26 septiembre 2024

Cuando la Iglesia repudió la reencarnación

 

Representación de Orígenes escribiendo, desde un manuscrito de In numeros homilia XXVII (c. 1160). Wikipedia.

1.- ¿Qué es la reencarnación?

2.- Reencarnación como doctrina antigua y universalmente aceptada.

3.- También la Iglesia promulgaba la teoría de la reencarnación.

4.- Cuando la Iglesia cambia de opinión.

5.- ¿Quién fue Orígenes?

6.- Divulgación de la filosofía de Orígenes.

7.- ¿Qué contienen las actas del Concilio de Constantinopla II?

8.- Citamos las palabras del propio Orígenes.

9.- ¿Cuál es hoy la “doctrina oficial” de la Iglesia?

10- Conclusión.

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1.- ¿Qué es la reencarnación?

La reencarnación consiste en que nuestra parte interna e inmortal, también llamada Alma, Individualidad, Mente, Ego, o Manas, después de la muerte del cuerpo en que residía, pasa sucesivamente a otros cuerpos; se reviste de nuevas personalidades transitorias. “Estas últimas son como los diversos personajes que un mismo actor representa, con cada uno de los cuales ese actor se identifica y es identificado por el público, por espacio de algunas horas” (1).  Con la sucesión de un inmenso número de encarnaciones se pretende la purificación y alcanzar la unidad absoluta con el Principio divino, aunque esta es una afirmación vaga y la razón de la existencia es un tema muy complejo de tratar en nuestro actual estado de desarrollo; en cualquier caso, hemos de entender que “el objeto de toda evolución no es la salvación individual, sino que el todo [todos los reinos de la Naturaleza] sea elevado, elevado hacia grados cada vez altos” (2).

“La ´personalidad´ es en cualquier vida sólo un aspecto temporal y la acción de la Individualidad, y difiere en cada vida, en el medio ambiente y en los cambios que se han llevado a en existencias anteriores —en carácter, disposición y entendimiento; estos pueden producir en la siguiente encarnación un cambio de relación social, capacidad mental, naturaleza del cuerpo, medio ambiente físico, e inclusive de sexo. La personalidad no reencarna; la Individualidad en cada renacimiento proyecta una personalidad nueva, las cualidades y tendencias de ésta son sustraídas de la suma total de todas las vidas pasadas —no solamente de la pasada. Toda la experiencia pasada está dentro y detrás de cada personalidad y puede ser obtenida y realizada, sin embargo, puede permanecer entera o parcialmente latente …”. (2)

Según la Teosofía, se rechaza la idea de un alma nueva creada para cada recién nacido; al contrario, defiende “que todo ser humano es portador o el Vehículo de un Ego coeterno con todo otro Ego; porque todos los Egos son de la misma esencia y pertenecen a la emanación primordial de un Ego universal infinito. Platón lo llama logos (o segundo Dios manifestado) y nosotros lo llamamos principio divino manifestado, que es uno con la mente o alma universal y no es el Dios antropomorfo, extra-cósmico y personal en el cual creen muchos teístas”. (3) En definitiva, el alma debe ser preexistente y por lo tanto no creada para la ocasión de cada nacimiento.

“A menos que neguemos la inmortalidad del hombre y la existencia del alma, no hay ningún argumento firme contra la doctrina de la preexistencia y del renacimiento, excepto aquél que se basa en el dictamen de la iglesia, que dice que cada alma es una nueva creación. Este dictamen puede ser únicamente sostenido por un dogmatismo ciego, ya que una vez conferida el alma, tarde o temprano tenemos que arribar a la teoría del renacimiento, porque aun cuando cada alma es nueva sobre esta Tierra, la misma debe continuar viviendo en alguna otra parte después del fallecimiento; y en vista del reconocido orden de la naturaleza, el alma tendrá otros cuerpos o vestiduras en otros planetas o esferas celestes.

(…)

Así pues, mientras la herencia tiene algo que ver con la diferencia de carácter en cuanto a la fuerza y la moral, influenciando un poco el alma y la mente, y proveyendo también el lugar apropiado para recibir recompensa y castigo, la herencia no es, sin embargo, la causa de la naturaleza esencial que muestra cada cual.

Mas todas esas diferencias, tales como aquellas mostradas por los niños desde el nacimiento, por los adultos a medida que el carácter se desarrolla más y más, y por las naciones a través de su historia, se deben a la larga experiencia adquirida durante muchas vidas sobre la Tierra, y son el resultado de la evolución del alma misma. El examen de una corta vida humana no ofrece suficiente base para la formación de la naturaleza interior del hombre. Es indispensable que cada alma adquiera toda la experiencia posible, y una sola vida no puede proporcionar esto aún bajo las condiciones más favorables. Sería una tontería del Todopoderoso el situarnos aquí por tan corto tiempo, tan sólo para erradicarnos cuando hubiéramos empezado a ver el propósito de la vida y las posibilidades que la misma ofrece. El simple deseo egoísta de una persona de evadir las pruebas y disciplinas de la vida no es suficiente para poner de lado las leyes de la naturaleza; por lo tanto, el alma debe renacer hasta que deje de poner en movimiento la causa del renacimiento, después de haber desarrollado su carácter hasta el límite posible, según indican todas las variedades de la naturaleza humana; cuando todas las experiencias hayan pasado y no antes de que toda la verdad accesible haya sido adquirida.

La gran disparidad entre los hombres con respecto a capacidad nos obliga, si es que deseamos atribuir justicia a la Naturaleza o a Dios, a admitir la doctrina de la reencarnación y a rastrear el origen de esa disparidad en las vidas pasadas del Ego. Pues la gente está tan obstaculizada, obstruida, atropellada y hecha víctima de una aparente injusticia por falta de capacidad, como de veras lo está por razones de circunstancias de nacimiento o de educación.

(…)

Contemplando la vida y su probable finalidad, con toda la variada experiencia posible para el hombre, uno está forzado a la conclusión de que una sola vida no es suficiente para llevar a cabo todo lo que intenta la Naturaleza, sin mencionar lo que el hombre mismo desea lograr. La gama de variedad en experiencias es enorme. Hay en el hombre un inmenso campo de poderes latentes, que según notamos podrían ser desarrollados si les fuera dada la oportunidad. Un conocimiento infinito en amplitud y en diversidad se extiende ante nosotros, especialmente en estos tiempos en que la investigación especializada está a la orden del día. Nosotros percibimos que tenemos aspiraciones muy elevadas, sin tener el tiempo para poder realizarlas en toda su medida, mientras la gran tropa de pasiones y deseos, motivos y ambiciones egoístas, guerrean contra nosotros y entre ellos mismos, persiguiéndonos aún hasta la puerta del sepulcro. Todos estos obstáculos tienen que ser tratados, conquistados, usados, sojuzgados. Una vida no es suficiente para todo esto. Decir que no tenemos sino una sola vida aquí, con tales posibilidades frente a nosotros imposibles de desarrollar, es hacer del Universo y la vida tan sólo una inmensa y cruel broma perpetrada por un Dios poderoso, quien es por tanto acusado por aquéllos que creen en la creación especial de almas, de glorificarse y bromear con el diminuto hombre, simplemente porque ese hombre es pequeño y una mera criatura del Todopoderoso.

(…)

El mero hecho de morir no es de por sí suficiente para producir el desarrollo de facultades o la eliminación de las tendencias e inclinaciones erróneas. Si damos por sentado que al entrar al cielo de inmediato adquirimos todo conocimiento y toda pureza, entonces ese estado después de la muerte queda reducido a un nivel de inacción y la vida misma, con toda su disciplina, queda privada de todo significado”. (4)

 

2.- Reencarnación como doctrina antigua y universalmente aceptada.

La teoría de la reencarnación no fue inventada por la Teosofía, en tanto que solo volvió a divulgar una filosofía tan antigua como la existencia humana. Como ya se dijo en la mencionada entrada Reencarnación, “esto lo enseñaban los brahmines, los budistas, los judíos, los griegos, los egipcios, los caldeos, los herederos post-diluvianos de la Sabiduría pre-diluviana, Pitágoras, Sócrates, Clemente Alejandrino, Sinesio, Orígenes, los poetas griegos más antiguos y los gnósticos …”. [En la obra La Doctrina Secreta se encuentran completas explicaciones al respecto.]

 

3.- También la Iglesia promulgaba la teoría de la reencarnación.

Como no podía ser de otra forma, también la Iglesia creía inicialmente en tal idea. “Esta es la más antigua doctrina y es ya aceptada por más seres humanos que el número de aquéllos que la repudian. (…) los judíos la consideraban cierta y no ha llegado a desaparecer de su religión; y Jesús, a quien se le llama fundador del cristianismo, también creyó y enseñó esta doctrina. En la iglesia cristiana primitiva también era conocida y promulgada, y los más preeminentes entre los padres de la iglesia la creían y promulgaban.

(…) Jesús debió haber conocido bien las doctrinas que ellos profesaban. Todos creían en la reencarnación. Para ellos Moisés, Adán, Noé, Seth y otros, habían regresado a la tierra; y en la misma época de Jesús se creía comúnmente que el antiguo profeta Elías estaba aún por regresar. Así es que encontramos, ante todo, que Jesús jamás negó ni abjuró la doctrina y en varias ocasiones le dio su asentimiento, como cuando dijo que Juan el Bautista era en realidad una nueva encarnación del antiguo Elías, a quien las gentes estaban esperando. Todo esto puede ser verificado en el Evangelio de San Mateo, en los capítulos XVII, XI y otros.

En esos escritos se notará claramente que Jesús aprobaba la doctrina de la reencarnación; y siguiendo el sendero de Jesús, San Pablo, en la Epístola a los romanos, capítulo IX, habla de Esaú y de Jacob como habiendo realmente existido antes de su nacimiento; y más tarde, tan preeminentes padres de la iglesia cristiana, como Orígenes, Synesios y otros, aceptaron y enseñaron la teoría. En el libro de Proverbios VIII, 22, Salomón dice haber estado presente durante la formación de la tierra y que mucho antes de que él pudiera haber nacido como Salomón, sus placeres eran los de vivir en las partes habitables de la tierra en compañía de los hijos de los hombres. En el Apocalipsis, III, 12, San Juan el Evangelista relata que a él le fue revelado en el curso de una visión, la que se refiere a la voz de Dios o a la de alguien hablando en su nombre, que quien quiera que llegase a vencer no tendría la necesidad de "salir" otra vez; es decir, que no necesitaría reencarnar más. Durante quinientos años después de Jesús, hasta el Concilio de Constantinopla, esta doctrina fue enseñada en la iglesia. Entonces se promulgó una condenación sobre un aspecto del asunto, condenación que ha sido interpretada por muchos como si se hubiese hecho contra la reencarnación; pero si tal condenación es dictada contra las palabras de Jesús, la misma no tiene ningún efecto. Esta condenación, por cierto, va contra Él, y por tanto la iglesia se encuentra en la posición de alegar, en efecto, que Jesús no conocía lo bastante para maldecir, según lo hizo la iglesia, una doctrina conocida y enseñada en su época, y la cual fue conspicuamente traída a su conocimiento y nunca condenada sino de hecho aprobada por Él.

El cristianismo es una religión judía y esta doctrina de la reencarnación le pertenece históricamente por herencia judaica, y también por razón de haber sido enseñada por Jesús y por los primeros padres de la iglesia. Si hubiera alguna forma verídica o lógica para la iglesia cristiana de librarse de este dilema - excluyendo, desde luego, los dogmas de la iglesia -, al Teósofo le agradaría que se la diesen a conocer. En realidad, el teósofo sostiene que quien quiera que sea cristiano profeso y niegue esta teoría, él mismo pone con eso su juicio contra el de Jesús, quien debió haber sabido más sobre el asunto que aquellos que lo siguen. Es este anatema lanzado por el Concilio de la iglesia contra la reencarnación, y la ausencia de esta doctrina en la enseñanza actual, lo que ha hecho daño al cristianismo y ha hecho de todas las naciones cristianas pueblos que pretenden ser discípulos de Jesús y de la ley del amor, pero que realmente como naciones, son seguidoras de la Ley Mosaica del talión y de la represalia. Porque sólo en la reencarnación se encuentra la respuesta a todos los problemas de la vida; y en ella y en el Karma se encuentra la fuerza que hará a los hombres practicar la ética que profesan en teoría". (4)

 

4.- Cuando la Iglesia cambia de opinión.

Como se ha adelantado a través del texto citado de William Judge, la Iglesia enseñó la doctrina de la reencarnación hasta el concilio del año 500. En concreto, hasta el llamado Segundo concilio de Constantinopla del año 543 (V Concilio Ecuménico), con la condena de uno de los denominados “padres de la Iglesia”, Orígenes.

 

5. Quién fue Orígenes.

Célebre doctor de la Iglesia que nació a fines del segundo siglo, probablemente en África [Alejandría], y acerca de quien muy poco sabemos, si realmente sabemos algo de él, puesto que sus fragmentos biográficos han pasado a las edades posteriores bajo la autoridad de Eusebio, el más desenfrenado falsificador que ha existido en época alguna. A este último se le atribuye el haber coleccionado más de cien cartas de Orígenes (u Orígenes Adamancio) que, según se dice ahora, se han perdido. Para los teósofos, la más interesante de todas las obras de Orígenes es su Doctrina de la preexistencia de las almas. Fue discípulo de Ammonio Saccas, y durante mucho tiempo oyó las lecciones de este gran maestro de filosofía. (5).

 

6.- Divulgación de la filosofía de Orígenes.

Según encontramos en la obra Histoire des Conciles, d´aprés les documents orginaux (6), la filosofía de Orígenes se estaba expandiendo con rapidez a principios del siglo V entre los monjes de Palestina, existiendo varios de intentos de condenar su obra. Citamos a continuación del título mencionado:

“El principal historiador de las luchas origenistas de este período, el sacerdote Cirilo de Escitópolis, sugiere, en la biografía de su maestro San Sabas, que el patriarca Efrén celebró efectivamente un concilio en Antioquía, en 592, sobre esta cuestión. Esto es lo que dice al respecto: “Efrén publicó una carta sinodal en la que anatematizó los principios de Orígenes. (…) “Al regresar de Gaza a Constantinopla, Pelagio viajó con monjes de Jerusalén que llevaban extractos de las obras de Orígenes y solicitaban al emperador que condenara su doctrina. Pelagio y Menas, patriarca de Constantinopla, respaldaron esta petición y Justiniano publicó el edicto contra Orígenes que antes era tan famoso. Este documento, muy extenso y tratando temas teológicos, fue editado inicialmente en latín por Baronius; posteriormente, Lupus publicó el texto griego, que fue incluido en las colecciones de los actos del V Concilio Ecuménico. El ejemplar de este edicto que nos ha llegado fue dirigido a Menas, patriarca de Constantinopla. El emperador afirma desde el principio que su mayor preocupación es mantener la pureza de la fe y la tranquilidad de la Iglesia. ´Había sabido, con gran pesar suyo, que algunos intentaban defender los errores de Orígenes que se acercaban a los principios paganos, arrianos y maniqueos. Quien se haga discípulo de este Orígenes apenas tenía derecho a ser llamado todavía cristiano…´ (…) El emperador enumera los otros principales errores de Orígenes (preexistencia de las almas, apocatástasis, pluralidad de mundos, etc.), y se dedica a refutarlos en detalle, citando un gran número de pasajes de los Padres, especialmente Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nisa, Juan Crisóstomo, Pedro de Alejandría, Atanasio, Basilio, Cirilo de Alejandría, etc., quienes todos se habían pronunciado de manera muy explícita contra Orígenes (…) “Queriendo”, continúa el Emperador, “eliminar de la Iglesia cualquier causa de escándalo, debemos seguir la Sagrada Escritura y los Padres que habían condenado Orígenes, envió este escrito a Su Santidad (Menas), instándolo a reunir a los obispos presentes en Constantinopla, y a los archimandritas en una asamblea común, que pronunciaría por escrito el anatema contra Orígenes y sus errores, en particular contra aquellos mencionados en el decreto imperial”. (…) Dado que es así, concluye el emperador, es justo que Orígenes sea anatematizado según las diez siguientes proposiciones:

1

Si alguien dice o piensa que las almas humanas existían anteriormente, es decir, que anteriormente eran espíritus o fuerzas sagradas, los cuales, apartándose de la vista de Dios, se dejaron llevar por el mal, y, por ese motivo, perdieron el amor divino, fueron llamados almas y enviados por manera de castigo a un cuerpo, sea anatema.

10

Anatema a Orígenes, y a quienquiera que enseñe y piense como él.

“… Nos limitamos a decir que este edicto, aunque hecho con una intención loable, debe ser considerado entre los enormes y numerosos atropellos al poder espiritual que la corte de Bizancio se permitió; y la suposición de que la colaboración del emperador con Menas y Pelage no disminuye la gravedad del asunto. La publicación de este decreto tuvo lugar después del concilio de Gaza, es decir, en el año 543, según las adiciones de los Ballerini a las obras del cardenal Noris…”.

“El concilio en Constantinopla sobre Orígenes tuvo lugar en el año 543.

El patriarca Menas probablemente no tardó en convocar el sínodo solicitado por el emperador; se presume que se llevó a cabo en ese mismo año. Justiniano envió una carta a la asamblea, enumerando los errores de los monjes de Palestina, atribuyéndolos a Pitágoras, Platón y Orígenes. Debido a estos errores y locuras peligrosas, el emperador solicitó a los Padres reunidos que estudiaran con cuidado el documento adjunto a la carta (que era idéntico a la carta del emperador a Menas), y que anatematizaran todos estos principios, a Orígenes y a quienes pensaban como él".

 

7.- ¿Qué contienen las actas del Concilio de Constantinopla II?

Según EC Wiki, Enciclopedia Católica Online (7), “se han perdido las actas originales en griego del concilio, pero aún existe una versión latina muy antigua, probablemente contemporánea y hecha para el uso de Vigilio, ciertamente citada por su sucesor Pelagio I. La edición de Baluze está reimpresa en mansi, “Coll. Conc.”, IX, 163 sqq. En el siguiente Concilio General de Constantinopla (680) se encontró que las Actas del Quinto Concilio habían sido alteradas (Hefele, op. cit., II, 855-58) en favor del monotelismo; ni tampoco es cierto que en su forma presente están en su integridad original. Esto tiene peso en el muy discutido asunto concerniente a la condenación del origenismo en este Concilio. Hefele, movido por la antigüedad y persistencia de los informes acerca de la condenación de Orígenes, afirma (p. 861) con el Cardenal Noris, que en éste Orígenes fue condenado, pero sólo en passant (incidentalmente), y que su nombre, en el undécimo anatema no es una interpolación".

Volviendo a la obra Histoire des Conciles, d´aprés les documents orginaux (6), se hace constar lo siguiente en cuanto a los quince anatemas contra Orígenes.

“En este concilio de Constantinopla se formularon quince famosos anatemas contra quince proposiciones de Orígenes. Fueron descubiertos a finales del siglo XVII por Pierre Lambeck en un manuscrito de la biblioteca de Viena y luego se incluyeron en todas las colecciones de concilios. Estos quince anatemas están precedidos en el manuscrito de Viena, de la siguiente nota: “ἀναθέματα δηλοῦντα τὴν ἐν Κωνσταντινουπόλει συνοδικὴν ἀνάθεσιν τῷ πάσῃ τῆς οἰκουμένης καθορῶντι συνόδῳ,” [La frase en griego antiguo puede traducirse al español como: ”Maldiciones que indican la anatematización sinodal en Constantinopla a quien desafía el concilio de toda la ecúmene.”] se les atribuyó sin dificultad al V Concilio Ecuménico, especialmente porque según los antiguos, este concilio había anatematizado a Orígenes. Esta es la opinión de los Ballerini, mientras que Cave, Dupin, Walch y Döllinger no ven en estos anatemas la obra del concilio de Constantinopla de 543. Es difícil llegar a una certeza sobre esta cuestión (…)”.

“Ahora, aquí están los quince anatemas:

Can. 1.

Quien crea en la fabulosa preexistencia de las almas y en la condenable apocatástasis que se le relaciona (es decir, en la restauración de todas las cosas como eran originalmente): sea anatematizado.

Can. 2.

Quien diga: la creación de todos los seres racionales solo incluía espíritus sin cuerpos y completamente inmateriales, sin números ni nombres, de modo que entre ellos había identidad por igualdad de sustancia, fuerza y energía, así como por su unión con el Dios Logos y su conocimiento de este mismo Logos; pero al no querer ver a Dios, se entregaron a cosas malas, cada uno según sus inclinaciones, y tomaron cuerpos más o menos por Hechos y recibieron nombres, porque en las Potestades superiores hay una diferencia de nombres, así como hay una diferencia de cuerpos; es por eso que unos fueron llamados Querubines, otros Serafines y Arcángeles, y Potestades, y Dominaciones, y Tronos, y Ángeles; es por eso que hay tantos órdenes celestiales: sea anatema.

Can. 3.

Quien diga que el sol, la luna y las estrellas también son parte de estos seres racionales, y que solo se convirtieron en lo que son porque se volvieron hacia el mal: sea anatema.

Can. 4.

Quien diga que los seres racionales en los cuales el amor divino se enfrió, se ocultaron en cuerpos groseros como los nuestros, y fueron llamados hombres, mientras que aquellos que alcanzaron el último grado del mal tuvieron como parte cuerpos fríos y oscuros y se convirtieron y son llamados demonios y espíritus malignos: sea anatema.

Can. 5.

Quien diga: Así como la catastasis de los ángeles y arcángeles los convirtió en almas de hombres o de demonios, de la misma manera los hombres pueden volver a convertirse en ángeles y demonios, y toda clase de jerarquías celestiales se encuentra ya sea arriba, abajo, o tanto arriba como abajo: sea anatema.

Can. 11.

Quien diga que el juicio futuro anuncia la aniquilación de los cuerpos, y que el fin de la fábula será una naturaleza inmaterial, después de lo cual no habrá más materia, sino solo espíritus puros: sea anatema.

Can. 12.

Quien diga: las Potestades celestiales y todos los hombres, y el demonio y los malos espíritus, se unirán con el Logos de Dios, como el espíritu (voûç) que llaman Cristo, que tiene la forma divina, y que se humilló, y el reino del Cristo tendrá un fin: sea anatema.

Can. 13.

Quien diga que no hay una diferencia absoluta entre Cristo y otros seres racionales, ni en cuanto a la substancia, ni en cuanto a ciencia y que todos estarán colocados a la derecha de Dios, incluido Cristo, como ya eran las cosas en la preexistencia fabulosa de la que hablan: que sea anatema.

Can. 14.

Quien diga que de todos los seres racionales se formará una sola unidad de hipóstasis y números, desapareciendo los cuerpos, y que el conocimiento del mundo futuro llevará consigo la ruina del mundo y el rechazo de los cuerpos, así como la abolición de todos los nombres, y finalmente una identidad entre el conocimiento y la hipóstasis; además, que en esta supuesta apocatástasis, solo los espíritus continuarán existiendo, como era en la supuesta preexistencia: que sea anatema.

Can. 15.

Quien diga que la vida de los espíritus será análoga a la vida que existía al principio, cuando los espíritus aún no habían caído ni se habían degradado, de modo que el fin y el principio serán iguales, y que el fin será la verdadera medida del principio: que sea anatema”.

 

 8.- Citamos las palabras del propio Orígenes.

Y ahora veamos algunas citas de las obras de Orígenes:

De Principiis, Libro III:

"Porque Dios no gobierna almas con referencia, dejadme decir, a cincuenta años de la vida presente, sino con referencia a una edad ilimitable, porque Él hizo el principio pensante inmortal en su naturaleza, y semejante a Él; y por tanto, el alma, que es inmortal, no está excluida por la brevedad de la vida presente de los remedios divinos y curas.

Ningún ser racional y sintiente, esto es, la mente o el alma, puede existir sin algún movimiento, sea bueno o malo.

Finalmente, algunos hombres ignorantes e incrédulos suponen que nuestra carne se destruye después de la muerte en tal grado que no conserva ningún resto de su sustancia anterior. Nosotros, sin embargo, que creemos en su resurrección, entendemos que en la muerte sólo se produce su corrupción, pero su sustancia permanece ciertamente; y por la voluntad de su Creador, y en el tiempo designado, será restaurada a la vida; y por segunda vez tendrá lugar un cambio, de manera que lo que primero fue carne formada del polvo de la tierra y después disuelta por la muerte y reducida de nuevo a polvo y ceniza –“Polvo eres, y en polvo te convertirás” (Gn 3,19)-, se levantará de la tierra, y después de esto, según los méritos del alma que la habitaba, avanzará a la gloria de un cuerpo espiritual".

 

Contra Celso:

"Realmente, Celso no se cansa de echarnos en cara la resurrección; sin embargo, como por nuestra parte ya expusimos, en lo posible, lo que nos pareció razonable, no vamos a responder muchas veces a una objeción muchas veces repetida. Por lo demás, nos calumnia Celso al suponer que nosotros no tenemos nada por mejor y más precioso en nuestro compuesto que el cuerpo, siendo así que afirmamos ser el alma, y señaladamente el alma racional, cosa más preciosa que cualquier cuerpo. Lo que es según la imagen del Creador (Col 3,10) lo contiene el alma, y no, en modo alguno, el cuerpo.

… Y el misterio mismo de su resurrección, por no ser entendido, es traído y llevado y objeto de mofa entre los incrédulos. Siendo esto así, llamar “oculta” nuestra doctrina es de todo punto absurdo. Por lo demás, que haya puntos más allá de lo exotérico, que no llegan a los oídos del vulgo, no es cosa exclusiva del cristianismo, sino corriente también entre filósofos, que tenían sus doctrinas exotéricas, pero otras esotéricas. Así, unos sólo oían sobre Pitágoras: “El lo dijo”; otros eran secretamente iniciados en doctrinas que no merecían llegar a oídos profanos y no aún purificados”. Y en cuanto a los misterios, que se practican por toda Grecia y tierras bárbaras, con ser ocultos, no los ataca Celso; por eso en vano trata de desacreditar lo que hay de oculto en el cristianismo y que él no entiende puntualmente.

Ahora, pues, ni nosotros ni las letras divinas dicen que “los de antiguo muertos, salidos de la tierra, vivirán con sus propias carnes” sin que éstas hayan experimentado una transformación en mejor. Y, al decir esto Celso, nos calumnia. Leemos, en efecto, muchos pasajes de las Escrituras que hablan de la resurrección de manera digna de Dios; pero, de momento, basta citar un texto de Pablo, de la primera carta a los corintios, que dice así: ´Mas dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos y con qué cuerpo vendrán? ¡Necio! Lo que tú siembras no se vivifica si no muere. Y lo que siembras, no es el cuerpo que ha de nacer, sino un simple grano, por ejemplo, de trigo o semillas semejantes.

Dios, empero, le da cuerpo como Él quiere, y a cada semilla su propio cuerpo (1 Cor. 15,35-38). De ver es aquí cómo no dice que se siembre el cuerpo que ha de nacer. No; aquí, en la semilla que se siembra y se arroja desnuda a la tierra, al dar Dios a cada una su propio cuerpo, viene a cumplirse una especie de resurrección: de la semilla arrojada sale en unos casos una espiga, en otros un árbol, como en la mostaza, u otro aún mayor, como en el olivo o algún otro árbol frutal’.

El dogma de la resurrección.

El tema de la resurrección es largo y difícil de explicar, y pide, como ningún otro de los dogmas, un hombre sabio y hasta muy adelantado en sabiduría, para demostrar cuan digno de Dios y cuan magnífico es un dogma según el cual tiene alguna razón de germen el que las Escrituras llaman tabernáculo o tienda del alma, en que están los justos gimiendo, agravados, porque no quieren despojarse de él, sino sobrevestirse (CF 2). Nada de eso entendió Celso por haberlo oído de gentes ignorantes, incapaces de demostrar nada por razonamiento, y por eso hace chacota de nuestra doctrina. Será, pues, provechoso añadir a lo que anteriormente hemos dicho (II 55-67; V 18-20.57-8) siquiera una observación de pasada sobre este punto, y es que nosotros no hablamos de la resurrección por haber malentendido, como cree Celso, las teorías sobre la emigración de las almas. No, nosotros sabemos que el alma, incorpórea e invisible por su naturaleza, en cualquier lugar corporal que se hallare necesita de un cuerpo acomodado a la naturaleza de aquel lugar. Ese cuerpo lo lleva a veces después de despojarse del anterior, necesario antes, pero superfluo ahora en un estado posterior; otras, sobrevistiéndose sobre el que antes tenía, pues necesita de más excelente vestidura para lugares más puros, etéreos y celestes (…).

Además, dado que hay cierto tabernáculo y casa terrena (CF 2), necesaria en cierto modo al tabernáculo, dicen las letras sagradas que la casa terrena del tabernáculo se desmorona; el tabernáculo, empero, se sobreviste de una casa no hecha a mano, eterna en los cielos. Y añaden los hombres de Dios que lo corruptible se reviste de incorruptibilidad, que difiere de lo incorruptible; y lo mortal se reviste de inmortalidad, que no es lo mismo que lo inmortal. La relación que hay entre la sabiduría y lo que es sabio, y entre la justicia y lo justo, la paz y lo pacífico, esa misma se da entre la incorruptibilidad y lo incorruptible, la inmortalidad y lo inmortal. He ahí, pues, a lo que nos incita la palabra divina al decir que nos revestimos de incorruptibilidad e inmortalidad, las cuales, como un vestido al que lo viste y lo lleva, no permiten se corrompa o muera quien de ellas se reviste. Y perdónesenos la audacia de haber dicho todo esto, por causa de Celso, que no entendió qué es lo que llamamos resurrección, y por ello hace nuestra doctrina objeto de risa y mofa". (8)

 9.- ¿Cuál es hoy la “doctrina oficial” de la Iglesia?

La actual, y no sabemos si última, doctrina de la Iglesia Católica recoge lo siguiente en cuanto a la muerte y la resurrección, todo ello según leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica alojado en la web oficial de la Santa Sede (9):

“PRIMERA PARTE. LA PROFESIÓN DE LA FE. SEGUNDA SECCIÓN: LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA. CAPÍTULO TERCERO. 

CREO EN EL ESPÍRITU SANTO.

ARTÍCULO 11

“CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE”

988 El Credo cristiano —profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción creadora, salvadora y santificadora— culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna.

989 Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día (cf. Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra Resurrección será obra de la Santísima Trinidad:

«Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rm 8, 11; cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3, 10-11).

990 El término “carne” designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is 40, 6). La “resurrección de la carne” significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros “cuerpos mortales” (Rm 8, 11) volverán a tener vida.

991 Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. “La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella” (Tertuliano, De resurrectione mortuorum 1, 1):

«¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe […] ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron» (1 Co 15, 12-14. 20).

I.La Resurrección de Cristo y la nuestra.

Revelación progresiva de la Resurrección.

992 La resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también Aquél que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia. En esta doble perspectiva comienza a expresarse la fe en la resurrección. En sus pruebas, los mártires Macabeos confiesan:

«El Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna» (2 M 7, 9). «Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él» (2 M 7, 14; cf. 2 M 7, 29; Dn 12, 1-13).

993 Los fariseos (cf. Hch 23, 6) y muchos contemporáneos del Señor (cf. Jn 11, 24) esperaban la resurrección. Jesús la enseña firmemente. A los saduceos que la niegan responde: “Vosotros no conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios, vosotros estáis en el error" (Mc 12, 24). La fe en la resurrección descansa en la fe en Dios que “no es un Dios de muertos sino de vivos” (Mc 12, 27).

994 Pero hay más: Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (cf. Jn 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf. Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, Él habla como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo (cf. Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (cf. Mc 10, 34).

995 Ser testigo de Cristo es ser “testigo de su Resurrección” (Hch 1, 22; cf. 4, 33), “haber comido y bebido con él después de su Resurrección de entre los muertos” (Hch 10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como Él, con Él, por Él.

996 Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (cf. Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). “En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne” (San Agustín, Enarratio in Psalmum 88, 2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?

Cómo resucitan los muertos.

997 ¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.

998 ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: “los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación” (Jn 5, 29; cf. Dn 12, 2).

999 ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo” (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él “todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora están revestidos” (Concilio de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será “transfigurado en cuerpo de gloria” (Flp 3, 21), en “cuerpo espiritual” (1 Co 15, 44):

«Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano…, se siembra corrupción, resucita incorrupción […]; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53).

1000 Este “cómo ocurrirá la resurrección” sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:

«Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 18, 4-5).

1001 ¿Cuándo? Sin duda en el “último día” (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); “al fin del mundo” (LG 48). En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:

«El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar» (1 Ts 4, 16).

Resumen.

1016 Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día.

1017 “Creemos […] en la verdadera resurrección de esta carne que poseemos ahora” (DS 854). No obstante, se siembra en el sepulcro un cuerpo corruptible, resucita un cuerpo incorruptible (cf. 1 Co 15, 42), un “cuerpo espiritual” (1 Co 15, 44).

1018 Como consecuencia del pecado original, el hombre debe sufrir “la muerte corporal, de la que el hombre se habría liberado, si no hubiera pecado” (GS 18).

1019 Jesús, el Hijo de Dios, sufrió libremente la muerte por nosotros en una sumisión total y libre a la voluntad de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte, abriendo así a todos los hombres la posibilidad de la salvación.


10- Conclusión.

Claramente podemos comprobar que los dogmas de la iglesia se basan en interpretaciones literales de la “letra muerta”, cuando no meras tergiversaciones y, en todo caso, omitiendo o desconociendo lo antes citado por el “padre de la Iglesia” Orígenes: “… que haya puntos más allá de lo exotérico, que no llegan a los oídos del vulgo, no es cosa exclusiva del cristianismo, sino corriente también entre filósofos, que tenían sus doctrinas exotéricas, pero otras esotéricas”. Gracias a la Teosofía divulgada en el siglo XIX algunas porciones de la filosofía que fueron esotéricas se divulgaron y explicaron, siendo la filosofía expuesta, aun quedando la mayoría todavía escondida tras el velo, mucho más lógica que los dogmas sin sentido de la Iglesia, la que en muchos aspectos únicamente apela a “cuestiones de fe”. William Q. Judge, en su obra El Océano de la Teosofía hacía los siguientes comentarios: “[la religión materializante] ha predicado la resurrección del cuerpo, una doctrina contraria al sentido común, a los hombres, a los hechos, a la lógica y a todo testimonio. Pero no hay duda alguna de que la teoría de la resurrección corporal proviene de la corrupción de una más antigua y verdadera enseñanza. La resurrección está basada en lo que dice Job acerca de haber visto a su redentor en la carne, y sobre la mención de San Pablo de que el cuerpo fue resucitado incorrupto. Pero Job fue un egipcio que hablaba de ver a su maestro o iniciador, quien era el redentor, y Jesús y Pablo se referían al cuerpo espiritual solamente”.

 “Solo el conocimiento de los renacimientos constantes de una misma Individualidad a través de todo el ciclo de vida; la seguridad de que las mismas MÓNADAS (entre las cuales se hallan muchos Dhyan Chohans, o los “Dioses” mismos) tienen que pasar a través del “Ciclo de Necesidad”, recompensadas o castigadas por medio de tales renacimientos, de los sufrimientos soportados o de los crímenes cometidos en las vidas anteriores; que esas mismas Mónadas que entraron en los cascarones vacíos, sin sentido, o formas astrales de la Primera Raza, emanadas por los Pitris, son las mismas que se hallan ahora entre nosotros (más aún, nosotros mismos quizás); sólo esta doctrina, decimos, puede explicarnos el problema misterioso del Bien y del Mal, y reconciliar al hombre con la aparente injusticia terrible de la vida. Nada que no sea una certeza semejante puede aquietar nuestro sentimiento de justicia en rebelión. Pues cuando el que desconoce la noble doctrina mira en torno suyo y observa las desigualdades del nacimiento y de la fortuna, de la inteligencia y de las facultades; cuando vemos que se rinden honores a gente necia y disipada, sobre quien la fortuna ha acumulado sus favores por mero privilegio del nacimiento, y su prójimo, con gran inteligencia y nobles virtudes, mucho más meritorio por todos conceptos, perece de necesidad y por falta de simpatía; cuando se ve todo esto y hay que retirarse ante la impotencia para socorrer el infortunio inmerecido, vibrando los oídos y angustiado el corazón con los gritos de dolor en torno de uno, sólo el bendito conocimiento de Karma impide maldecir de la vida y de los hombres, así como de su supuesto Creador.” (1).

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(1)   La Doctrina Secreta, vol. II., de Helena P. Blavatsky.

(2)   Respuestas a preguntas sobre El Océano de la Teosofía, por Robert Crosbie.

(3)   Glosario Teosófico, H. P. Blavatsky.

(4)   El océano de la Teosofía, H. P. Blavatsky.

(5)   Glosario de la Clave de la Teosofía, H. P. Blavatsky.

(6)   Histoire des Conciles, d´aprés les documents orginaux, de Charles Joseph Hefele, Doctor en Filosofía y Teología, Obispo de Rottenbourg (nueva traducción francesa basada en la segunda edición alemana, corregida y aumentada con notas críticas y bibliográficas por Dom H. LECLERCQ, Benedictino de la Abadía de Farnborough), Tomo II, Segunda Parte. París, LETOUZEY ET ANÉ, EDITEURS, 1908.

Advertencia sobre la traducción del francés al castellano: puede ser inexacta y/o contener errores, ya que se ha realizado mediante software de traducción automática.

(7)   Segundo Concilio de Constantinopla - Enciclopedia Católica (aciprensa.com)

(8)   https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=pa_12792

(9)   https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p123a11_sp.html