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Mapa de Athanasius Kircher, que muestra un supuesto enclave de la Atlántida. (Mundus Subterraneus, 1669). Mapa orientado con el sur arriba. Wikipedia. |
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1. Introducción.
“Cada vez que se encuentran restos de alguna civilización
sumergida en el Atlántico (o en otras zonas), se publican una serie de libros y
artículos de revistas que suelen identificarlos con el continente
"perdido" de la Atlántida. La Atlántida, cuya imagen ha intrigado a
la Humanidad desde épocas remotas, fue descrita con muchos detalles por Platón
en sus diálogos Timeo y Critias como la tierra de la Edad de Oro del
hombre, un grande y maravilloso imperio mundial que `se hundió bajo el mar...
en medio de violentos terremotos e inundaciones... en un sólo día y una sola
noche de lluvia... y que ésa es la razón por la cual el mar es impenetrable en
esos lugares...´.
Como es natural, se han identificado las ruinas submarinas de
las Bahamas con la Atlántida, aunque Platón, el más famoso comentarista de este
continente perdido, parece haberlo situado en frente de las Columnas de
Heracles (Hércules), hoy conocidas como Estrecho de Gibraltar, en algún lugar
del Atlántico. Una lectura detenida del relato de Platón revela sin embargo una
información en extremo interesante, que sugiere que el Imperio Atlántico no era
una isla, sino una serie de grandes islas a lo largo del Atlántico, cuyo poder
se había extendido a ambos lados del océano. Platón escribió:
... En aquellos días (aproximadamente hace 11.500 años), el
Atlántico era navegable y había una isla situada frente a los estrechos
llamados Columnas de Heracles: la isla era mayor que Libia y Asia juntas y era
la ruta hacia otras islas, y desde ellas podía uno pasar a través de todo el
continente situado en dirección opuesta y que rodea el verdadero océano; porque
este mar que se halla dentro de los estrechos de Heracles (el Mediterráneo) es
sólo un puerto, con una entrada estrecha, pero el otro es el verdadero mar y la
tierra que lo rodea podría en verdad ser llamada un continente.
Debe señalarse que Platón mencionó a Libia (es decir, África)
y Asia, pero específica y separadamente habla del continente; es decir, el
continente hacia el oeste que, según había dicho antes, hallaba dentro de la
égida de la Atlántida”.
The Bermuda Triangle, por Charles Berlitz. Mundo Actual de Ediciones,
Nueva York, 1974. Traducido al castellano por José Cayuela.
“La historia acerca de la Atlántida y todas las tradiciones
sobre el asunto fueron contadas, como todos saben, por Platón en su Timœus y
Critias. Platón, cuando era niño, lo supo de su abuelo Critias, de edad de
noventa años, quien lo había oído en su juventud a Solón, amigo de su padre,
Dropide; – Solón, uno de los Siete Sabios de Grecia. Creemos que no podría
encontrarse origen de más confianza”. HPB
En la obra La Doctrina
Secreta de H. P. Blavatsky, especialmente el volumen II, encontramos una
valiosa fuente de información sobre la Atlántida, entre otros muchos temas. De
la citada obra se ha extraído el material para esta compilación, que a
continuación se expone:
2. Localización de la Atlántida.
Los creyentes en Platón describen generalmente la Atlántida
como una prolongación del África. Sospéchese también que existió un viejo
continente en la costa oriental. Pero el África, como
continente, nunca formó parte de la Lemuria ni de la Atlántida, como hemos
convenido en llamar al Tercero y Cuarto continentes. Sus nombres
arcaicos jamás han sido mencionados en los Purânas ni en ninguna otra parte.
Pero sólo con que se posea una de las claves Esotéricas, es tarea fácil
identificar esas tierras desaparecidas con el sinnúmero de “Tierras de los
Dioses”, Devas y Munis, descritas en los Purânas, en sus Varshas, Dwipas y
zonas. Su Shvetadvîpa, durante los primeros días de la Lemuria, se erigía como
un pico–gigante surgiendo del fondo del mar; y el área entre el Atlas y
Madagascar estuvo ocupada por las aguas hasta el primer período de la
Atlántida, después de la desaparición de la Lemuria, cuando el África surgió
del fondo del Océano y el Atlas se sumergió a medias.
(…)
Según se ha indicado en la Introducción, es claro que ni el
nombre de Lemuria, ni aun el de Atlántida, son los verdaderos nombres arcaicos
de los perdidos Continentes. Sólo los hemos adoptado en gracia de la claridad.
Atlántida fue el nombre que se dio a aquellas partes del Continente sumergido
de la Cuarta Raza, que estaban “más allá de las Columnas de Hércules”, y que se
mantuvieron sobre las aguas después del Cataclismo general. El último resto
de ellas, la Atlántida de Platón, o “Poseidonis”, el cual es otro substituto, o
más bien una traducción del nombre verdadero, fue el último resto del
Continente que quedaba sobre el agua, hace unos 11.000 años. La mayor parte
de los verdaderos nombres de los países e islas de ambos Continentes se
encuentran en los Purânas; pero el mencionarlos especialmente, según se hallan
en otras obras más antiguas, tales como el Suryâ Siddhanta, necesitaría
explicaciones demasiado extensas. Si en escritos anteriores parecen los dos
demasiado poco diferenciados, esto es debido a una lectura poco atenta y a
falta de reflexión.
(…)
Por tanto, aun cuando puede decirse, sin apartarse de la
verdad, que la Atlántida está incluida en los siete grandes Continentes
Insulares, puesto que la Cuarta Raza Atlante llegó a poseer algunos de los
restos de la Lemuria, y estableciéndose en las islas, las incluyeron entre sus
tierras y continentes; sin embargo, debe hacerse una diferencia y darse una
explicación, toda vez que en la presente obra se intenta un relato más exacto y
completo. Algunos Atlantes tomaron también posesión, de
esta manera, de la Isla de Pascua; y ellos, habiendo escapado al
Cataclismo de su propio país, se establecieron en este resto de la Lemuria,
pero sólo para perecer en él al ser destruido, en un día, por fuegos y lavas
volcánicos.
(…)
La parte Atlántica de la Lemuria fue la base geológica de lo
que se conoce generalmente por Atlántida, pero que debe más bien considerarse
como un desarrollo de la prolongación Atlántica de la Lemuria, que como una
masa de tierra completamente nueva, levantada para atender a las exigencias
especiales de la Cuarta Raza–Raíz. Lo mismo que sucede en la evolución de una
Raza, ocurre en los cambios sucesivos y arreglos de las masas continentales,
sin que se pueda trazar una línea bien determinada en donde un orden termina y
otro principia. La continuidad en los procesos naturales no se interrumpe
nunca. Así, la Raza Cuarta Atlante se desarrolló de un núcleo de hombres de la
Raza Tercera de la Lemuria Septentrional, concentrado, por decirlo así, hacia
un punto de lo que ahora es el Océano Atlántico medio. Su continente se formó por la unión de muchas islas y
penínsulas que se levantaron en el transcurso ordinario del tiempo, y
últimamente se convirtió en la verdadera morada de la gran Raza conocida por
Atlante. Después que se consumó esto, según manifiesta la autoridad
Oculta más elevada: “La Lemuria… no debe confundirse más con el Continente
Atlántico, como Europa no se confunde con América” (Esoteric Buddhism,
pág. 58).
(…)
Seguro es que Europa fue precedida no sólo por la última isla
de la Atlántida de que habla Platón, sino también por un gran continente, que primero se dividió, y últimamente
se subdividió en siete penínsulas e islas (llamadas Dwipas). Cubría él todas
las regiones Atlánticas del norte y del sur, así como partes del Pacífico, del
norte y sur, y tenía islas hasta en el Océano Indico (restos de la Lemuria).
Este aserto está corroborado por los Purânas indios, por escritores griegos y
por tradiciones persas, asiáticas y mahometanas.
3. Habitantes de la Atlántida.
En esto está Faber de acuerdo con Bailly, quien se muestra más
instruido y con más intuición que los que aceptan la cronología bíblica.
Tampoco se equivocaba Bailly al decir que los Atlantes eran lo mismo que los
Titanes y Gigantes (Véanse sus Lettres sur l'Atlantide). Faber adopta tanto más
gustoso la opinión de su cofrade francés cuanto que Bailly menciona a Cosme
Indicoplesta, que conservaba una antigua tradición acerca de Noé, de que había
“habitado en otro tiempo la isla Atlántida”. Que esta isla sea la “Poseidonis”
mencionada en el Esoteric Buddhism o el Continente de la Atlántida,
importa poco. La tradición existe, registrada por un cristiano.
(…)
Los atlantes, primera progenie del hombre semidivino después
de su separación en sexos y, por tanto, los primeros engendrados y los mortales
que primeramente nacieron al modo humano, fueron los primeros “sacrificadores”
al dios de la materia. Son ellos, en el oscuro y remoto pasado, en edades más
que prehistóricas, el prototipo sobre el cual se construyó el gran símbolo de
Caín, los primeros antropomorfistas que adoraron la forma y la materia, culto
que pronto degeneró en personal, y que luego condujo al falicismo que reina
supremo hasta hoy día en el simbolismo de todas las religiones exotéricas de
rituales, dogmas y formas. (…)
Era creencia de toda la antigüedad, pagana y cristiana, que la
humanidad primitiva fue una raza de gigantes. En ciertas excavaciones hechas en
América (en terraplenes y en cuevas) se han encontrado ya, en casos aislados,
grupos de esqueletos de nueve y de doce pies de alto. Éstos pertenecen a tribus
de la Quinta Raza primitiva, degenerada ahora hasta el tamaño de cinco y seis
pies. Pero podemos creer sin dificultad que los Titanes y Cíclopes de antaño
pertenecían realmente a la Cuarta Raza (Atlante), y que todas las leyendas y
alegorías posteriores que se encuentran en los Purânas hindúes y en los poemas
griegos de Hesíodo y de Homero se basaban en nebulosas reminiscencias de
Titanes verdaderos (hombres de un poder físico sobrehumano tremendo, que
les permitía defenderse y tener a raya a los monstruos gigantescos de los
tiempos primitivos mesozoicos y cenozoicos) y de Cíclopes reales, mortales
de “tres ojos”.
(…)
Hablar de una raza de nueve
yatis o veintisiete pies de alto [8,23
metros aprox.], en una obra que pretenda un carácter más científico que, por
ejemplo, la historia de “Jack el Matador de Gigantes”, es un procedimiento
bastante raro. ¿Dónde están las pruebas? –se preguntará a la escritora–. En la historia y en la tradición, es la respuesta.
Las tradiciones de una raza de gigantes en los tiempos remotos, son
universales; existen en doctrinas orales y escritas. La India ha tenido sus
Danavas y Daityas; Ceilán sus Râkshasas; Grecia sus Titanes; Egipto sus Héroes
colosales; Caldea sus Izdubars (Nimrod); y los judíos sus Emims de la tierra de
Moab, con los famosos gigantes, Anakim (Números, XIII, 33). Moisés habla
de Og, un rey cuyo “lecho” tenía nueve codos de largo (15 pies 4 pulgadas) y
cuatro de ancho (Deut., III, II); y Goliat tenía “seis codos y un palmo
de alto” (o 10 pies 7 pulgadas). La única diferencia que se encuentra entre la
“escritura revelada” y las pruebas que nos han proporcionado Heródoto, Diodoro
de Sicilia, Homero, Plinio, Plutarco, Filostrato, etc., es la siguiente: al
paso que los paganos mencionan solamente esqueletos de gigantes, muertos edades
sin cuento antes, reliquias que algunos de ellos habían visto personalmente,
los intérpretes de la Biblia exigen sin rubor que la geología y la arqueología
deban creer que algunos países estaban habitados por tales gigantes en los días
de Moisés; gigantes ante los cuales los judíos eran como langostas, y los
cuales existían todavía en los días de Josué y David. Desgraciadamente, su
propia cronología se opone a ello. Hay que renunciar a esta última o a los
gigantes.
(…)
La civilización de los atlantes fue
aún mayor que la de los egipcios. Sus descendientes degenerados, la nación de
la Atlántida de Platón, fueron los que construyeron las primeras Pirámides en
el país, y eso seguramente antes del advenimiento de los “etíopes orientales”,
como llama Heródoto a los egipcios. Esto
puede deducirse muy bien de la declaración de Ammanio Marcelino, el cual dice
de las Pirámides que: “Hay también pasajes subterráneos y retiros tortuosos,
los cuales, se dice, fueron construidos en diferentes lugares por hombres
hábiles en los antiguos misterios, por medio de los cuales adivinaban la venida
de un diluvio, a fin de que la memoria de todas sus ceremonias sagradas no se
perdiese”. Estos hombres, que “adivinaban la venida de los diluvios” no eran
egipcios, los cuales no tuvieron jamás ninguno, exceptuando las crecidas
periódicas del Nilo. ¿Quiénes eran? Los últimos restos de los atlantes,
afirmamos nosotros…
3.1 De la Cuarta Raza a la Quinta (de los atlantes
a los arios primitivos).
De la Cuarta Raza es de donde los arios primitivos adquirieron
su conocimiento del “conjunto de cosas maravillosas” [de] el Sabhâ y Mayasabhâ
mencionados en el Mahâbhârata, el don de Mayasura a los Pândavas. De ellos
aprendieron la aeronáutica, la Vimâna Vidyâ, el “conocimiento de volar en
vehículos aéreos” y, por tanto, sus grandes conocimientos de meteorografía y
meteorología. De ellos también heredaron los arios su más valiosa ciencia de
las virtudes ocultas de las piedras preciosas y otras, de la química, o más
bien, la alquimia, la mineralogía, geología, física y astronomía.
(…)
Según se declara en el Buddhismo Esotérico, los
egipcios, así como los griegos y los “romanos” de hace algunos miles de años,
eran “restos de los ario–atlantes”; los primeros, de los atlantes más antiguos
o atlantes Ruta; los últimos mencionados, descendientes de la última raza de la
isla cuya repentina desaparición fue referida a Solón por los Iniciados
egipcios. La Dinastía humana de los egipcios más antiguos, que principió
con Menes, poseía todo el conocimiento de los atlantes, aun cuando ya no había
en sus venas sangre atlante. Pero aquéllos habían preservado todos los Anales
Arcaicos.
(…)
Pero la historia del pasado no se perdió enteramente nunca,
pues los sabios del antiguo Egipto la habían conservado “y así se conserva
hasta hoy en otra parte”. Los sacerdotes de Sais dijeron a Solón, según Platón:
“No conocéis esa nobilísima y excelente raza de hombres que habitó una vez
vuestro país, de quien vos descendéis, así como todos vuestros actuales
estados, aunque sólo un pequeño resto de esta gente admirable es la que ahora
queda… Estos escritos relatan la fuerza prodigiosa que dominó una vez vuestra
ciudad, cuando un potente poder guerrero, precipitándose desde el mar
Atlántico, se extendió con furia hostil sobre toda Europa y Asia (Timæus).
Los griegos no eran sino los restos empequeñecidos y debilitados de esa nación
en un tiempo gloriosa…”.
¿Qué era esta nación? La Doctrina Secreta enseña que fue la
última parte de la séptima subraza de los atlantes, que entonces estaba ya
englobada en una de las primeras subrazas del tronco Ario, que se había ido
extendiendo gradualmente sobre el continente e islas de Europa, tan pronto como
éstas principiaron a surgir de los mares. Descendiendo
de las altas mesetas del Asia, en donde las dos razas se habían refugiado en
los días de la agonía de la Atlántida, se habían ido estableciendo y
colonizando las nuevas tierras surgidas. La subraza inmigradora
había aumentado y se multiplicó rápidamente en aquel suelo virgen; se había
dividido en muchas razas de familia, las cuales a su vez se dividieron en
naciones: Egipto y Grecia, los fenicios y los troncos del norte, procedieron
así de esta subraza. Miles de años después, otras razas (restos de los
atlantes), “amarillas y rojas, morenas y negras”, principiaron a invadir el
nuevo continente. Hubo guerras en que los recién llegados fueron vencidos, y
huyeron, unos al África, otros a países remotos.
3.
Pérdida
de espiritualidad; nacimiento de la hechicería.
De este modo fue como los primeros atlantes, nacidos en el
Continente Lemur, se separaron desde sus primeras tribus en buenos y en malos;
en los que adoraban al Espíritu invisible de la Naturaleza, cuyo rayo siente el
hombre dentro de sí mismo, o Panteístas, y en los que rendían un culto fanático
a los Espíritus de la Tierra, los Poderes antropomórficos, Cósmicos y
tenebrosos, con quienes se aliaron. Éstos fueron los primeros Gibborim, los
“hombres poderosos… famosos” en aquellos días” (Gen. VI), que en la Quinta
Raza son los Kabirim, Kabiri, para los egipcios y fenicios; Titanes, para los
griegos, y Râkshasas y Daityas para las razas indias.
…
c) Éste es el principio de un culto, el cual estaba condenado
a degenerar, edades después, en falicismo y culto sexual. Principió por el
culto del cuerpo humano –ese “milagro de milagros”, como lo llama un autor
inglés– y terminó por el de sus sexos respectivos. Los que tal culto rendían,
eran gigantes de estatura; pero no gigantes en conocimientos y sabiduría,
aunque ésta venía a ellos más fácilmente que a los hombres de nuestros tiempos
modernos. Su ciencia era innata en ellos. Los Lemuro–Atlantes no tenían
necesidad de descubrir y fijar en su memoria lo que su PRINCIPIO animador sabía
en el momento de su encarnación. Sólo el tiempo, y el embotamiento siempre
progresivo de la materia de que los Principios se habían revestido, pudieron,
el primero, debilitar la memoria de su conocimiento prenatal, y el segundo,
entorpecer y hasta extinguir en ellos todo fulgor de lo espiritual y divino.
Así, pues, desde el principio cayeron, víctima de sus naturalezas animales, y
criaron “monstruos”, esto es, hombres de variedades distintas de ellos.
(…)
… o sea la tradición universal acerca del tercer gran
continente que pereció hace unos 850.000 años, un continente habitado por dos
razas distintas, distintas físicamente y sobre todo moralmente, ambas en
extremo versadas en la sabiduría primitiva y en los secretos de la naturaleza,
y mutuamente enemigas en su lucha, durante el curso y progreso de su doble
evolución. Pues ¿de dónde provienen hasta las enseñanzas chinas sobre el
asunto, si no es más que una “ficción”? ¿No tienen ellos anales de la
existencia en un tiempo de una Isla Santa más allá del sol, Tcheoti, más allá
de la cual estaban situadas las tierras de los Hombres Inmortales? ¿No creen
ellos todavía que los restos de esos hombres inmortales –que sobrevivieron
cuando la Isla Santa se convirtió en negra por el pecado y pereció– han
encontrado refugio en el gran Desierto de Gobi, en donde residen aún,
invisibles para todos y defendidos de toda intrusión por una hueste de
Espíritus?
(…)
Esto está explicado en nuestros Comentarios: “Ellos [la sexta
subraza de los atlantes] usaban encantos mágicos hasta en contra del Sol”, y al
fracasar en su intento, le maldecían. Se atribuía a los brujos de Tesalia el
poder de hacer descender a la Luna, según nos lo asegura la historia griega. Los atlantes de los últimos tiempos eran famosos por sus
poderes mágicos y su perversidad, por su ambición y su desprecio de los dioses.
De aquí las mismas tradiciones que tomaron forma en la Biblia acerca de los gigantes
antediluvianos y la Torre de Babel, y que se encuentran también en el Libro de
Enoch.