10 abril 2022

Demon est Deus inversus

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"Esta frase simbólica, en sus múltiples formas, es ciertamente muy peligrosa e iconoclasta frente a todas las últimas religiones dualistas, o más bien teologías, y especialmente a la luz del cristianismo. Sin embargo, no sería justo ni exacto decir que el cristianismo es el que ha concebido y dado luz a Satán. Como “adversario”, como Poder opuesto requerido por el equilibrio y la armonía de las cosas en la Naturaleza, así como es necesaria la Sombra para hacer resaltar la Luz, la Noche para poner más de relieve al Día, y así como el frío hace apreciar más la bondad del calor, así ha existido siempre SATÁN. La Homogeneidad es una e indivisible. Pero si el Uno y Absoluto homogéneo no es una mera figura del lenguaje; y si lo heterogéneo, en su aspecto dual, es su producción, su sombra o reflejo bifurcado, entonces aquella Homogeneidad divina tiene que contener en sí misma tanto la esencia de lo bueno como de lo malo. Si “Dios” es Absoluto, Infinito y Raíz Universal de todas las cosas en la Naturaleza y en su universo, ¿de dónde viene el Mal o el Demonio, sino de la misma “Matriz Áurea” del Absoluto? Así pues, o tenemos que aceptar la emanación del bien y del mal, de Agathodæmon y de Kakodæmon, como ramas del mismo tronco del Árbol de la Existencia, o tenemos que resignarnos al absurdo de creer en dos Absolutos eternos.

Teniendo que buscar el origen de la idea en los mismos principios de la mente humana, es de justicia entretanto conceder lo suyo hasta al diablo proverbial. La antigüedad no conocía ningún “dios del mal” aislado, completa y absolutamente malo. El pensamiento pagano representaba al bien y al mal como hermanos gemelos, nacidos de la misma madre, la Naturaleza; tan pronto como aquel pensamiento se perdió, haciéndose Arcaico, la Sabiduría se convirtió en Filosofía. En el principio, los símbolos del bien y del mal eran meras abstracciones, Luz y Tinieblas; más tarde, sus tipos fueron elegidos entre los fenómenos cósmicos más naturales y siempre repetidos periódicamente, el Día y la Noche, o el Sol y la Luna. Luego fueron representados por las Huestes de las deidades del Sol y de la Luna, y el Dragón de las Tinieblas fue el contraste del Dragón de la Luz (Véase Estancias V y VII del Libro I).
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Satán no tomó nunca la forma antropomórfica, individualizada, hasta que se completó la creación por el hombre de “un dios personal viviente”; y entonces sólo como una cosa de principal necesidad. Era necesaria una pantalla, un testaferro para explicar la crueldad, los errores y la injusticia demasiado evidentes, perpetrados por aquel a quien se atribuía la perfección, la misericordia y la bondad absolutas.
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Mientras más se profundiza en la obscuridad de las edades prehistóricas, más filosófica aparece la figura prototípica del último Satán. El primer “Adversario”, en forma individual humana, que se encuentra en la antigua literatura puránica, es uno de sus más grandes Rishis y Yoguis – Nârada, llamado “el productor de las Contiendas”. 

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Como los Dragones y otros ángeles caídos se describen en otras partes de esta obra, bastarán ahora unas cuantas palabras sobre el tan maltratado Satán. El estudiante debe tener presente que en todo el mundo, excepto en las naciones cristianas, el Diablo no es hasta hoy más que el aspecto opuesto, en la naturaleza dual del llamado Creador. Esto es natural. No puede pretenderse que Dios sea la síntesis de todo el Universo; que sea Omnipresente, Omnisciente e Infinito, y divorciarlo luego del mal. Como hay mucho más mal que bien en el mundo, se deduce lógicamente que o bien Dios tiene que abarcar el mal y ser causa directa del mismo, o de lo contrario abandonar toda pretensión a la absolutividad. Los antiguos comprendían esto tan bien, que sus filósofos, a quienes siguen ahora los kabalistas, definían el mal como el “revestimiento” de Dios, o el Bien: Demon est Deus inversus es un adagio muy antiguo. Verdaderamente, el mal no es sino una fuerza ciega competidora en la naturaleza; es la reacción, la oposición y el contraste –el mal para unos, el bien para otros–. No hay malum in se, sino sólo la sombra de la luz, sin la cual ésta no podría tener existencia, ni aun para nuestra percepción. Si el mal desapareciese, el bien también desaparecería con él de la Tierra.

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En todas partes las especulaciones de los kabalistas tratan al Mal como una FUERZA que es contraria, pero al mismo tiempo esencial para el Bien, dándole la vitalidad y existencia que, de otro modo, no podría tener. No habría vida posible (en el sentido mayávico) sin la Muerte; ninguna regeneración ni reconstrucción sin destrucción. Las plantas perecerían bajo una luz solar eterna, y lo mismo le sucedería al hombre, que se convertiría en un autómata sin el ejercicio de su libre albedrío, y sin su aspiración hacia la luz, que perdería su ser y su valor para él si no hubiese otra cosa.

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En la naturaleza humana, el mal denota sólo la polaridad de la materia y el Espíritu, la “lucha por la vida” entre los dos principios manifestados en el Espacio y en el Tiempo, cuyos principios son uno per se, puesto que tienen sus raíces en lo Absoluto. En el Cosmos, tiene que ser preservado el equilibrio. Las operaciones de los dos opuestos producen armonía, como las fuerzas centrípeta y centrífuga, que, siendo mutuamente interdependientes, son necesarias la una a la otra, “a fin de que ambas puedan existir”. Si una se detuviese, la acción de la otra se convertiría inmediatamente en destructora de sí misma.

Puesto que la personificación llamada Satán ha sido analizada ampliamente desde su triple aspecto, en el Antiguo Testamento, en la teología cristiana y en la manera de pensar de los antiguos Gentiles, los que quieran saber más sobre el asunto deben dirigirse a Isis sin Velo, Vol. II, cap. X. Véanse también varias secciones del Libro II, Parte II de esta obra". 

 

(letra negrita añadida)

La Doctrina Secreta, volumen I, páginas 411 - 416.