el dolmen de Antequera, cerca de Málaga; en África; en Palestina y Argelia, en Cerdeña, con los Nuraghi y Sepolture del giganti, o tumbas de gigantes; en Malabar; en la India, en donde se les llama las tumbas de los Daityas (gigantes) y de los Râkshasas, los Hombres– demonios de Lankâ; en Rusia y Siberia, en donde se les conoce por los Koorgan; en el Perú y Bolivia, en donde se les llama chulpa o sepulcros, etc.

No hay país que no los tenga. ¿Quién los construyó? ¿Por qué están todos relacionados con serpientes y dragones, con aligatores y cocodrilos? Porque, según se cree, se han encontrado en ellos restos del “hombre paleolítico”, y porque en los túmulos funerarios de América se han descubierto cuerpos de razas posteriores con los usuales ornamentos de collares de hueso, armas, urnas de piedra y de cobre, etc., se los considera, por tanto, tumbas antiguas. Pero ciertamente los dos túmulos famosos, uno en el valle del Misisipi y el otro en Ohio, conocidos respectivamente por “Túmulo del Aligator” y “Túmulo de la Gran Serpiente”, nunca fueron destinados a tumbas.

El no haberse encontrado hasta ahora ningún esqueleto gigantesco en las “tumbas” no es razón para decir que nunca contuvieran restos de gigantes. La cremación era universal hasta una época relativamente reciente; – hace unos 80.000 ó 100.000 años. Los verdaderos gigantes, además, se ahogaron casi todos en la sumersión de la Atlántida. (…) Por tanto, se acerca más a la verdad decir que sólo las tumbas son arcaicas, y no necesariamente los cuerpos de los hombres que se han encontrado en ellas algunas veces; y que esas tumbas, puesto que son gigantescas, han debido contener gigantes, o más bien las cenizas de generaciones de gigantes.

(…)

Tampoco estaban dedicadas a sepulcros todas esas construcciones ciclópeas. Con los llamados restos druídicos, tales como Carnac en Bretaña y Stonehenge en la Gran Bretaña, es con lo que tuvieron que ver los Iniciados viajeros a que antes hemos aludido. Y estos monumentos gigantescos son todos anales simbólicos de la historia del Mundo. No son druídicos, sino universales. No los construyeron los druidas; pues ellos sólo fueron los poseedores de la herencia ciclópea que les legaron generaciones de poderosos constructores, y “magos”, tanto buenos como malos.

(…)

(44.) CONSTRUYERON (los Atlantes) GRANDES IMÁGENES DE NUEVE YATIS DE ALTO (27 pies): EL TAMAÑO DE SUS CUERPOS (a). FUEGOS INTERNOS HABÍAN DESTRUIDO LA TIERRA DE SUS PADRES (los Lemures). EL AGUA AMENAZABA A LA CUARTA (Raza) (b)

(a) Vale la pena de observar que la mayor parte de las estatuas gigantescas descubiertas en la Isla de Pascua, parte innegablemente de un continente sumergido, así como las encontradas en las fronteras del Gobi, región que había estado sumergida por edades sin cuento, son todas de veinte a treinta pies de alto. Las estatuas encontradas por Cook en la Isla de Pascua median casi todas veintisiete pies de altura, y ocho pies de hombro a hombro. La escritora sabe muy bien que los arqueólogos modernos han decidido que “estas estatuas no son muy antiguas”, según ha declarado un alto funcionario del Museo Británico, en donde están ahora algunas de ellas. Pero ésta es una de esas decisiones arbitrarias de la ciencia moderna que no tienen gran valor en sí.

(…)

Pero, ¿quién talló las estatuas aún más colosales de Bamián [“en 2001 … el régimen islámico talibán decidió que estas estatuas eran ídolos, y por tanto contrarias al Corán, ordenando así su destrucción. Las colosales estatuas fueron devastadas con dinamita y disparos desde tanques”. Wikipedia.], las más altas y gigantescas del mundo entero? Porque la “Estatua de la Libertad” de Bartholdi, ahora en Nueva York, es enana comparada con la mayor de las cinco estatuas. Burnes y varios sabios jesuitas que han visitado el lugar hablan de una montaña “toda acribillada a modo de panal de celdas gigantescas”, con dos gigantes inmensos tallados en la roca. Se refiere a los Miaotse modernos (vide supra la cita de Shoo–King), los últimos testigos supervivientes de los Miaotse que “turbaron la tierra”. Los jesuitas tienen razón, y los arqueólogos que ven Buddhas en las más grandes de estas estatuas se equivocan. Pues todas estas innumerables ruinas gigantescas que se descubren unas tras otras en nuestros días, todas esas inmensas avenidas de ruinas colosales que cruzan la América del Norte a lo largo y más allá de las Montañas Rocosas, son obra de los Cíclopes, los Gigantes verdaderos y efectivos de antaño. “Masas de huesos humanos enormes” se han encontrado “en América, cerca de Munte [?]”, nos dice un célebre viajero moderno, precisamente en el sitio señalado por la tradición local como el lugar donde desembarcaron aquellos gigantes que invadieron América cuando apenas acababa de levantarse sobre las aguas (Véase De la Vega, IX, IX).

Los Budas de Bamiyán, dibujo de Lawrowitsch Jaworski (1879).

(…)

La afirmación de que no existen estatuas mayores en todo el globo [estatuas de Bamián] se prueba fácilmente con el testimonio de todos los viajeros que las han examinado y medido. Así resulta que la mayor tiene 173 pies de alto, o sea setenta pies más que la “Estatua de la Libertad” de Nueva York; toda vez que esta última sólo mide 105 pies o 34 metros de altura. El mismo famoso coloso de Rodas, entre cuyas piernas pasaban con facilidad los mayores barcos de entonces, sólo tenía de 120 a 130 pies de alto. La segunda gran estatua, que como la primera está tallada en la roca, tiene solamente 120 pies, o sean quince más que la mencionada de la “Libertad”. La tercera estatua sólo tiene 60 pies, y las otras dos son aún más pequeñas, siendo la última un poco más alta que el término medio de los hombres altos de nuestra Raza actual. El primero y más grande de los colosos representa a un hombre envuelto en una especie de “toga”; M. de Nadeylac cree que la apariencia general de la figura, las líneas de la cabeza, el ropaje, y especialmente las grandes orejas colgantes, son indicaciones innegables de que se pretendía representar a Buddha. Pero realmente ellas no prueban nada.

 (…)

 Otra tradición, que se halla corroborada por anales escritos, contesta a la pregunta y explica el misterio. Los Arhats y Ascetas buddhistas encontraron las cinco estatuas, y muchas más que ahora están destruidas. Tres de ellas, que estaban de pie en nichos colosales a la entrada de sus moradas futuras, fueron cubiertas con yeso, y, sobre las estatuas antiguas, modelaron otras nuevas que representaran al Señor Tathagata. Las paredes interiores de los nichos están cubiertas hasta hoy día con pinturas brillantes de figuras humanas, y la imagen sagrada de Buddha está reproducida en todos los grupos. Estos frescos y ornamentos, que hacen recordar el estilo de pintura bizantino, son todos debidos a la piedad de los monjes ascetas, así como también otras figuras menores y adornos labrados en la roca. Pero las cinco estatuas son obra de los Iniciados de la Cuarta Raza, quienes, después de la sumersión de su continente, se refugiaron en los desiertos y en las cumbres de las montañas del Asia Central. Así, pues, las cinco estatuas son anales imperecederos de la Enseñanza Esotérica, respecto de la evolución gradual de las razas.

La más grande representa la Primera Raza de la especie humana, cuyo cuerpo etéreo está así conmemorado en la piedra dura, imperecedera, para instrucción de las generaciones futuras; pues de otro modo su recuerdo no hubiera nunca sobrevivido al Diluvio Atlántico. La segunda, de 120 pies de alto, representa al nacido del sudor; y la tercera, que mide 60 pies, inmortaliza a la Raza que cayó, inaugurando así la primera raza física, nacida de padre y madre, cuyos últimos descendientes se hallan representados en las estatuas encontradas en la Isla de Pascua. Estos descendientes sólo tenían de 20 a 25 pies de estatura en la época en que la Lemuria fue sumergida, después de haber sido casi destruida por fuegos volcánicos. La Cuarta Raza fue aún más pequeña, aunque gigantesca en comparación con nuestra Raza Quinta actual, y la serie termina finalmente en esta última.

Éstos son, pues los “Gigantes” de la antigüedad, los Gibborim ante y postdiluvianos de la Biblia. Vivieron y florecieron ellos hace un millón de años, y no tres o cuatro mil solamente. Los Anakim de Josué, cuyas huestes eran como “langostas” en comparación de los judíos, son, pues, una fantasía israelita, a menos que, verdaderamente, el pueblo de Israel pretenda para Josué una antigüedad y un origen en el período Eoceno, o cuando menos Mioceno, y cambien los milenios de su cronología en millones de años.

(…)

Esto aclara lo que más de una vez se menciona en otra parte de los Comentarios; a saber, que los Adeptos u hombres “Sabios” de la Tercera, Cuarta y Quinta Razas moran en habitaciones subterráneas, generalmente bajo alguna especie de construcción piramidal, si no actualmente bajo una pirámide. Pues tales “pirámides” existen en los “cuatro extremos del mundo”, y no fueron nunca monopolio de la tierra de los Faraones, aun cuando, verdaderamente, hasta que se encontraron esparcidas en las dos Américas, sobre y bajo tierra, debajo y en medio de selvas vírgenes, así como también en llanuras y valles, se creía generalmente que eran propiedad exclusiva de Egipto. Si ya no se encuentran verdaderas pirámides geométricas perfectas en regiones europeas, sin embargo, muchas de las supuestas cuevas primitivas neolíticas, muchos de los “menhires” enormes triangulares, piramidales y cónicos del Morbihan, y generalmente en Bretaña, muchos de los “túmulos” daneses y hasta las “tumbas de gigantes” de Cerdeña, con sus compañeros inseparables los “nuraghi”, son copias más o menos groseras de las pirámides. La mayor parte de éstas son obras de los primeros habitantes del recién nacido continente e islas de Europa, las “algunas razas amarillas, algunas de color oscuro y negro y algunas rojas” que quedaron después de la sumersión de los últimos continentes e islas Atlantes, hace unos 850.000 años –excepto la isla de Platón– y antes de la llegada de las grandes razas Arias; mientras que otras fueron construidas por los primeros emigrantes del Oriente.