Representación de Orígenes escribiendo, desde un manuscrito de In numeros homilia XXVII (c. 1160). Wikipedia. |
1.- ¿Qué es la reencarnación?
2.- Reencarnación como doctrina antigua y
universalmente aceptada.
3.- También la Iglesia promulgaba la teoría de
la reencarnación.
4.- Cuando la Iglesia cambia de opinión.
5.- ¿Quién fue Orígenes?
6.- Divulgación
de la filosofía de Orígenes.
7.- ¿Qué
contienen las actas del Concilio de Constantinopla II?
8.- Citamos las
palabras del propio Orígenes.
9.- ¿Cuál es hoy la “doctrina
oficial” de la Iglesia?
10- Conclusión.
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1.- ¿Qué es la
reencarnación?
La reencarnación consiste en que nuestra parte interna e
inmortal, también llamada Alma, Individualidad, Mente, Ego, o Manas, después de la muerte del cuerpo
en que residía, pasa sucesivamente a otros cuerpos; se reviste de nuevas
personalidades transitorias. “Estas últimas son como los diversos personajes
que un mismo actor representa, con cada uno de los cuales ese actor se
identifica y es identificado por el público, por espacio de algunas horas” (1).
Con la sucesión de un inmenso número de
encarnaciones se pretende la purificación y alcanzar la unidad absoluta con el
Principio divino, aunque esta es una afirmación vaga y la razón de la
existencia es un tema muy complejo de tratar en nuestro actual estado de
desarrollo; en cualquier caso, hemos de entender que “el objeto de toda
evolución no es la salvación individual, sino que el todo [todos los reinos de
la Naturaleza] sea elevado, elevado hacia grados cada vez altos” (2).
“La ´personalidad´ es en cualquier
vida sólo un aspecto temporal y la acción de la Individualidad, y difiere en
cada vida, en el medio ambiente y en los cambios que se han llevado a en
existencias anteriores —en carácter, disposición y entendimiento; estos pueden
producir en la siguiente encarnación un cambio de relación social, capacidad
mental, naturaleza del cuerpo, medio ambiente físico, e inclusive de sexo. La
personalidad no reencarna; la Individualidad en cada renacimiento proyecta una
personalidad nueva, las cualidades y tendencias de ésta
son sustraídas de la suma total de todas las vidas pasadas —no solamente de la
pasada. Toda la experiencia pasada está dentro y detrás de cada personalidad y
puede ser obtenida y realizada, sin embargo, puede permanecer entera o
parcialmente latente …”. (2)
Según la Teosofía, se rechaza la idea
de un alma nueva creada para cada recién nacido; al contrario, defiende “que
todo ser humano es portador o el Vehículo de un Ego coeterno con todo otro Ego;
porque todos los Egos son de la misma esencia y pertenecen a la emanación
primordial de un Ego universal infinito. Platón lo llama logos (o segundo Dios
manifestado) y nosotros lo llamamos principio divino manifestado, que es uno
con la mente o alma universal y no es el Dios antropomorfo, extra-cósmico y
personal en el cual creen muchos teístas”. (3) En definitiva, el alma debe ser
preexistente y por lo tanto no creada para la ocasión de cada nacimiento.
“A menos que neguemos la inmortalidad
del hombre y la existencia del alma, no hay ningún argumento firme contra la
doctrina de la preexistencia y del renacimiento, excepto aquél que se basa en
el dictamen de la iglesia, que dice que cada alma es una nueva creación. Este
dictamen puede ser únicamente sostenido por un dogmatismo ciego, ya que una vez
conferida el alma, tarde o temprano tenemos que arribar a la teoría del
renacimiento, porque aun cuando cada alma es nueva sobre esta Tierra, la misma
debe continuar viviendo en alguna otra parte después del fallecimiento; y en
vista del reconocido orden de la naturaleza, el alma tendrá otros cuerpos o
vestiduras en otros planetas o esferas celestes.
(…)
Así pues, mientras la herencia tiene
algo que ver con la diferencia de carácter en cuanto a la fuerza y la moral,
influenciando un poco el alma y la mente, y proveyendo también el lugar
apropiado para recibir recompensa y castigo, la herencia no es, sin embargo, la
causa de la naturaleza esencial que muestra cada cual.
Mas todas esas diferencias, tales como
aquellas mostradas por los niños desde el nacimiento, por los adultos a medida
que el carácter se desarrolla más y más, y por las naciones a través de su
historia, se deben a la larga experiencia adquirida durante muchas vidas sobre
la Tierra, y son el resultado de la evolución del alma misma. El
examen de una corta vida humana no ofrece suficiente base para la formación de
la naturaleza interior del hombre. Es indispensable que cada alma adquiera
toda la experiencia posible, y una sola vida no puede proporcionar esto aún
bajo las condiciones más favorables. Sería una tontería del Todopoderoso el
situarnos aquí por tan corto tiempo, tan sólo para erradicarnos cuando
hubiéramos empezado a ver el propósito de la vida y las posibilidades que la
misma ofrece. El simple deseo egoísta de una persona de evadir las pruebas y
disciplinas de la vida no es suficiente para poner de lado las leyes de la
naturaleza; por lo tanto, el alma debe renacer hasta que deje de poner en movimiento
la causa del renacimiento, después de haber desarrollado su carácter hasta el
límite posible, según indican todas las variedades de la naturaleza humana; cuando
todas las experiencias hayan pasado y no antes de que toda la verdad accesible
haya sido adquirida.
La gran disparidad entre los hombres
con respecto a capacidad nos obliga, si es que deseamos atribuir justicia a la
Naturaleza o a Dios, a admitir la doctrina de la reencarnación y a rastrear el
origen de esa disparidad en las vidas pasadas del Ego. Pues la gente está tan
obstaculizada, obstruida, atropellada y hecha víctima de una aparente
injusticia por falta de capacidad, como de veras lo está por razones de
circunstancias de nacimiento o de educación.
(…)
Contemplando la vida y su probable
finalidad, con toda la variada experiencia posible para el hombre, uno está
forzado a la conclusión de que una sola vida no es suficiente para llevar a
cabo todo lo que intenta la Naturaleza, sin mencionar lo que el hombre mismo
desea lograr. La gama de variedad en experiencias es enorme. Hay en el hombre
un inmenso campo de poderes latentes, que según notamos podrían ser
desarrollados si les fuera dada la oportunidad. Un conocimiento infinito en
amplitud y en diversidad se extiende ante nosotros, especialmente en estos
tiempos en que la investigación especializada está a la orden del día. Nosotros
percibimos que tenemos aspiraciones muy elevadas, sin tener el tiempo para
poder realizarlas en toda su medida, mientras la gran tropa de pasiones y
deseos, motivos y ambiciones egoístas, guerrean contra nosotros y entre ellos
mismos, persiguiéndonos aún hasta la puerta del sepulcro. Todos estos
obstáculos tienen que ser tratados, conquistados, usados, sojuzgados. Una vida
no es suficiente para todo esto. Decir que no tenemos sino una sola vida
aquí, con tales posibilidades frente a nosotros imposibles de desarrollar, es
hacer del Universo y la vida tan sólo una inmensa y cruel broma perpetrada por
un Dios poderoso, quien es por tanto acusado por aquéllos que creen en la
creación especial de almas, de glorificarse y bromear con el diminuto hombre,
simplemente porque ese hombre es pequeño y una mera criatura del Todopoderoso.
(…)
El mero hecho de morir no es de por sí
suficiente para producir el desarrollo de facultades o la eliminación de las
tendencias e inclinaciones erróneas. Si damos por sentado que al entrar al
cielo de inmediato adquirimos todo conocimiento y toda pureza, entonces ese
estado después de la muerte queda reducido a un nivel de inacción y la vida
misma, con toda su disciplina, queda privada de todo significado”. (4)
2.- Reencarnación
como doctrina antigua y universalmente aceptada.
La teoría de la reencarnación no fue
inventada por la Teosofía, en tanto que solo volvió a divulgar una filosofía
tan antigua como la existencia humana. Como ya se dijo en la mencionada entrada Reencarnación, “esto lo enseñaban los brahmines, los
budistas, los judíos, los griegos, los egipcios, los caldeos, los herederos
post-diluvianos de la Sabiduría pre-diluviana, Pitágoras, Sócrates, Clemente
Alejandrino, Sinesio, Orígenes, los poetas griegos más antiguos y los gnósticos
…”. [En la obra La Doctrina Secreta
se encuentran completas explicaciones al respecto.]
3.- También la Iglesia
promulgaba la teoría de la reencarnación.
Como no podía ser de otra forma, también la Iglesia creía inicialmente en
tal idea. “Esta es la más antigua doctrina y es ya aceptada por más seres
humanos que el número de aquéllos que la repudian. (…) los judíos la
consideraban cierta y no ha llegado a desaparecer de su religión; y Jesús, a quien se le llama fundador del cristianismo,
también creyó y enseñó esta doctrina. En la iglesia cristiana primitiva también
era conocida y promulgada, y los más preeminentes entre los padres de la
iglesia la creían y promulgaban.
(…) Jesús debió haber conocido bien
las doctrinas que ellos profesaban. Todos creían en la reencarnación. Para
ellos Moisés, Adán, Noé, Seth y otros, habían regresado a la tierra; y en la
misma época de Jesús se creía comúnmente que el antiguo profeta Elías estaba
aún por regresar. Así es que encontramos, ante todo, que Jesús jamás negó ni
abjuró la doctrina y en varias ocasiones le dio su asentimiento, como cuando
dijo que Juan el Bautista era en realidad una nueva encarnación del antiguo
Elías, a quien las gentes estaban esperando. Todo esto puede ser verificado en
el Evangelio de San Mateo, en los
capítulos XVII, XI y otros.
En esos escritos se notará claramente
que Jesús aprobaba la doctrina de la reencarnación; y siguiendo el sendero de
Jesús, San Pablo, en la Epístola a los
romanos, capítulo IX, habla de Esaú y de Jacob como habiendo realmente
existido antes de su nacimiento; y más tarde, tan preeminentes padres de la
iglesia cristiana, como Orígenes, Synesios y otros, aceptaron y enseñaron la
teoría. En el libro de Proverbios
VIII, 22, Salomón dice haber estado presente durante la formación de la tierra
y que mucho antes de que él pudiera haber nacido como Salomón, sus placeres
eran los de vivir en las partes habitables de la tierra en compañía de los
hijos de los hombres. En el Apocalipsis,
III, 12, San Juan el Evangelista relata que a él le fue revelado en el curso de
una visión, la que se refiere a la voz de Dios o a la de alguien hablando en su
nombre, que quien quiera que llegase a vencer no tendría la necesidad de
"salir" otra vez; es decir, que no necesitaría reencarnar más. Durante quinientos años después de Jesús,
hasta el Concilio de Constantinopla, esta doctrina fue enseñada en la iglesia.
Entonces se promulgó una condenación sobre un aspecto del asunto, condenación
que ha sido interpretada por muchos como si se hubiese hecho contra la
reencarnación; pero si tal condenación es dictada contra las palabras de Jesús,
la misma no tiene ningún efecto. Esta condenación, por cierto, va contra Él,
y por tanto la iglesia se encuentra en la posición de alegar, en efecto, que
Jesús no conocía lo bastante para maldecir, según lo hizo la iglesia, una
doctrina conocida y enseñada en su época, y la cual fue conspicuamente traída a
su conocimiento y nunca condenada sino de hecho aprobada por Él.
El cristianismo es una religión judía
y esta doctrina de la reencarnación le pertenece históricamente por herencia
judaica, y también por razón de haber sido enseñada por Jesús y por los
primeros padres de la iglesia. Si hubiera alguna forma verídica o lógica para
la iglesia cristiana de librarse de este dilema - excluyendo, desde luego, los
dogmas de la iglesia -, al Teósofo le agradaría que se la diesen a conocer. En
realidad, el teósofo sostiene que quien quiera que sea cristiano profeso y
niegue esta teoría, él mismo pone con eso su juicio contra el de Jesús, quien
debió haber sabido más sobre el asunto que aquellos que lo siguen. Es este
anatema lanzado por el Concilio de la iglesia contra la reencarnación, y la
ausencia de esta doctrina en la enseñanza actual, lo que ha hecho daño al cristianismo
y ha hecho de todas las naciones cristianas pueblos que pretenden ser
discípulos de Jesús y de la ley del amor, pero que realmente como naciones, son
seguidoras de la Ley Mosaica del talión y de la represalia. Porque sólo en la
reencarnación se encuentra la respuesta a todos los problemas de la vida; y en
ella y en el Karma se encuentra la fuerza que hará a los hombres practicar la
ética que profesan en teoría". (4)
4.- Cuando la
Iglesia cambia de opinión.
Como se ha adelantado a través del
texto citado de William Judge, la Iglesia enseñó la doctrina de la
reencarnación hasta el concilio del año 500. En concreto, hasta el llamado Segundo
concilio de Constantinopla del año 543 (V Concilio Ecuménico), con la condena
de uno de los denominados “padres de la Iglesia”, Orígenes.
5. Quién fue
Orígenes.
Célebre doctor de la Iglesia que nació
a fines del segundo siglo, probablemente en África [Alejandría], y acerca de
quien muy poco sabemos, si realmente sabemos algo de él, puesto que sus
fragmentos biográficos han pasado a las edades posteriores bajo la autoridad de
Eusebio, el más desenfrenado falsificador que ha existido en época alguna. A
este último se le atribuye el haber coleccionado más de cien cartas de Orígenes
(u Orígenes Adamancio) que, según se dice ahora, se han perdido. Para los
teósofos, la más interesante de todas las obras de Orígenes es su Doctrina de
la preexistencia de las almas. Fue discípulo de Ammonio Saccas, y durante mucho
tiempo oyó las lecciones de este gran maestro de filosofía. (5).
6.- Divulgación
de la filosofía de Orígenes.
Según encontramos en la obra Histoire
des Conciles, d´aprés les documents orginaux (6), la filosofía de Orígenes
se estaba expandiendo con rapidez a principios del siglo V entre los monjes de
Palestina, existiendo varios de intentos de condenar su obra. Citamos a
continuación del título mencionado:
“El principal historiador de las
luchas origenistas de este período, el sacerdote Cirilo de Escitópolis,
sugiere, en la biografía de su maestro San Sabas, que el patriarca Efrén
celebró efectivamente un concilio en Antioquía, en 592, sobre esta cuestión.
Esto es lo que dice al respecto: “Efrén publicó una carta sinodal en la que
anatematizó los principios de Orígenes. (…) “Al regresar de Gaza a
Constantinopla, Pelagio viajó con monjes de Jerusalén que llevaban extractos de
las obras de Orígenes y solicitaban al emperador que condenara su doctrina.
Pelagio y Menas, patriarca de Constantinopla, respaldaron esta petición y
Justiniano publicó el edicto contra Orígenes que antes era tan famoso. Este
documento, muy extenso y tratando temas teológicos, fue editado inicialmente en
latín por Baronius; posteriormente, Lupus publicó el texto griego, que fue
incluido en las colecciones de los actos del V Concilio Ecuménico. El ejemplar
de este edicto que nos ha llegado fue dirigido a Menas, patriarca de
Constantinopla. El emperador afirma desde el principio que su mayor
preocupación es mantener la pureza de la fe y la tranquilidad de la Iglesia. ´Había
sabido, con gran pesar suyo, que algunos intentaban defender los errores de
Orígenes que se acercaban a los principios paganos, arrianos y maniqueos. Quien
se haga discípulo de este Orígenes apenas tenía derecho a ser llamado todavía
cristiano…´ (…) El emperador enumera los otros principales errores de
Orígenes (preexistencia de las almas, apocatástasis, pluralidad de mundos,
etc.), y se dedica a refutarlos en detalle, citando un gran número de
pasajes de los Padres, especialmente Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nisa,
Juan Crisóstomo, Pedro de Alejandría, Atanasio, Basilio, Cirilo de Alejandría,
etc., quienes todos se habían pronunciado de manera muy explícita contra
Orígenes (…) “Queriendo”, continúa el Emperador, “eliminar de la Iglesia
cualquier causa de escándalo, debemos seguir la Sagrada Escritura y los Padres
que habían condenado Orígenes, envió este escrito a Su Santidad (Menas),
instándolo a reunir a los obispos presentes en Constantinopla, y a los
archimandritas en una asamblea común, que pronunciaría por escrito el
anatema contra Orígenes y sus errores, en particular contra aquellos
mencionados en el decreto imperial”. (…) Dado que es así, concluye el
emperador, es justo que Orígenes sea anatematizado según las diez siguientes
proposiciones:
1
Si alguien dice o piensa que las almas
humanas existían anteriormente, es decir, que anteriormente eran espíritus o
fuerzas sagradas, los cuales, apartándose de la vista de Dios, se dejaron
llevar por el mal, y, por ese motivo, perdieron el amor divino, fueron llamados
almas y enviados por manera de castigo a un cuerpo, sea anatema.
…
10
Anatema a Orígenes, y a quienquiera
que enseñe y piense como él.
…
“… Nos limitamos a decir que este
edicto, aunque hecho con una intención loable, debe ser considerado entre
los enormes y numerosos atropellos al poder espiritual que la corte de Bizancio
se permitió; y la suposición de que la colaboración del emperador con Menas
y Pelage no disminuye la gravedad del asunto. La publicación de este decreto
tuvo lugar después del concilio de Gaza, es decir, en el año 543, según las
adiciones de los Ballerini a las obras del cardenal Noris…”.
“El
concilio en Constantinopla sobre Orígenes tuvo lugar en el año 543.
El
patriarca Menas probablemente no tardó en convocar el sínodo solicitado por el
emperador; se presume que se llevó a cabo en ese mismo año. Justiniano envió
una carta a la asamblea, enumerando los errores de los monjes de Palestina,
atribuyéndolos a Pitágoras, Platón y Orígenes. Debido a estos errores y
locuras peligrosas, el emperador solicitó a los Padres reunidos que estudiaran
con cuidado el documento adjunto a la carta (que era idéntico a la carta del
emperador a Menas), y que anatematizaran todos estos principios, a Orígenes
y a quienes pensaban como él".
7.- ¿Qué
contienen las actas del Concilio de Constantinopla II?
Según EC Wiki, Enciclopedia Católica
Online (7), “se han perdido las actas originales
en griego del concilio, pero aún existe una versión latina muy antigua,
probablemente contemporánea y hecha para el uso de Vigilio, ciertamente citada
por su sucesor Pelagio I. La edición de Baluze está reimpresa en mansi, “Coll.
Conc.”, IX, 163 sqq. En el siguiente Concilio General de Constantinopla (680)
se encontró que las Actas del Quinto Concilio habían sido alteradas (Hefele,
op. cit., II, 855-58) en favor del monotelismo; ni tampoco es cierto que en su
forma presente están en su integridad original. Esto tiene peso en el muy
discutido asunto concerniente a la condenación del origenismo en este Concilio.
Hefele, movido por la antigüedad y persistencia de los informes acerca de la
condenación de Orígenes, afirma (p. 861) con el Cardenal Noris, que en éste
Orígenes fue condenado, pero sólo en
passant (incidentalmente), y que su nombre, en el undécimo anatema no es
una interpolación".
Volviendo
a la obra Histoire des Conciles, d´aprés les documents orginaux (6), se
hace constar lo siguiente en cuanto a los quince anatemas contra Orígenes.
“En este concilio de Constantinopla se
formularon quince famosos anatemas contra quince proposiciones de Orígenes.
Fueron descubiertos a finales del siglo XVII por Pierre Lambeck en un
manuscrito de la biblioteca de Viena y luego se incluyeron en todas las
colecciones de concilios. Estos quince anatemas están precedidos en el
manuscrito de Viena, de la siguiente nota: “ἀναθέματα δηλοῦντα τὴν ἐν
Κωνσταντινουπόλει συνοδικὴν ἀνάθεσιν τῷ πάσῃ τῆς οἰκουμένης καθορῶντι συνόδῳ,”
[La frase en griego antiguo puede traducirse al español como: ”Maldiciones que
indican la anatematización sinodal en Constantinopla a quien desafía el
concilio de toda la ecúmene.”] se les atribuyó sin dificultad al V Concilio
Ecuménico, especialmente porque según los antiguos, este concilio había
anatematizado a Orígenes. Esta es la opinión de los Ballerini, mientras que
Cave, Dupin, Walch y Döllinger no ven en estos anatemas la obra del concilio de
Constantinopla de 543. Es difícil llegar a una certeza sobre esta cuestión
(…)”.
“Ahora,
aquí están los quince anatemas:
Can.
1.
Quien
crea en la fabulosa preexistencia de las almas y en la condenable apocatástasis
que se le relaciona (es decir, en la restauración de todas las cosas como eran
originalmente): sea anatematizado.
Can.
2.
Quien
diga: la creación de todos los seres racionales solo incluía espíritus sin
cuerpos y completamente inmateriales, sin números ni nombres, de modo que entre
ellos había identidad por igualdad de sustancia, fuerza y energía, así como por
su unión con el Dios Logos y su conocimiento de este mismo Logos; pero al no
querer ver a Dios, se entregaron a cosas malas, cada uno según sus
inclinaciones, y tomaron cuerpos más o menos por Hechos y recibieron nombres,
porque en las Potestades superiores hay una diferencia de nombres, así como hay
una diferencia de cuerpos; es por eso que unos fueron llamados Querubines,
otros Serafines y Arcángeles, y Potestades, y Dominaciones, y Tronos, y
Ángeles; es por eso que hay tantos órdenes celestiales: sea anatema.
Can.
3.
Quien
diga que el sol, la luna y las estrellas también son parte de estos seres racionales,
y que solo se convirtieron en lo que son porque se volvieron hacia el mal: sea
anatema.
Can.
4.
Quien diga que los seres racionales en los
cuales el amor divino se enfrió, se ocultaron en cuerpos groseros como los
nuestros, y fueron llamados hombres, mientras que aquellos que alcanzaron el
último grado del mal tuvieron como parte cuerpos fríos y oscuros y se
convirtieron y son llamados demonios y espíritus malignos: sea anatema.
Can.
5.
Quien
diga: Así como la catastasis de los ángeles y arcángeles los convirtió en almas
de hombres o de demonios, de la misma manera los hombres pueden volver a
convertirse en ángeles y demonios, y toda clase de jerarquías celestiales se
encuentra ya sea arriba, abajo, o tanto arriba como abajo: sea anatema.
…
Can.
11.
Quien
diga que el juicio futuro anuncia la aniquilación de los cuerpos, y que el fin
de la fábula será una naturaleza inmaterial, después de lo cual no habrá más
materia, sino solo espíritus puros: sea anatema.
Can.
12.
Quien
diga: las Potestades celestiales y todos los hombres, y el demonio y los malos
espíritus, se unirán con el Logos de Dios, como el espíritu (voûç) que llaman
Cristo, que tiene la forma divina, y que se humilló, y el reino del Cristo
tendrá un fin: sea anatema.
Can.
13.
Quien
diga que no hay una diferencia absoluta entre Cristo y otros seres racionales,
ni en cuanto a la substancia, ni en cuanto a ciencia y que todos estarán
colocados a la derecha de Dios, incluido Cristo, como ya eran las cosas en la
preexistencia fabulosa de la que hablan: que sea anatema.
Can.
14.
Quien diga que de todos los seres racionales
se formará una sola unidad de hipóstasis y números, desapareciendo los cuerpos,
y que el conocimiento del mundo futuro llevará consigo la ruina del mundo y el
rechazo de los cuerpos, así como la abolición de todos los nombres, y
finalmente una identidad entre el conocimiento y la hipóstasis; además, que en
esta supuesta apocatástasis, solo los espíritus continuarán existiendo, como
era en la supuesta preexistencia: que sea anatema.
Can.
15.
Quien
diga que la vida de los espíritus será análoga a la vida que existía al
principio, cuando los espíritus aún no habían caído ni se habían degradado, de
modo que el fin y el principio serán iguales, y que el fin será la verdadera
medida del principio: que sea anatema”.
8.- Citamos las palabras del propio
Orígenes.
Y ahora veamos algunas citas de las
obras de Orígenes:
De Principiis, Libro III:
"Porque Dios no gobierna almas con
referencia, dejadme decir, a cincuenta años de la vida presente, sino con
referencia a una edad ilimitable, porque Él hizo el principio pensante inmortal
en su naturaleza, y semejante a Él; y por tanto, el alma, que es inmortal, no
está excluida por la brevedad de la vida presente de los remedios divinos y
curas.
…
Ningún ser racional y sintiente, esto
es, la mente o el alma, puede existir sin algún movimiento, sea bueno o malo.
…
Finalmente, algunos hombres ignorantes
e incrédulos suponen que nuestra carne se destruye después de la muerte en tal
grado que no conserva ningún resto de su sustancia anterior. Nosotros, sin
embargo, que creemos en su resurrección, entendemos que en la muerte sólo se
produce su corrupción, pero su sustancia permanece ciertamente; y por la
voluntad de su Creador, y en el tiempo designado, será restaurada a la vida; y
por segunda vez tendrá lugar un cambio, de manera que lo que primero fue carne
formada del polvo de la tierra y después disuelta por la muerte y reducida de
nuevo a polvo y ceniza –“Polvo eres, y en polvo te convertirás” (Gn 3,19)-, se levantará de la tierra, y
después de esto, según los méritos del alma que la habitaba, avanzará a la
gloria de un cuerpo espiritual".
Contra Celso:
"Realmente, Celso no se cansa de
echarnos en cara la resurrección; sin embargo, como por nuestra parte ya
expusimos, en lo posible, lo que nos pareció razonable, no vamos a responder
muchas veces a una objeción muchas veces repetida. Por lo demás, nos calumnia
Celso al suponer que nosotros no tenemos nada por mejor y más precioso en
nuestro compuesto que el cuerpo, siendo así que afirmamos ser el alma, y
señaladamente el alma racional, cosa más preciosa que cualquier cuerpo. Lo que
es según la imagen del Creador (Col 3,10) lo contiene el alma, y no, en modo
alguno, el cuerpo.
… Y el misterio mismo de su
resurrección, por no ser entendido, es traído y llevado y objeto de mofa entre
los incrédulos. Siendo esto así, llamar “oculta” nuestra doctrina es de todo
punto absurdo. Por lo demás, que haya puntos más allá de lo exotérico, que no llegan a los oídos del vulgo, no es
cosa exclusiva del cristianismo, sino corriente también entre filósofos, que
tenían sus doctrinas exotéricas, pero otras esotéricas. Así, unos sólo oían
sobre Pitágoras: “El lo dijo”; otros eran secretamente iniciados en doctrinas
que no merecían llegar a oídos profanos y no aún purificados”. Y en cuanto a
los misterios, que se practican por toda Grecia y tierras bárbaras, con ser
ocultos, no los ataca Celso; por eso en
vano trata de desacreditar lo que hay de oculto en el cristianismo y que él no
entiende puntualmente.
…
Ahora, pues, ni nosotros ni las letras divinas dicen que “los de antiguo muertos, salidos de la tierra, vivirán con sus propias carnes” sin que éstas hayan experimentado una transformación en mejor. Y, al decir esto Celso, nos calumnia. Leemos, en efecto, muchos pasajes de las Escrituras que hablan de la resurrección de manera digna de Dios; pero, de momento, basta citar un texto de Pablo, de la primera carta a los corintios, que dice así: ´Mas dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos y con qué cuerpo vendrán? ¡Necio! Lo que tú siembras no se vivifica si no muere. Y lo que siembras, no es el cuerpo que ha de nacer, sino un simple grano, por ejemplo, de trigo o semillas semejantes.
Dios, empero, le da cuerpo como Él quiere, y a cada semilla su propio cuerpo (1 Cor. 15,35-38). De ver es aquí cómo no dice que se siembre el cuerpo que ha de nacer. No; aquí, en la semilla que se siembra y se arroja desnuda a la tierra, al dar Dios a cada una su propio cuerpo, viene a cumplirse una especie de resurrección: de la semilla arrojada sale en unos casos una espiga, en otros un árbol, como en la mostaza, u otro aún mayor, como en el olivo o algún otro árbol frutal’.
…
El dogma de la resurrección.
El tema de la resurrección es largo y
difícil de explicar, y pide, como ningún otro de los dogmas, un hombre sabio y
hasta muy adelantado en sabiduría, para demostrar cuan digno de Dios y cuan
magnífico es un dogma según el cual tiene alguna razón de germen el que las
Escrituras llaman tabernáculo o tienda del alma, en que están los justos
gimiendo, agravados, porque no quieren despojarse de él, sino sobrevestirse (CF
2). Nada de eso entendió Celso por haberlo oído de gentes ignorantes, incapaces
de demostrar nada por razonamiento, y por eso hace chacota de nuestra doctrina.
Será, pues, provechoso añadir a lo que anteriormente hemos dicho (II 55-67; V
18-20.57-8) siquiera una observación de pasada sobre este punto, y es que
nosotros no hablamos de la resurrección por haber malentendido, como cree
Celso, las teorías sobre la emigración de las almas. No, nosotros sabemos que el alma, incorpórea e invisible por su naturaleza,
en cualquier lugar corporal que se hallare necesita de un cuerpo acomodado a la
naturaleza de aquel lugar. Ese
cuerpo lo lleva a veces después de despojarse del anterior, necesario antes,
pero superfluo ahora en un estado posterior; otras, sobrevistiéndose sobre
el que antes tenía, pues necesita de más excelente vestidura para lugares más
puros, etéreos y celestes (…).
Además, dado que hay cierto tabernáculo y casa terrena (CF 2), necesaria en cierto modo al tabernáculo, dicen las letras sagradas que la casa terrena del tabernáculo se desmorona; el tabernáculo, empero, se sobreviste de una casa no hecha a mano, eterna en los cielos. Y añaden los hombres de Dios que lo corruptible se reviste de incorruptibilidad, que difiere de lo incorruptible; y lo mortal se reviste de inmortalidad, que no es lo mismo que lo inmortal. La relación que hay entre la sabiduría y lo que es sabio, y entre la justicia y lo justo, la paz y lo pacífico, esa misma se da entre la incorruptibilidad y lo incorruptible, la inmortalidad y lo inmortal. He ahí, pues, a lo que nos incita la palabra divina al decir que nos revestimos de incorruptibilidad e inmortalidad, las cuales, como un vestido al que lo viste y lo lleva, no permiten se corrompa o muera quien de ellas se reviste. Y perdónesenos la audacia de haber dicho todo esto, por causa de Celso, que no entendió qué es lo que llamamos resurrección, y por ello hace nuestra doctrina objeto de risa y mofa". (8)
La actual, y no sabemos si última, doctrina
de la Iglesia Católica recoge lo siguiente en cuanto a la muerte y la
resurrección, todo ello según leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica
alojado en la web oficial de la Santa Sede (9):
“PRIMERA PARTE. LA PROFESIÓN DE LA FE. SEGUNDA SECCIÓN: LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA. CAPÍTULO TERCERO.
CREO EN EL
ESPÍRITU SANTO.
ARTÍCULO 11
“CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE”
988 El Credo cristiano —profesión de
nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción creadora,
salvadora y santificadora— culmina en la proclamación de la resurrección de los
muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna.
989 Creemos firmemente, y así lo
esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre
los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su
muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el
último día (cf. Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra Resurrección será obra de
la Santísima Trinidad:
«Si el Espíritu de Aquel que resucitó
a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Jesús de
entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su
Espíritu que habita en vosotros (Rm 8, 11; cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4,
14; Flp 3, 10-11).
990 El término “carne” designa al
hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is
40, 6). La “resurrección de la carne” significa que, después de la muerte, no
habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros “cuerpos
mortales” (Rm 8, 11) volverán a tener vida.
991 Creer en la resurrección de los
muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana.
“La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos
cristianos por creer en ella” (Tertuliano, De resurrectione mortuorum 1, 1):
«¿Cómo andan diciendo algunos entre
vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos,
tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación,
vana también vuestra fe […] ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como
primicias de los que durmieron» (1 Co 15, 12-14. 20).
I.La Resurrección de Cristo y la
nuestra.
Revelación progresiva de la
Resurrección.
992 La resurrección de los muertos fue
revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza en la resurrección
corporal de los muertos se impuso como una consecuencia intrínseca de la fe en
un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. El creador del cielo y
de la tierra es también Aquél que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y
su descendencia. En esta doble perspectiva comienza a expresarse la fe en la
resurrección. En sus pruebas, los mártires Macabeos confiesan:
«El Rey del mundo, a nosotros que
morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna» (2 M 7, 9). «Es
preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser
resucitados de nuevo por él» (2 M 7, 14; cf. 2 M 7, 29; Dn 12, 1-13).
993 Los fariseos (cf. Hch 23, 6) y
muchos contemporáneos del Señor (cf. Jn 11, 24) esperaban la resurrección.
Jesús la enseña firmemente. A los saduceos que la niegan responde: “Vosotros no
conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios, vosotros estáis en el
error" (Mc 12, 24). La fe en la resurrección descansa en la fe en Dios que
“no es un Dios de muertos sino de vivos” (Mc 12, 27).
994 Pero hay más: Jesús liga la fe en
la resurrección a la fe en su propia persona: “Yo soy la resurrección y la
vida” (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a
quienes hayan creído en Él (cf. Jn 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y
bebido su sangre (cf. Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una
prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5,
21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no
obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, Él habla como del
"signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo (cf. Jn 2, 19-22):
anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (cf. Mc 10, 34).
995 Ser testigo de Cristo es ser
“testigo de su Resurrección” (Hch 1, 22; cf. 4, 33), “haber comido y bebido con
él después de su Resurrección de entre los muertos” (Hch 10, 41). La esperanza
cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con
Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como Él, con Él, por Él.
996 Desde el principio, la fe
cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (cf.
Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). “En ningún punto la fe cristiana encuentra más
contradicción que en la resurrección de la carne” (San Agustín, Enarratio in
Psalmum 88, 2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida
de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que
este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?
Cómo resucitan los muertos.
997 ¿Qué es resucitar? En la muerte,
separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras
que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo
glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros
cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la
Resurrección de Jesús.
998 ¿Quién resucitará? Todos los
hombres que han muerto: “los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida,
y los que hayan hecho el mal, para la condenación” (Jn 5, 29; cf. Dn 12, 2).
999 ¿Cómo? Cristo resucitó con su
propio cuerpo: “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo” (Lc 24, 39); pero
Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él “todos resucitarán
con su propio cuerpo, del que ahora están revestidos” (Concilio de Letrán
IV: DS 801), pero este cuerpo será “transfigurado en cuerpo de gloria” (Flp 3,
21), en “cuerpo espiritual” (1 Co 15, 44):
«Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los
muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no
revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino
un simple grano…, se siembra corrupción, resucita incorrupción […]; los muertos
resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se
revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad
(1 Cor 15,35-37. 42. 53).
1000 Este “cómo ocurrirá la
resurrección” sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es
accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da
ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:
«Así como el pan que viene de la
tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan
ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra
celestial, así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son corruptibles,
ya que tienen la esperanza de la resurrección» (San Ireneo de Lyon, Adversus
haereses, 4, 18, 4-5).
1001 ¿Cuándo? Sin duda en el “último
día” (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); “al fin del mundo” (LG 48). En efecto, la
resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:
«El Señor mismo, a la orden dada por
la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que
murieron en Cristo resucitarán en primer lugar» (1 Ts 4, 16).
…
Resumen.
…
1016 Por la muerte, el alma se separa
del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a
nuestro cuerpo transformado reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha
resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día.
1017 “Creemos […] en la verdadera
resurrección de esta carne que poseemos ahora” (DS 854). No obstante, se
siembra en el sepulcro un cuerpo corruptible, resucita un cuerpo incorruptible
(cf. 1 Co 15, 42), un “cuerpo espiritual” (1 Co 15, 44).
1018 Como consecuencia del pecado
original, el hombre debe sufrir “la muerte corporal, de la que el hombre se
habría liberado, si no hubiera pecado” (GS 18).
1019 Jesús, el Hijo de Dios, sufrió
libremente la muerte por nosotros en una sumisión total y libre a la voluntad
de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte, abriendo así a todos los
hombres la posibilidad de la salvación.
10- Conclusión.
Claramente podemos comprobar que los
dogmas de la iglesia se basan en interpretaciones literales de la “letra
muerta”, cuando no meras tergiversaciones y, en todo caso, omitiendo o
desconociendo lo antes citado por el “padre de la Iglesia” Orígenes: “… que
haya puntos más allá de lo exotérico, que no llegan a los oídos del vulgo, no
es cosa exclusiva del cristianismo, sino corriente también entre filósofos, que
tenían sus doctrinas exotéricas, pero otras esotéricas”. Gracias a la Teosofía
divulgada en el siglo XIX algunas porciones de la filosofía que fueron
esotéricas se divulgaron y explicaron, siendo la filosofía expuesta, aun quedando
la mayoría todavía escondida tras el velo, mucho más lógica que los dogmas sin
sentido de la Iglesia, la que en muchos aspectos únicamente apela a “cuestiones
de fe”. William Q. Judge, en su obra El Océano de la Teosofía hacía los
siguientes comentarios: “[la religión materializante] ha predicado la
resurrección del cuerpo, una doctrina contraria al sentido común, a los
hombres, a los hechos, a la lógica y a todo testimonio. Pero no hay duda alguna
de que la teoría de la resurrección corporal proviene de la corrupción de
una más antigua y verdadera enseñanza. La resurrección está basada en lo
que dice Job acerca de haber visto a su redentor en la carne, y sobre la
mención de San Pablo de que el cuerpo fue resucitado incorrupto. Pero Job fue
un egipcio que hablaba de ver a su maestro o iniciador, quien era el redentor,
y Jesús y Pablo se referían al cuerpo espiritual solamente”.
*******
(1) La
Doctrina Secreta, vol. II., de
Helena P. Blavatsky.
(2) Respuestas
a preguntas sobre El Océano de la Teosofía, por Robert Crosbie.
(3) Glosario
Teosófico, H. P.
Blavatsky.
(4) El
océano de la Teosofía, H. P. Blavatsky.
(5)
Glosario de la Clave de la Teosofía, H. P. Blavatsky.
(6) Histoire des Conciles, d´aprés les
documents orginaux, de Charles
Joseph Hefele, Doctor en Filosofía y Teología, Obispo de Rottenbourg (nueva traducción
francesa basada en la segunda edición alemana, corregida y aumentada con notas
críticas y bibliográficas por Dom H. LECLERCQ, Benedictino de la Abadía de
Farnborough), Tomo II, Segunda Parte. París, LETOUZEY ET ANÉ, EDITEURS, 1908.
Advertencia
sobre la traducción del francés al castellano: puede ser inexacta y/o contener errores, ya
que se ha realizado mediante software de traducción automática.
(7)
Segundo Concilio de
Constantinopla - Enciclopedia Católica (aciprensa.com)
(8)
https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=pa_12792
(9)
https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p123a11_sp.html