Por Robert Crosbie:
Hace tiempo que la concentración, o sea el uso de la atención con coherencia y persistencia hacia alguna cosa que deseamos realizar, ha sido estimada como el medio más eficaz para alcanzar la expresión total de nuestros poderes y energías. Los antiguos utilizaban la expresión “enfocarse en un solo punto” para indicar el poder de concentrar toda la atención sobre un tema o un objeto, excluyendo cualquier otro pensamiento y sentimiento, durante el tiempo que fuera necesario. La verdadera concentración es muy difícil de alcanzar en nuestra civilización, porque la tónica principal de esta época es, de hecho, la distracción más bien que la concentración. Constantemente y en todas las direcciones se nos presentan a nuestra mente sujetos y objetos, una cosa tras otra, llamando nuestra atención, distrayéndola de eso en lo que estábamos concentrándonos. Así, nuestras mentes han adquirido la tendencia de saltar de una cosa a otra, a volar de una idea placentera o una desagradable y luego a permanecer pasivas. Normalmente permanecer pasivo es dormir, pero si llegara a ser anormal, conduciría a la locura. Cada uno puede probar por sí que nos hemos acostumbrado a esas distracciones y no somos capaces de concentrar nuestra mente sobre algo por un tiempo determinado. Si un individuo se sienta e intenta pensar en una cosa, en un objeto o sujeto, por solo cinco minutos, se dará cuenta que en unos segundos habrá vagado mentalmente muy lejos de eso sobre lo cual originalmente quería reflexionar.
Antes de alcanzar la concentración verdadera y pura, pudiendo utilizar la mente superior y sus poderes, debemos, primero, comprender lo que es el ser humano, su verdadera naturaleza y la causa de su condición presente. Pues los poderes que usamos en el cuerpo son transmitidos y extraídos de la naturaleza espiritual, pero están tan perturbados y limitados que no son poderosos. Debemos conocer nuestra mente y controlarla, o sea, la mente inferior, llamada en Teosofía Manas inferior, interesada sólo en los asuntos personales y físicos. Los sabios del pasado decían que este “órgano interno”, el principio pensante, es el gran generador de la ilusión, lo que perturba la concentración. No es posible alcanzar la concentración verdadera mientras que el dueño de la mente no sea capaz de colocarla donde desea, cuando quiera y por el espacio de tiempo deseado.
Escrito está en La Voz del Silencio: “La mente es el gran Destructor de lo Real. Destruya el discípulo al Destructor”. El discípulo, que es el Ser Real, el hombre espiritual, debe obrar como tal. Tiene que poner fin a los cambios continuos de su principio pensante, llegando a la tranquilidad en aquel conocimiento hacia el cual la consideración de su verdadera naturaleza lo atrae. El objeto del desarrollo total es la realización de la verdadera naturaleza de cada uno y el uso de sus poderes. Lo que obstaculiza este proceso es el principio pensante. Nosotros somos los pensadores, pero no somos lo que pensamos. Si nuestra manera de pensar es equivocada, todos los resultados de nuestros pensamientos y acciones deben conducirnos a una conclusión errónea o parcial, en el mejor de los casos; pero si nos percatamos de que somos el pensador y el creador, el que desarrolla todas las condiciones en las cuales nos encontramos y enfrentaremos en un futuro, habremos alcanzado el punto de vista del hombre Real, el único al cual pertenece el poder de la concentración.
Para alcanzar la concentración necesitamos comprender la clasificación de los principios humanos. Todos tenemos los mismos principios, las mismas substancias y el mismo espíritu en nuestro interior. Cada elemento que existe en todo sitio y en todo ser, está en nosotros. Así cada uno posee, aunque sean latentes, todos los poderes presentes en cualquier parte y en sí mismo. Provenimos todos de la misma Fuente y somos parte de un Gran y Único Entero, chispas y rayos de la Vida y del Espíritu infinito o Principio Absoluto.
El segundo principio es Buddhi, o la sabiduría adquirida de las vidas pasadas y de la presente. Es la esencia de todas nuestras experiencias previas. El principio siguiente es Manas, la mente Superior, el verdadero poder de pensar, el creador que no se involucra en la fase física de la existencia, sino del espíritu y la sabiduría adquirida. El conjunto de estos tres principios: Atma-Buddhi-Manas, constituye el Ser Verdadero y cada uno de nosotros es, en su naturaleza interior, esta triada.
El Manas inferior es el aspecto transitorio de la mente Superior, o sea, la porción de nuestra atención, pensamientos y sentimientos, interesada en la vida física. Pero si nuestra facultad pensante se concentra sólo sobre el ser personal, el cuerpo, los poderes que moran en la Tríada, el Ser Real y la sabiduría pasada adquirida, no pueden penetrar aquella nube de ilusión. El Manas inferior es el principio del equilibrio, es el centro desde donde el ser encarnado se dirige hacia su naturaleza superior o desciende hacia la terrestre, compuesta por los deseos de la existencia sensoria. La vida alrededor de nosotros nos envía impresiones y energías continuas; mientras nuestras ideas, nuestros sentimientos y emociones nos exponen y conectan constantemente con éstas, por lo tanto la mente interior se halla siempre agitada, condición que obstaculiza la calma y la concentración absoluta.
Luego tenemos el cuerpo astral, un aspecto del cuerpo real interior, que ha perdurado por todo el amplio pasado y deberá continuar por un largo futuro. El cuerpo astral es el prototipo, o la base, que sirve para la formación de lo físico, considerándolo desde el punto de vista de los poderes, es el cuerpo físico real. Sin éste, el cuerpo físico sería simplemente un conjunto de materia, un agregado de vidas inferiores. Los órganos o centros donde se han desarrollado los físicos, en armonía con las necesidades del pensador interno, moran en el cuerpo astral, que es la verdadera residencia de los sentidos reales del ser humano. El cuerpo astral dura un poco más que el físico, no muere junto a este último, siendo el vehículo en los estados inmediatos después de la muerte.
Tan pronto como comencemos a hacer un esfuerzo para controlar la mente y deseemos conocer y tomar la posición del ser interno, dicho esfuerzo y la posición asumida nos permitirán alcanzar el poder y la firmeza. Hemos despertado algo en el cuerpo astral. Los que previamente eran centros de fuerza alrededor de los cuales se formaban los órganos, ahora empiezan a desarrollarse como órganos astrales distintos, cuya construcción gradual ocurre dentro de nosotros hasta que, al final de nuestro esfuerzo, tengamos un cuerpo astral con los órganos físicos totalmente sintetizados y las vicisitudes de la vida no nos afectarán más, pues tendremos el poder de obrar del cuerpo astral. Esto, en su plano, es más completo y eficaz que nuestro instrumento físico en la esfera objetiva, teniendo un campo de acción más amplio, gracias a sus siete super-sentidos, mientras que físicamente solo tenemos cinco sentidos.
Tan pronto como empezamos a hacer el esfuerzo, surgen los obstáculos. Las viejas maneras de pensar y de sentir nos asaltan de cada lado, porque no somos todavía capaces de controlarlas y estamos sujetos a ciertos sentimientos y emociones que pueden destruir el cuerpo astral que estamos construyendo. La cólera es la primera y la más poderosa, posee un efecto explosivo y no importa cuanto hemos progresado en nuestro crecimiento, el choque interior incontrolable que proviene de la ira, destroza el cuerpo astral, así que debemos empezar nuevamente desde cero. La otra emoción enemiga es la vanidad, en todo tipo, concerniente a la realización de algo, nosotros, nuestras familias, nuestro país, etc. La vanidad tiende a crecer hasta que ya no ponemos atención en las palabras de nadie y somos demasiado engreídos para aprender alguna cosa. Entonces, la vanidad puede desintegrar el cuerpo interior aunque sea menos devastadora que la cólera. Otros obstáculos son la envidia y el miedo, pero este último es el menos peligroso porque puede disiparse mediante el conocimiento. El miedo es siempre el fruto de la ignorancia, tememos lo que ignoramos, pero, al desarrollar el conocimiento, el miedo desaparece.
Somos víctimas de estos miedos que tienden a destruir el instrumento mediante el cual podemos alcanzar la verdadera concentración que, sin embargo, es asequible. El poder y la naturaleza especial de la concentración es que, una vez alcanzada, podemos dirigir la atención sobre cada objeto o sujeto deseado, excluyendo todo lo demás por un cierto período de tiempo. Además podemos usar nuestro principio pensante, la mente, que es de fácil mutación, para transformarse en el objeto observado y en la naturaleza del asunto en el cual pensamos. Mientras la mente asume la forma del objeto, nosotros extraemos de esta forma todas las características que fluyen de ella y al final de nuestro examen tenemos una comprensión completa referente al sujeto o al objeto. Está claro que no podemos alcanzar una concentración tal mediante esfuerzos intermitentes, sino por medio de esfuerzos provenientes de “una posición firme,” teniendo presente la meta final. Todos los esfuerzos producidos de aquella manera serán productivos, cada esfuerzo que proviene del ser espiritual es importante por someter el cuerpo al principio pensante.
Aquel verdadero poder de concentración es campo de acción de otras cosas. Empezamos a abrir los canales que, de nuestro cerebro, alcanzan al cuerpo astral y de este último al ser interior, de modo que lo temporal tienda a convertirse en una parte de lo eterno. Todos los planos, desde el superior al inferior se sintetizan y todos los vehículos del alma que hemos desarrollado desde el pasado, se armonizan. Por lo tanto, tenemos que equilibrar en exacto acuerdo los instrumentos del alma, tarea posible sólo tomando la posición del ser espiritual y obrando como tal.
Podemos alcanzar la cumbre de la concentración no actuando de una manera egoísta. La concentración del cerebro-mente está al lado de la verdadera concentración, como una luz débil está al lado del sol. En primer lugar, la verdadera concentración es una posición asumida para unirse al Ser Superior. Esto es el Yoga más elevado. La verdadera concentración es la que concierne al Ser. Debemos alcanzarla antes de poder conseguir aquel estado donde poseemos el conocimiento eterno y completo de todo y antes de recuperar y usar, nuevamente, los poderes que pertenecen a la humanidad.
Extraído extraído del libro El filósofo amigo, de Robert Crosbie (The Theosophy Company).