21 febrero 2024

La Atlántida: sus habitantes, localización del continente y destrucción. (Parte 1 de 2).

 

 
Mapa de Athanasius Kircher, que muestra un supuesto enclave de la Atlántida. (Mundus Subterraneus, 1669). Mapa orientado con el sur arriba. Wikipedia.

1. Introducción.
2. Localización de la Atlántida.
3. Habitantes de la Atlántida
3.1 De la Cuarta Raza a la Quinta (de los atlantes a los arios primitivos).
4. Pérdida de espiritualidad; nacimiento de la hechicería.
5. Destrucción del continente. “El Diluvio”.
6. Restos actuales de la Atlántida. Islas, picos y construcciones.

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1.     Introducción.

“Cada vez que se encuentran restos de alguna civilización sumergida en el Atlántico (o en otras zonas), se publican una serie de libros y artículos de revistas que suelen identificarlos con el continente "perdido" de la Atlántida. La Atlántida, cuya imagen ha intrigado a la Humanidad desde épocas remotas, fue descrita con muchos detalles por Platón en sus diálogos Timeo y Critias como la tierra de la Edad de Oro del hombre, un grande y maravilloso imperio mundial que `se hundió bajo el mar... en medio de violentos terremotos e inundaciones... en un sólo día y una sola noche de lluvia... y que ésa es la razón por la cual el mar es impenetrable en esos lugares...´.

Como es natural, se han identificado las ruinas submarinas de las Bahamas con la Atlántida, aunque Platón, el más famoso comentarista de este continente perdido, parece haberlo situado en frente de las Columnas de Heracles (Hércules), hoy conocidas como Estrecho de Gibraltar, en algún lugar del Atlántico. Una lectura detenida del relato de Platón revela sin embargo una información en extremo interesante, que sugiere que el Imperio Atlántico no era una isla, sino una serie de grandes islas a lo largo del Atlántico, cuyo poder se había extendido a ambos lados del océano. Platón escribió:

... En aquellos días (aproximadamente hace 11.500 años), el Atlántico era navegable y había una isla situada frente a los estrechos llamados Columnas de Heracles: la isla era mayor que Libia y Asia juntas y era la ruta hacia otras islas, y desde ellas podía uno pasar a través de todo el continente situado en dirección opuesta y que rodea el verdadero océano; porque este mar que se halla dentro de los estrechos de Heracles (el Mediterráneo) es sólo un puerto, con una entrada estrecha, pero el otro es el verdadero mar y la tierra que lo rodea podría en verdad ser llamada un continente.

Debe señalarse que Platón mencionó a Libia (es decir, África) y Asia, pero específica y separadamente habla del continente; es decir, el continente hacia el oeste que, según había dicho antes, hallaba dentro de la égida de la Atlántida”.

The Bermuda Triangle, por Charles Berlitz. Mundo Actual de Ediciones, Nueva York, 1974. Traducido al castellano por José Cayuela.

 

“La historia acerca de la Atlántida y todas las tradiciones sobre el asunto fueron contadas, como todos saben, por Platón en su Timœus y Critias. Platón, cuando era niño, lo supo de su abuelo Critias, de edad de noventa años, quien lo había oído en su juventud a Solón, amigo de su padre, Dropide; – Solón, uno de los Siete Sabios de Grecia. Creemos que no podría encontrarse origen de más confianza”. HPB

 

En la obra La Doctrina Secreta de H. P. Blavatsky, especialmente el volumen II, encontramos una valiosa fuente de información sobre la Atlántida, entre otros muchos temas. De la citada obra se ha extraído el material para esta compilación, que a continuación se expone:

 

2.     Localización de la Atlántida.

Los creyentes en Platón describen generalmente la Atlántida como una prolongación del África. Sospéchese también que existió un viejo continente en la costa oriental. Pero el África, como continente, nunca formó parte de la Lemuria ni de la Atlántida, como hemos convenido en llamar al Tercero y Cuarto continentes. Sus nombres arcaicos jamás han sido mencionados en los Purânas ni en ninguna otra parte. Pero sólo con que se posea una de las claves Esotéricas, es tarea fácil identificar esas tierras desaparecidas con el sinnúmero de “Tierras de los Dioses”, Devas y Munis, descritas en los Purânas, en sus Varshas, Dwipas y zonas. Su Shvetadvîpa, durante los primeros días de la Lemuria, se erigía como un pico–gigante surgiendo del fondo del mar; y el área entre el Atlas y Madagascar estuvo ocupada por las aguas hasta el primer período de la Atlántida, después de la desaparición de la Lemuria, cuando el África surgió del fondo del Océano y el Atlas se sumergió a medias.

(…)

Según se ha indicado en la Introducción, es claro que ni el nombre de Lemuria, ni aun el de Atlántida, son los verdaderos nombres arcaicos de los perdidos Continentes. Sólo los hemos adoptado en gracia de la claridad. Atlántida fue el nombre que se dio a aquellas partes del Continente sumergido de la Cuarta Raza, que estaban “más allá de las Columnas de Hércules”, y que se mantuvieron sobre las aguas después del Cataclismo general. El último resto de ellas, la Atlántida de Platón, o “Poseidonis”, el cual es otro substituto, o más bien una traducción del nombre verdadero, fue el último resto del Continente que quedaba sobre el agua, hace unos 11.000 años. La mayor parte de los verdaderos nombres de los países e islas de ambos Continentes se encuentran en los Purânas; pero el mencionarlos especialmente, según se hallan en otras obras más antiguas, tales como el Suryâ Siddhanta, necesitaría explicaciones demasiado extensas. Si en escritos anteriores parecen los dos demasiado poco diferenciados, esto es debido a una lectura poco atenta y a falta de reflexión.

(…)

Por tanto, aun cuando puede decirse, sin apartarse de la verdad, que la Atlántida está incluida en los siete grandes Continentes Insulares, puesto que la Cuarta Raza Atlante llegó a poseer algunos de los restos de la Lemuria, y estableciéndose en las islas, las incluyeron entre sus tierras y continentes; sin embargo, debe hacerse una diferencia y darse una explicación, toda vez que en la presente obra se intenta un relato más exacto y completo. Algunos Atlantes tomaron también posesión, de esta manera, de la Isla de Pascua; y ellos, habiendo escapado al Cataclismo de su propio país, se establecieron en este resto de la Lemuria, pero sólo para perecer en él al ser destruido, en un día, por fuegos y lavas volcánicos.

(…)

La parte Atlántica de la Lemuria fue la base geológica de lo que se conoce generalmente por Atlántida, pero que debe más bien considerarse como un desarrollo de la prolongación Atlántica de la Lemuria, que como una masa de tierra completamente nueva, levantada para atender a las exigencias especiales de la Cuarta Raza–Raíz. Lo mismo que sucede en la evolución de una Raza, ocurre en los cambios sucesivos y arreglos de las masas continentales, sin que se pueda trazar una línea bien determinada en donde un orden termina y otro principia. La continuidad en los procesos naturales no se interrumpe nunca. Así, la Raza Cuarta Atlante se desarrolló de un núcleo de hombres de la Raza Tercera de la Lemuria Septentrional, concentrado, por decirlo así, hacia un punto de lo que ahora es el Océano Atlántico medio. Su continente se formó por la unión de muchas islas y penínsulas que se levantaron en el transcurso ordinario del tiempo, y últimamente se convirtió en la verdadera morada de la gran Raza conocida por Atlante. Después que se consumó esto, según manifiesta la autoridad Oculta más elevada: “La Lemuria… no debe confundirse más con el Continente Atlántico, como Europa no se confunde con América” (Esoteric Buddhism, pág. 58).

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Seguro es que Europa fue precedida no sólo por la última isla de la Atlántida de que habla Platón, sino también por un gran continente, que primero se dividió, y últimamente se subdividió en siete penínsulas e islas (llamadas Dwipas). Cubría él todas las regiones Atlánticas del norte y del sur, así como partes del Pacífico, del norte y sur, y tenía islas hasta en el Océano Indico (restos de la Lemuria). Este aserto está corroborado por los Purânas indios, por escritores griegos y por tradiciones persas, asiáticas y mahometanas.

3.     Habitantes de la Atlántida.

En esto está Faber de acuerdo con Bailly, quien se muestra más instruido y con más intuición que los que aceptan la cronología bíblica. Tampoco se equivocaba Bailly al decir que los Atlantes eran lo mismo que los Titanes y Gigantes (Véanse sus Lettres sur l'Atlantide). Faber adopta tanto más gustoso la opinión de su cofrade francés cuanto que Bailly menciona a Cosme Indicoplesta, que conservaba una antigua tradición acerca de Noé, de que había “habitado en otro tiempo la isla Atlántida”. Que esta isla sea la “Poseidonis” mencionada en el Esoteric Buddhism o el Continente de la Atlántida, importa poco. La tradición existe, registrada por un cristiano.

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Los atlantes, primera progenie del hombre semidivino después de su separación en sexos y, por tanto, los primeros engendrados y los mortales que primeramente nacieron al modo humano, fueron los primeros “sacrificadores” al dios de la materia. Son ellos, en el oscuro y remoto pasado, en edades más que prehistóricas, el prototipo sobre el cual se construyó el gran símbolo de Caín, los primeros antropomorfistas que adoraron la forma y la materia, culto que pronto degeneró en personal, y que luego condujo al falicismo que reina supremo hasta hoy día en el simbolismo de todas las religiones exotéricas de rituales, dogmas y formas. (…)

Era creencia de toda la antigüedad, pagana y cristiana, que la humanidad primitiva fue una raza de gigantes. En ciertas excavaciones hechas en América (en terraplenes y en cuevas) se han encontrado ya, en casos aislados, grupos de esqueletos de nueve y de doce pies de alto. Éstos pertenecen a tribus de la Quinta Raza primitiva, degenerada ahora hasta el tamaño de cinco y seis pies. Pero podemos creer sin dificultad que los Titanes y Cíclopes de antaño pertenecían realmente a la Cuarta Raza (Atlante), y que todas las leyendas y alegorías posteriores que se encuentran en los Purânas hindúes y en los poemas griegos de Hesíodo y de Homero se basaban en nebulosas reminiscencias de Titanes verdaderos (hombres de un poder físico sobrehumano tremendo, que les permitía defenderse y tener a raya a los monstruos gigantescos de los tiempos primitivos mesozoicos y cenozoicos) y de Cíclopes reales, mortales de “tres ojos”.

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Hablar de una raza de nueve yatis o veintisiete pies de alto [8,23 metros aprox.], en una obra que pretenda un carácter más científico que, por ejemplo, la historia de “Jack el Matador de Gigantes”, es un procedimiento bastante raro. ¿Dónde están las pruebas? –se preguntará a la escritora–. En la historia y en la tradición, es la respuesta. Las tradiciones de una raza de gigantes en los tiempos remotos, son universales; existen en doctrinas orales y escritas. La India ha tenido sus Danavas y Daityas; Ceilán sus Râkshasas; Grecia sus Titanes; Egipto sus Héroes colosales; Caldea sus Izdubars (Nimrod); y los judíos sus Emims de la tierra de Moab, con los famosos gigantes, Anakim (Números, XIII, 33). Moisés habla de Og, un rey cuyo “lecho” tenía nueve codos de largo (15 pies 4 pulgadas) y cuatro de ancho (Deut., III, II); y Goliat tenía “seis codos y un palmo de alto” (o 10 pies 7 pulgadas). La única diferencia que se encuentra entre la “escritura revelada” y las pruebas que nos han proporcionado Heródoto, Diodoro de Sicilia, Homero, Plinio, Plutarco, Filostrato, etc., es la siguiente: al paso que los paganos mencionan solamente esqueletos de gigantes, muertos edades sin cuento antes, reliquias que algunos de ellos habían visto personalmente, los intérpretes de la Biblia exigen sin rubor que la geología y la arqueología deban creer que algunos países estaban habitados por tales gigantes en los días de Moisés; gigantes ante los cuales los judíos eran como langostas, y los cuales existían todavía en los días de Josué y David. Desgraciadamente, su propia cronología se opone a ello. Hay que renunciar a esta última o a los gigantes.

(…)

La civilización de los atlantes fue aún mayor que la de los egipcios. Sus descendientes degenerados, la nación de la Atlántida de Platón, fueron los que construyeron las primeras Pirámides en el país, y eso seguramente antes del advenimiento de los “etíopes orientales”, como llama Heródoto a los egipcios. Esto puede deducirse muy bien de la declaración de Ammanio Marcelino, el cual dice de las Pirámides que: “Hay también pasajes subterráneos y retiros tortuosos, los cuales, se dice, fueron construidos en diferentes lugares por hombres hábiles en los antiguos misterios, por medio de los cuales adivinaban la venida de un diluvio, a fin de que la memoria de todas sus ceremonias sagradas no se perdiese”. Estos hombres, que “adivinaban la venida de los diluvios” no eran egipcios, los cuales no tuvieron jamás ninguno, exceptuando las crecidas periódicas del Nilo. ¿Quiénes eran? Los últimos restos de los atlantes, afirmamos nosotros

 

3.1 De la Cuarta Raza a la Quinta (de los atlantes a los arios primitivos).

De la Cuarta Raza es de donde los arios primitivos adquirieron su conocimiento del “conjunto de cosas maravillosas” [de] el Sabhâ y Mayasabhâ mencionados en el Mahâbhârata, el don de Mayasura a los Pândavas. De ellos aprendieron la aeronáutica, la Vimâna Vidyâ, el “conocimiento de volar en vehículos aéreos” y, por tanto, sus grandes conocimientos de meteorografía y meteorología. De ellos también heredaron los arios su más valiosa ciencia de las virtudes ocultas de las piedras preciosas y otras, de la química, o más bien, la alquimia, la mineralogía, geología, física y astronomía.

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Según se declara en el Buddhismo Esotérico, los egipcios, así como los griegos y los “romanos” de hace algunos miles de años, eran “restos de los ario–atlantes”; los primeros, de los atlantes más antiguos o atlantes Ruta; los últimos mencionados, descendientes de la última raza de la isla cuya repentina desaparición fue referida a Solón por los Iniciados egipcios. La Dinastía humana de los egipcios más antiguos, que principió con Menes, poseía todo el conocimiento de los atlantes, aun cuando ya no había en sus venas sangre atlante. Pero aquéllos habían preservado todos los Anales Arcaicos.

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Pero la historia del pasado no se perdió enteramente nunca, pues los sabios del antiguo Egipto la habían conservado “y así se conserva hasta hoy en otra parte”. Los sacerdotes de Sais dijeron a Solón, según Platón: “No conocéis esa nobilísima y excelente raza de hombres que habitó una vez vuestro país, de quien vos descendéis, así como todos vuestros actuales estados, aunque sólo un pequeño resto de esta gente admirable es la que ahora queda… Estos escritos relatan la fuerza prodigiosa que dominó una vez vuestra ciudad, cuando un potente poder guerrero, precipitándose desde el mar Atlántico, se extendió con furia hostil sobre toda Europa y Asia (Timæus). Los griegos no eran sino los restos empequeñecidos y debilitados de esa nación en un tiempo gloriosa…”.

¿Qué era esta nación? La Doctrina Secreta enseña que fue la última parte de la séptima subraza de los atlantes, que entonces estaba ya englobada en una de las primeras subrazas del tronco Ario, que se había ido extendiendo gradualmente sobre el continente e islas de Europa, tan pronto como éstas principiaron a surgir de los mares. Descendiendo de las altas mesetas del Asia, en donde las dos razas se habían refugiado en los días de la agonía de la Atlántida, se habían ido estableciendo y colonizando las nuevas tierras surgidas. La subraza inmigradora había aumentado y se multiplicó rápidamente en aquel suelo virgen; se había dividido en muchas razas de familia, las cuales a su vez se dividieron en naciones: Egipto y Grecia, los fenicios y los troncos del norte, procedieron así de esta subraza. Miles de años después, otras razas (restos de los atlantes), “amarillas y rojas, morenas y negras”, principiaron a invadir el nuevo continente. Hubo guerras en que los recién llegados fueron vencidos, y huyeron, unos al África, otros a países remotos.

 

3.     Pérdida de espiritualidad; nacimiento de la hechicería.

De este modo fue como los primeros atlantes, nacidos en el Continente Lemur, se separaron desde sus primeras tribus en buenos y en malos; en los que adoraban al Espíritu invisible de la Naturaleza, cuyo rayo siente el hombre dentro de sí mismo, o Panteístas, y en los que rendían un culto fanático a los Espíritus de la Tierra, los Poderes antropomórficos, Cósmicos y tenebrosos, con quienes se aliaron. Éstos fueron los primeros Gibborim, los “hombres poderosos… famosos” en aquellos días” (Gen. VI), que en la Quinta Raza son los Kabirim, Kabiri, para los egipcios y fenicios; Titanes, para los griegos, y Râkshasas y Daityas para las razas indias.

 

c) Éste es el principio de un culto, el cual estaba condenado a degenerar, edades después, en falicismo y culto sexual. Principió por el culto del cuerpo humano –ese “milagro de milagros”, como lo llama un autor inglés– y terminó por el de sus sexos respectivos. Los que tal culto rendían, eran gigantes de estatura; pero no gigantes en conocimientos y sabiduría, aunque ésta venía a ellos más fácilmente que a los hombres de nuestros tiempos modernos. Su ciencia era innata en ellos. Los Lemuro–Atlantes no tenían necesidad de descubrir y fijar en su memoria lo que su PRINCIPIO animador sabía en el momento de su encarnación. Sólo el tiempo, y el embotamiento siempre progresivo de la materia de que los Principios se habían revestido, pudieron, el primero, debilitar la memoria de su conocimiento prenatal, y el segundo, entorpecer y hasta extinguir en ellos todo fulgor de lo espiritual y divino. Así, pues, desde el principio cayeron, víctima de sus naturalezas animales, y criaron “monstruos”, esto es, hombres de variedades distintas de ellos.

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… o sea la tradición universal acerca del tercer gran continente que pereció hace unos 850.000 años, un continente habitado por dos razas distintas, distintas físicamente y sobre todo moralmente, ambas en extremo versadas en la sabiduría primitiva y en los secretos de la naturaleza, y mutuamente enemigas en su lucha, durante el curso y progreso de su doble evolución. Pues ¿de dónde provienen hasta las enseñanzas chinas sobre el asunto, si no es más que una “ficción”? ¿No tienen ellos anales de la existencia en un tiempo de una Isla Santa más allá del sol, Tcheoti, más allá de la cual estaban situadas las tierras de los Hombres Inmortales? ¿No creen ellos todavía que los restos de esos hombres inmortales –que sobrevivieron cuando la Isla Santa se convirtió en negra por el pecado y pereció– han encontrado refugio en el gran Desierto de Gobi, en donde residen aún, invisibles para todos y defendidos de toda intrusión por una hueste de Espíritus?

(…)

Esto está explicado en nuestros Comentarios: “Ellos [la sexta subraza de los atlantes] usaban encantos mágicos hasta en contra del Sol”, y al fracasar en su intento, le maldecían. Se atribuía a los brujos de Tesalia el poder de hacer descender a la Luna, según nos lo asegura la historia griega. Los atlantes de los últimos tiempos eran famosos por sus poderes mágicos y su perversidad, por su ambición y su desprecio de los dioses. De aquí las mismas tradiciones que tomaron forma en la Biblia acerca de los gigantes antediluvianos y la Torre de Babel, y que se encuentran también en el Libro de Enoch.