"¿Qué templos vamos a erigir a la divinidad, si el Universo, que es obra suya, no puede apenas contenerla? ¿Cómo colocaríamos en un solo edificio el poder del Omnipotente? ¿No es preferible, acaso, que consagremos un templo en nuestro corazón y en nuestro espíritu a la divinidad?”
Extractos del artículo “Los orígenes del ritual en la iglesia y en la masonería”, de H. P. Blavatsky. (1)
Título original: “The roots of ritualism in Church and Masonry”, publicado en la revista Lucifer con fechas 15/03/1889 (número
19), y 15/05/1889 (número 21). De la traducción al español por Salvador Valera.
Sobre la Virgen María:
“Además, ¿es que no vamos a protestar contra la acusación de
idolatría que han lanzado contra nosotros los católico–romanos, cuya religión
es más pagana todavía que cualquiera de las que profesan los adoradores de los
elementos y del sistema solar? Nadie menos calificado que los católicos para
acusar, puesto que su momificado y estrecho credo
lo han copiado de creencias más antiguas que la suya, y sus dogmas y ritos son
Idénticos a los de todas las naciones idólatras, si es que existen naciones de
esta clase.
En toda la superficie del planeta, desde el Polo Norte hasta
el Polo Sur, desde los helados golfos de los países nórdicos hasta las tórridas
llanuras de la India meridional y del corazón de América, desde Grecia hasta
Caldea, el Fuego Solar ha sido adorado como símbolo del Poder Divino creador
del Amor y de la Vida. La unión del Sol (el elemento masculino) con la tierra y
el agua (la materia–elemento femenino) se ha conmemorado en los templos
esparcidos por el Universo entero. Nueve meses antes de llegar el solsticio de
invierno, los paganos celebraban una fiesta conmemorativa de esta unión en la
que se decía que Isis había concebido; pues bien, los cristianos hacen lo
mismo, pues celebran nueve meses antes de la Navidad el grande y santo
día de la Anunciación, día en que la “Virgen María” recibió el favor de (su)
Dios y concibió al “Hijo del Altísimo” ¿De dónde proceden la adoración del
Fuego, de las luces y de las lámparas que se colocan en las iglesias? ¿Por qué
se hace esto? Porque Vulcano, el dios del Fuego, se unió con Venus, diosa del
mar. Por esta misma razón los Magos y las Vírgenes–vestales cuidaban del Fuego
sagrado. El Sol era el “Padre” de la Naturaleza; o sea, de la eterna
Virgen–Madre. La relación de aquel con ésta se repite en la dualidad Osiris–Isis
y en la de Espíritu–Materia, la cual fue adorada bajo tres estados por los
paganos y los cristianos. He aquí de donde proceden esas Vírgenes vestidas con
un traje azul salpicado de estrellas, que pisan una luna creciente, símbolo de
la naturaleza femenina (en sus tres elementos: aire, agua y fuego), fecundada
anualmente por el Fuego o Sol masculino con sus radiantes rayos, (las “lenguas
de fuego” del Espíritu Santo).
El Kalevala, que es el poema más antiguo de
Finlandia, cuya antigüedad precristiana es indiscutible para los eruditos,
habla de los dioses finlandeses del aire y del agua, del fuego y de los
bosques, del cielo y de la tierra. El lector podrá encontrar en la magnífica
traducción al inglés de J.M. Crawford, Rume L (Vol. II) la leyenda entera de la
Virgen María, de
Mariatta, hermosa joven, Virgen–Madre de las Tierras nórdicas
(pág.729).
Ukko, el gran Espíritu que moraba en Yumala (el cielo o
paraíso), eligió a la Virgen Mariatta con objeto de que le sirviera de vehículo
para encarnarse por su medio en forma de Hombre–Dios. Quedó ella encinta al
comer una baya roja (marja). Repudiada por sus padres dio a luz a un
Hijo inmortal en el pesebre de un establo, pero el “Santo Niño” desapareció
inmediatamente y Mariatta se lanzó en su búsqueda. Preguntó a una estrella –”la
estrella guía de los países nórdicos”– dónde se ocultaba “El Santo Niño”, pero
ésta le repuso irritada:
Aunque lo supiera, no te lo diría: porque tu hijo fue quien
me creó en el frío para que brillase eternamente…
Y la estrella no dijo nada a la Virgen. La dorada luna no
consintió tampoco en ayudarle, fundándose en que el hijo de Mariatta la había
creado dejándola en el anchuroso cielo:
Aquí me dejó para que durante la noche vagase en completa
soledad por las tinieblas y luciera para bien ajeno…
Únicamente el
“Argentado Sol” se compadeció de la Virgen–Madre y le dijo:
Allá lejos está el Niño adorado.
Allí reposa tu santo Hijo, durmiendo oculto con agua hasta la
cintura entre cañas y juncos…
Y Mariatta se lleva al Santo Niño a su casa y mientras que
ella le llama “Flor”. Otros le dicen Hijo del Dolor. ¿Nos encontramos, en este
caso, ante una leyenda post–cristiana? De ninguna manera, pues ya dije antes
que es una leyenda de origen esencialmente pagano, siendo creencia que es
anterior al cristianismo. De esto se sigue que, con semejantes datos literarios
en la mano, pierden su finalidad las acusaciones dé ateísmo e idolatría que se
repiten sin cesar. Por otra parte, el término
idolatría es de origen cristiano, pues sabido es que esta palabra fue aplicada
por los nazarenos primitivos durante los dos primeros siglos de nuestra era y
la primera mitad del tercero a las naciones que utilizaban iglesias, templos,
estatuas e imágenes, porque los primeros cristianos no tenían templos, ni
estatuas, ni imágenes, cosas que ellos aborrecían en extremo.
El término “idólatras” podría aplicarse con más propiedad a
nuestros acusadores que a nosotros, como lo demostraremos en este escrito. El
católico que coloca Madonas en cada encrucijada y fabrica estatuas de Cristo,
de ángeles de toda especie e incluso de Santos y Papas, no puede acusar de
Idólatras a los hindúes y budistas”.
Sobre el culto antropomórfico de Dios:
“Comencemos con el origen de la palabra Dios, God en
inglés. ¿Cuál es la significación verdadera y primitiva de este término? Sus
significados etimológicos son tan numerosos como variados. Según uno de ellos,
la palabra se deriva de un término persa antiquísimo y muy místico: Goda
el cual quiere decir “El mismo”, o algo emanante por sí mismo del Principio
absoluto. La raíz de esa palabra es Godan de donde se derivan Wotan,
Woden y Odín; de forma que la radical oriental no ha sido casi
alterada por las razas germánicas que formaron con ella la voz Gotz, de
la cual derivaron el adjetivo Gut, “Good” (bueno en inglés) y el término
Goda o ídolo. Las palabras Zeus y Theos de la antigua Grecia dieron
origen a la palabra latina Deus. Goda, la emanación, no es ni puede ser
idéntica a aquello de lo que emana y, por consiguiente, es tan sólo su
manifestación periódica y finita. Cuando el antiguo Arato dijo que “Todos
los caminos y mercados frecuentados por los hombres están llenos de Zeus;
llenos de Él están los mares y también los puertos”, no limitaba la idea de
Dios a un mero reflejo temporal suyo sobre nuestro plano terrestre, como lo es
Zeus o su antecedente Dyao, sino que daba a la palabra la extensión de un
Principio universal y omnipresente. Antes de que Dyao, el deslumbrante dios (el
cielo) hubiera atraído la atención del hombre, existía ya el védico Tat
–“aquello”– (that en inglés), el cual no tiene ni para el filósofo ni
para el iniciado nombre alguno definido, porque es la noche absoluta, oculta
bajo toda la radiante luz manifestada. Pero no se pudo evitar que el Sol,
primera manifestación en el mundo de Maya e hijo de Dyao, fuese llamado por los
ignorantes “El Padre” como lo fue también el mítico Júpiter, última y
significativa reflexión de Zeus–Surya.
De manera que el sol llegó rápidamente a ser sinónimo de
Dyao y fue confundido con él. Para unos, era el Hijo; para otros, “el Padre”,
que mora en el radiante cielo. Sin embargo, Dyao–Pitar, el Padre en el Hijo y
el Hijo en el Padre, tiene origen finito, puesto que le fue concedida la Tierra
como esposa. Durante la gran decadencia de la filosofía metafísica fue cuando
comenzó a representarse a Dyâvâ–prithivî, “el Cielo y la Tierra”, en
forma de padres universales y cósmicos, no sólo de los hombres, sino también de
los dioses. El poético y abstracto concepto original de la causa ideal acabó
por corromperse. Dyao, el Cielo, llegó a ser rápidamente Dyao el Paraíso, la
morada del “Padre” y, finalmente, el mismo Padre. En seguida el Sol fue
transformado en símbolo del Padre y recibió el título de Dína Kara “el que crea
el día”, y de Bhâskara “el que crea la luz”, siendo desde ese momento el Padre
de su Hijo y viceversa.
A partir de entonces se estableció el reino del ritualismo y
del culto antropomórfico que terminó por envilecer al mundo entero, extendiendo
su supremacía hasta nuestra época llamada civilizada.
…
Una vez se ha visto que éste es el origen común, sólo nos
resta establecer el contraste entre los dos dioses –el dios de los gentiles y
el de los judíos– y deducir intuitivamente, basándonos en su propia revelación
y juzgándoles de acuerdo con su definición, cuál de los dioses se encuentra más
cerca del ideal más sublime.
Citemos al coronel Ingersoll el cual ha establecido un
paralelismo entre Jehová y Brahma. Jehová, oculto tras las nubes y tinieblas
del Sinaí, dice a los judíos:
“No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te prosternarás
delante de sus imágenes, ni las honrarás, porque yo soy Jehová, tu Dios,
fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos, hasta la
tercera y cuarta generación de aquellos que me aborrecen, a fin de que me
teman”.
Compárense estas palabras con las que pone un hindú en boca
de Brahma: “Yo soy el mismo para todos los seres. Quienes sirven honradamente a
los otros dioses, me adoran involuntariamente. Yo soy el que participa en toda
adoración; yo, la recompensa de todos los adoradores”. Compárense ambos
párrafos, El primero es un lugar oscuro en que se insinúan cosas que nacen del
fango: el otro, grande como el firmamento, cuya bóveda está sembrada de soles.
…
Ya pueden disfrazar y enjalbegar cuanto quieran al Dios de
Abraham y de Isaac, que nunca serán capaces de refutar las palabras de Marción,
quien niega que el Dios del odio pueda ser el mismo Dios que el “Padre de
Jesús”. Sea como sea, herejía o no, el “Padre que está en los cielos” ha
seguido siendo, a partir de esa época, una criatura híbrida, una mezcolanza del
Jave (Júpiter) de los paganos con el “Dios celoso” de Moisés, Dios que,
exotéricamente, es el sol, cuya morada se encuentra en los cielos y, esotéricamente,
es el cielo”.
El pan y el vino, la misa:
¿No da Él nacimiento a la luz “que brilla en las tinieblas”,
al día, al brillante Dyao, al Hijo, y no es Él, acaso, el Altísimo Deus coelun?
¿Y no es Terra, la Tierra, la Virgen eternamente inmaculada que, engendrando
sin descanso, fecundada por el ardiente abrazo de su “Señor”–los vivificantes
rayos solares– se convierte en madre de todo cuanto vive y respira en el vasto
seno de la esfera terrestre? Esto explica el carácter sagrado que tiene en el
ritual lo que ella produce: o sea, el pan y el vino. De ahí también la antigua messis,
el gran sacrificio ofrendado a la diosa (Ceres Eleusina, es decir, la tierra)
de las cosechas (de la mies): messis para los iniciados, missa
para los profanos(1) que ha llegado a ser hoy en día la misa o liturgia
cristiana. La antigua ofrenda de los frutos de la Tierra hecha al Sol, al Deus
Altissimus, el símbolo del G.A.D.U. de los francmasones contemporáneos,
llegó a ser la base más importante del ritual entre las ceremonias de la nueva
religión. Las parejas místicas(2) Osiris e Isis (el sol y la tierra) de los
egipcios, Bel y la cruciforme Astarté de los babilonios; Odín o Thor y Freya,
de los escandinavos; Belén y la Virgo Paritura de los celtas; Apolo y la
Magna Mater de los griegos, las cuales tenían idéntica significación,
pasaron como representación corporal a los cristianos y fueron transformadas
por ellos en el Señor–Dios o el Espíritu Santo que desciende sobre la Virgen
María”.
…
Durante los Misterios de Eleusis el vino representaba a
BACO, y el pan o trigo, a Ceres. De modo que Ceres o Démeter era el principio
productor y femenino de la tierra, la esposa del padre Eter o Zeus; y Baco, el
hijo de Zeus–Júpiter, era su padre manifestado. En otras palabras, Ceres y
Baco eran personificaciones de la sustancia y del espíritu de los dos
principios vivificantes existentes en la naturaleza y en la tierra. Antes
de hacer la revelación final de los Misterios, el Hierofante presentaba
simbólicamente a los candidatos el vino y el pan, que él comía y bebía para
testimoniar que el espíritu tenía que vivificar a la materia; es decir, que la
Sabiduría Divina del Yo Superior debía penetrar al Yo interno o alma, tomar
posesión de ella, revelarse a sí misma.
La Iglesia cristiana adoptó este rito. El Hierofante que
entonces recibía el nombre de “Padre” se ha convertido hoy día –excepto en
conocimiento– en el sacerdote “padre” que administra la misma comunión.
Jesucristo se llama viña a sí mismo y califica de Viñador al “Padre”. Su
parábola de la Última Cena demuestra que conocía perfectamente la significación
simbólica del pan y del vino, así como su identificación con los logoi
de los antiguos. “El que coma mi carne y beba mi sangre tendrá vida eterna…” Y
añade: “las palabras (rhemata o palabras secretas) que os digo son
Espíritu y Vida” y lo son porque “el Espíritu es el que vivifica”. Estas rhemata
de Jesús son, en verdad, las palabras secretas de un iniciado”.
“El Deus Sol o Solus, o sea el Padre, llegó a
confundirse con el Hijo: el “Padre” que brilla deslumbrador en la hora del mediodía,
se transformaba al amanecer en “Hijo”, en cuyo momento se decía el que “había
nacido”. Esta idea recibía su gran apoteosis anualmente el día 25 de diciembre,
durante el solsticio de invierno, cuando, según se decía, el sol –acabado de
nacer– era igual para los dioses solares de todas las naciones. Natalis
solis invicte. Y el “precursor” del Sol resucitado, crece y se fortalece
hasta el equinoccio de primavera, que es cuando el Dios–Sol comienza su curso
anual bajo el reinado de Ram o del Carnero (Aries), la primera semana lunar del
mes.
En toda la Grecia pagana se conmemoraba el día primero de
marzo, cuyas neomenia se consagraban a Diana. Por idéntica razón, las
naciones paganas celebran su fiesta de Pascua el primer domingo siguiente a la
luna llena del equinoccio de primavera. El cristianismo, no sólo ha copiado las
fiestas del paganismo, sino también las vestimentas canónicas, cosa que es
imposible negar. Eusebio confiesa en su Vida de Constantino, diciendo
quizás la única verdad proferida en su vida, que “con el fin de hacer que
el cristianismo fuera más atrayente para los gentiles, los sacerdotes (del
Cristo) adoptaron las vestimentas externas y los ornamentos utilizados en el
culto pagano”, y podría haber añadido que habían hecho lo mismo con sus
rituales y sus dogmas”.
Vestiduras y agua bendita:
“Y en cuanto a vosotros, reverendos padres, sacerdotes y
obispos que dais a la Teosofía el nombre de “idolatría” y condenáis ferozmente
a sus prosélitos al fuego eterno, ¿os podéis jactar acaso de poseer un solo
simple rito, una sola vestimenta o un vaso sagrado perteneciente a la Iglesia o
al Templo, que no proceda del paganismo? No; sería demasiado peligroso el tener
la osadía de afirmarlo, no sólo ante la historia, sino también ante las
confesiones de los funcionarios sacerdotales.
Recapitulemos, aunque no sea más que para justificar
nuestras afirmaciones. Dice Du Choul que “Los sacrificadores romanos” tenían
obligación de confesarse antes de sacrificar. Los sacerdotes de Júpiter se
tocaban con un alto bonete negro de forma cuadrada que era el objeto con que se
cubrían la cabeza los Flamines (véase el sombrero de los sacerdotes armenios y
griegos modernos). La sotana negra de los sacerdotes católicos es la negra
hierocaracia o amplia vestidura que usaban los sacerdotes de Mitra, la cual
recibía este nombre por ser del color de los cuervos “corax”. El
rey–sacerdote de Babilonia poseía un sello o anillo de oro que llevaba en el
dedo. Llevaba pantuflas que besaban los potentados sometidos a su dominio, un
manto blanco y una tiara de oro de la cual pendían dos cintas. Los Papas poseen
pantuflas y un anillo que tiene el mismo uso, un manto de raso blanco en el que
se ven bordadas unas estrellas de oro, una tiara con dos cintas cubiertas de
piedras preciosas, etc.… La vestidura de tela blanca “alba vestis” es
idéntica a la de los sacerdotes de Isis, los sacerdotes de Anubis se afeitaban
la coronilla (Juvenal), de cuya costumbre se deriva la de la tonsura; la
casulla de los “padres” cristianos es copia de la vestimenta con que se
cubrían los sacerdotes del culto judío, vestidura denominada colarisis,
que iba sujeta al cuello y descendía hasta los talones. La estola de nuestros
sacerdotes ha sido tomada del vestido femenino que llevaban las Galli o
bailarinas del templo, cuya función era la del Kadashim judío (véase el
Libro II de los Reyes, cap. XXIII, 7); su cinturón de castidad
procedía del ephod de los judíos y de los cordones de los sacerdotes de
Isis, quienes hacían voto de castidad (si se quieren más detalles que confirmen
lo expuesto léase a Ragón).
Los paganos antiguos utilizaban el agua bendita o lustral
para purificar sus ciudades, campos, templos y hombres, exactamente como se
practica ahora en las regiones católico–romanas. A la puerta de los templos
había pilas bautismales llenas de agua lustral, que recibían los nombres de favisses
y aquiminaria. El pontífice o curión (de aquí se deriva el nombre
español de cura) sumergía en el agua lustral una rama de laurel antes de
ofrecer el sacrificio y acto seguido rociaba con ella a la piadosa congregación;
lo que entonces recibía el nombre de lustrica y aspergilium se
llama hoy en día aspersorio o hisopo. El hisopo de las sacerdotisas de Mitra
era el símbolo del lingam universal, que se sumergía durante las
ceremonias en leche lustral, rociando con ella a los fieles, con lo cual
trataba de representarse la fecundidad universal; por lo tanto, el empleo de
agua bendita en el cristianismo es un rito de origen fálico. Además, la idea
que preside este hecho es puramente oculta y pertenece al ceremonial mágico”.
La construcción de las iglesias y sus elementos:
“En muchas iglesias griegas y romanas se suele pintar la
bóveda de los templos de color azul y con estrellas doradas para representar la
bóveda celeste, costumbre que no es más que una copia de los templos egipcios,
en donde se adoraba al sol y a las estrellas. En oriente se rinde el mismo
homenaje que las arquitecturas masónica y cristiana rindieron al paganismo.
Ragón demuestra plenamente este hecho en sus volúmenes, hoy en día
desaparecidos. La “princeps porta”, la puerta del mundo y del “Rey de la
Gloria”, cuyo nombre designaba antiguamente al sol y hoy en día se aplica al
Cristo, su símbolo humano, es la puerta de oriente encarada hacia ese punto
cardinal en todo templo o iglesia. Por esta “puerta de la vida”, a través de la
cual entra diariamente la luz en el cuadrado oblongo(3) de la tierra o
Tabernáculo del Sol, es introducido el recién nacido en el templo y llevado
hasta la pila bautismal. Las pilas bautismales se colocan hoy en día a la
izquierda del edificio (el sombrío norte de donde parten los “aprendices” y en
donde sufren los candidatos la prueba del agua) que es, precisamente, el
lugar en que se ponían antiguamente las piscinas de agua lustral, lo cual se
explica sabiendo que las antiguas iglesias habían sido antes templos paganos.
Los altares de la pagana Lutecia fueron enterrados y descubiertos bajo el coro
de Nuestra Señora de París; el pozo en donde se conservaba el agua lustral
existe todavía en esa iglesia. Casi todas las grandes iglesias antiguas del
continente, anteriores a la edad media, habían sido antes, templos paganos
sobre cuyos emplazamientos fueron construidas aquellas por orden de los obispos
y de los Papas. Gregorio el Grande dio sus órdenes al monje Agustín de la
manera siguiente: “Destruid los ídolos, pero nunca los templos, los cuales
debéis rociar con agua bendita, colocando reliquias en ellos, para que los
pueblos adoren en donde tienen por costumbre hacerlo”.
Adoración en los templos:
“Quizás los lectores fieles a las enseñanzas de la Iglesia
se indignen si les decimos que los cristianos no adoptaron la moda pagana de
adorar en los templos hasta el reinado de Diocleciano; pero ésta es la verdad, ya
que hasta esa época experimentaron horror por los altares y los templos, a los
que durante 250 años miraron como cosa abominable. Y
es que los cristianos primitivos eran verdaderos cristianos. Los modernos son
más paganos que ningún idólatra antiguo. Los primitivos se parecían a nuestros
teósofos actuales; pero, a partir del siglo IV se convirtieron en
heleno–Judaicos, en gentiles, en todo menos en neoplatónicos. Véase lo
que decía a los romanos Minicio Félix en el siglo III:
“Vosotros os creéis que los cristianos os ocultamos lo que
adoramos, porque no tenemos templos ni altar. Pero, ¿qué imagen de Dios podemos
construir cuando hasta el mismo hombre no es más que una imagen suya? ¿Qué
templos vamos a erigir a la divinidad, si el Universo, que es obra suya, no
puede apenas contenerla? ¿Cómo colocaríamos en un solo edificio el poder del
Omnipotente? ¿No es preferible, acaso, que consagremos un templo en nuestro
corazón y en nuestro espíritu a la divinidad?”
Pero es que en esa época, los cristianos del tipo de Minucio
Félix tenían presente en la memoria los mandamientos del Maestro iniciado, de
que no hay que rezar en las sinagogas y en los templos como hacen los
hipócritas, para “que los vean los hombres”; y recordaban la declaración de
Pablo, el Apóstol–Iniciado, Pablo el “Maestro Constructor”, de que el hombre es
el único templo de Dios en que mora el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. Ellos
guardaban los verdaderos preceptos cristianos, mientras que los cristianos
modernos obedecen únicamente a los arbitrarlos cánones de sus respectivas
iglesias y a las reglas que les dejaran sus Hermanos mayores.
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1.- De pro, “delante” y fanum, “el templo”; es decir, los
que no están iniciados, los que se encuentran ante el templo sin atreverse a
entrar.
2.- La Tierra y la Luna su pariente, son similares. Por eso
todas las diosas lunares eran también símbolos representativos de la Tierra.
(Véase “Simbolismo” de La Doctrina Secreta).
3.- Término masónico, símbolo del arca de Noé, de la Alianza
del Templo de Salomón, del tabernáculo y del campamento de los israelitas;
todos los cuales fueron construidos en forma de “cuadrado oblongo”. Los romanos
y griegos representaban a Mercurio y a Apolo por cubos y cuadrados oblongos; lo
mismo ocurre con la Kaaba, el gran templo de la Meca.