02 julio 2025

El morador del umbral

Ilustración de John Leech en la obra Un cuento de Navidad, de Charles Dicken, 1ª ed. 1843.

 El artículo "El Morador del Umbral" ("The Dweller of the Threshold", originalmente en inglés) apareció por primera vez en la revista The Path, en diciembre de 1888, firmado por Eusebio Urban, pseudónimo de William Q. Judge.
---

¿Existe un ser de este género? ¿Alguien lo ha visto? ¿Son muchos o unos pocos, tiene sexo? Estas son las preguntas que hacen casi todos los estudiantes que leen los libros teosóficos. Algunos de aquellos que, en secreto, habían creído toda su vida en las hadas y en los antiguos relatos de gigantes, han intentado poner a prueba la cuestión invocando a la horrenda sombra para que se les apareciese y helara su sangre con los terribles ojos que Bulwer Lytton hizo tan célebres en su Zanoni. Sin embargo, el Morador no puede cautivarse de esta manera y no apareció, sino que mediante el silencio absoluto conduce al invocador a desechar por completo la idea.

Entonces, el mismo investigador estudia los libros teosóficos con diligencia y después de algún tiempo intenta descubrir su naturaleza interna. Mientras tanto, el Habitante ha estado esperando y podríamos decir pasando totalmente desapercibido, todavía, la existencia del neófito. Después de un estudio suficiente para despertar los sentidos y las tendencias dormidas por largo tiempo, el Habitante empieza a sentir el trabajo del estudiante en cuestión. Entonces, se captan ciertas influencias, no siempre claras, y al principio nunca se atribuyen a la acción de eso que, hace mucho tiempo, se relegó en el trastero de las supersticiones desacreditadas. El estudio continúa más y más, hasta que la horrible cosa se revela. Cuando esto ocurre no es una superstición ni algo en que no se cree. Entonces, es imposible deshacerse de ella, la cual permanecerá como una amenaza constante hasta que se triunfe, dejándola atrás.

Cuando Glyndon se quedó solo en el antiguo castillo en Italia, tras la partida de Mejnour, encontró dos vasijas que había recibido instrucciones de no abrir. Pero, desobedeciéndolas, quitó los tapones y, de inmediato, la habitación se llenó de un embriagador aroma, y pronto apareció la horrible y repugnante criatura, cuyos ojos llameantes brillaban con un resplandor maligno y penetraron en el alma de Glyndon con una oleada de horror como jamás había experimentado. 

En esta historia Lytton quería mostrar que la acción de abrir los vasos simboliza el acercarse de un investigador a los abismos secretos de su naturaleza. Él abre los contenedores y al principio goza y experimenta una especie de intoxicación fruto de las nuevas soluciones brindadas para cada problema de la vida, y por las perspectivas de poder y progreso que, aunque apenas entrevé, se abren ante él. Si los vasos se dejan abiertos por un lapso suficientemente largo, ciertamente el Habitante del Umbral aparecerá y nadie se escapa de tal visión. La bondad no es suficiente para impedir su aparición, porque incluso el hombre virtuoso que encuentra un lodazal en el camino hacia su destino debe, necesariamente, atravesarlo para alcanzar su fin.

La próxima pregunta es: ¿Qué es el Habitante? Es la combinación de la influencia maléfica: el resultado de los pensamientos y las acciones perversas de la edad en que cada ser vive; y cuando aparece asume, para cada estudiante, una forma definida, la cual puede ser siempre la misma o cambiar en cada ocasión. Así, para uno puede presentarse tal como lo describió Bulwer Lytton, para otro puede ser tan solo un terror indescriptible, o incluso adoptar cualquier otra apariencia. Está especializado para cada estudiante y adquiere su forma a partir de las tendencias y combinaciones físicas y psíquicas que le son propias por herencia familiar y por su pertenencia a una determinada nación.

¿Dónde mora, entonces?, es la pregunta que nace naturalmente. Habita en su propio plano, que puede entenderse de la siguiente manera. 

Alrededor de cada individuo hay planos o zonas que empiezan con el espíritu y se deslizan hasta la materia burda. Estas zonas se extienden, dentro de sus límites laterales, en torno al ser. Es decir, si nos imaginamos a nosotros mismos en el centro de una esfera, descubriremos que no hay manera de escapar ni de saltarse ninguna de esas zonas, pues se prolongan en todas direcciones hasta alcanzar su límite.

Cuando el estudiante ha logrado por fin asirse de una verdadera aspiración y de algún destello del fulgurante objetivo de la verdad, allí donde se hallan los Maestros, y ha despertado también la determinación de saber y de ser, toda la inclinación de su naturaleza, día y noche, se orienta hacia superar las limitaciones que hasta entonces habían encadenado su alma. Tan pronto como empieza a dar un paso adelante, llega a la zona situada más allá de las simples sensaciones corporales y mentales. Al principio se despiertan los moradores menores del umbral, los cuales lo asaltan inducido por la tentación, el desconcierto, la duda y la confusión. El estudiante sólo percibe sus efectos, ya que no se le manifiestan como formas visibles. Sin embargo, la persistencia en la obra conduce al ser interno más allá, permitiendo a la mente externa darse cuenta de las experiencias vividas, hasta que, finalmente,  despierta la fuerza completa del poder maligno que naturalmente se opone a la buena meta que tenía en perspectiva. Entonces, el Morador toma cualquier forma posible. Muchos estudiantes han presenciado el hecho de que asume alguna forma definida o se imprime con un horror palpable. 

Uno de ellos me ha contado que lo vio como una enorme babosa con ojos malos, cuya perversidad era indescriptible. A medida que él se retiraba —es decir, cuando comenzaba a sentir temor—, la criatura parecía regocijarse y volverse más amenazante, y solo desaparecía cuando la retirada era completa. Entonces, él retrocedió más en pensamiento y acción, pero, ocasionalmente, tenía momentos en los cuales determinaba recobrar el terreno perdido. Cuando esto ocurría, la terrible babosa volvía a aparecer, abandonándolo sólo cuando el estudiante desistía en sus aspiraciones, consciente de que volvía su batalla más ardua si es que en algún momento decidía emprenderla de nuevo.

Otro dijo haber visto el Morador en la forma de un hombre de aspecto siniestro y oscuro, cuyos mínimos movimientos y miradas expresaban la intención y la habilidad de destruir la razón del estudiante y sólo un intenso esfuerzo de voluntad y fe podía disipar la influencia nefasta. En otras ocasiones el mismo estudiante lo sintió como un vago y sin embargo terrible horror que parecía atraparlo en sus tenazas. Antes de esto él se había retirado por un tiempo a fin de prepararse mediante un poderoso estudio de sí mismo a fin de ser puro e intrépido para el próximo ataque. 

Lo anterior no es igual a las tentaciones de San Antonio pues parece que él indujo una condición histérica de naturaleza erótica en la cual los invictos y secretos pensamientos de su corazón encontraron una aparición visible. El Morador del Umbral no es el producto del cerebro, sino una influencia que se halla en un plano que es extraño al estudiante y sin embargo, su éxito o fracaso dependerán de su pureza. Los teósofos diletantes no tienen que temerle. El estudiante serio, que se siente totalmente devoto a trabajar persistentemente en los planos superiores de desarrollo para el bien de la humanidad y no para el suyo, no tiene que temerle a lo que el cielo o el infierno le deparan.