21 abril 2025

Los Mahatmas Teosóficos, por H.P.B.

Lago Gokyo, Nepal
Por © Vyacheslav Argenberg / http://www.vascoplanet.com/, CC BY 4.0, https://commons.wikimedia.org

 Artículo publicado originalmente en inglés (“The Theosophical Mahatmas”) en la revista The Path, vol. I, diciembre de 1886, número 9. La traducción al castellano se basa en la aparecida en la revista Zanoni, marzo de 1922 -época II, número 3-.

 

"CON profunda pena, aunque no con sorpresa, pues hace años que estoy preparada para semejantes declaraciones, he leído en el Occult Word de Rochester, publicado por Mrs. I. Claver, Presidenta de la Sociedad Teosófica de aquel punto, un artículo, escrito por ella y por Mr. W. T. Brown. El repentino cambio de sentimiento es quizás natural en una señora que jamás ha tenido las oportunidades de que ha gozado Mr. Brown; así es que, cuando dice que después de «un gran deseo de ser puestos en comunicación con los Mahatmas Teosóficos, hemos llegado a la conclusión de que es inútil dirigir los ojos psíquicos hacia los Himalayas», pone de manifiesto un sentimiento de que indudablemente participan muchos teosofistas.

 Si las quejas son justificadas, y si es a los Mahatmas o a los teosofistas a quienes debe dirigirse el cargo, es cuestión que está por resolver. Pendiente durante algunos años, tiene que decidirse ahora, puesto que los dos querellantes declaran, bajo su firma, que nosotros (ellos) no necesitamos correr tras de Místicos Orientales que declaran su incapacidad para ayudarnos. Esta última frase debe examinarse seriamente, y yo reclamo el privilegio de hacer algunas observaciones sobre ella.

 Comienzo declarando que el tono de todo el artículo es el de un verdadero manifiesto. Sintetizado y expurgado de su exuberancia de expresiones bíblicas, llega a esta declaración retumbante: «Hemos llamado a su puerta, y no nos han contestado; les hemos pedido pan, y nos han negado hasta una piedra». La acusación es muy seria; pero ni es justa ni veraz, y esto es lo que me propongo demostrar.

 Como yo fui la primera que hizo pública en los Estados Unidos la existencia de nuestros Maestros, y declaré los nombres santos de dos miembros de una fraternidad, hasta entonces desconocida tanto en Europa como en América (salvo para algunos místicos e Iniciados), nombres venerados, sin embargo, en todo el Oriente, y especialmente en la India; cuya publicidad fue causa de la especulación vulgar y la curiosidad se sobrexcitasen, dando por resultado final el que el público los negase, creo que es deber mío recusar la aptitud del último para explicar la situación de las cosas, pues me considero como la principal culpable. Con esto podrá hacerse quizás bien a algunos e interesar a otros.

 Y no se crea que me presento como campeona o defensora de aquellos que con toda seguridad no necesitan de defensa alguna. Lo que me propongo es presentar hechos sencillos para que se juzgue la situación por sus propios méritos A las terminantes afirmaciones de nuestros hermanos y hermanas, de que han estado «viviendo de cortezas», y andando a caza de dioses extranjeros, sin que les fuera concedida la admisión, yo preguntaría a mi vez y bien claramente: ¿Estáis seguros de haber llamado a la puerta que debíais? ¿Estáis seguros de no haberos extraviado en vuestro camino, «deteniéndoos con frecuencia, durante vuestra jornada, en puertas extrañas, tras de las cuales están en acecho los más fieros enemigos de aquellos a quienes andáis buscando?». Nuestros MAESTROS no son «dioses celosos»; son simplemente santos mortales, más elevados, sin embargo, moral, intelectual y espiritualmente, que nadie en este mundo. Pero por santos que sean y por adelantados que estén en la ciencia de los Misterios, son hombres todavía y miembros de una Fraternidad, a cuyas leyes y reglas, sancionadas por el tiempo, son los primeros en mostrarse obedientes. Una de las primeras reglas exige que los que comienzan su jornada hacia Oriente, como candidatos a la notoriedad y favores de los guardianes de los Misterios, marchen por el camino recto, sin entretenerse en las encrucijadas y sendas transversales, para no unirse a otros Maestros, Profesores de la Ciencia de la Izquierda; se exige asimismo que se tenga confianza y que se den muestras de fidelidad y de paciencia, amén de otras varias condiciones. Si se falta a todo esto desde el principio hasta el fin, ¿qué derecho tiene ningún hombre para quejarse de que los Maestros no le ayuden? Ciertamente «Los Guardianes del umbral están dentro».

Desde el momento en que un teosofista quiere convertirse en candidato, ya para el chelado (1), ya para la obtención de favores, debe tener en cuenta el pacto mutuo, tácita y formalmente estipulado entre ambas partes; y tal pacto es sagrado. Es un compromiso de siete años de prueba. Si durante este tiempo, no obstante las muchas faltas y equivocaciones del candidato (salvo dos que no es necesario especificar aquí) permanece ante cada tentación fiel al Maestro escogido o a los Maestros en general (en el caso de los candidatos laicos), y fiel también a la Sociedad fundada conforme a sus deseos y a sus órdenes, entonces el teosofista será iniciado, y se le permitirá en adelante comunicarse con su gurú sin reservas; y todas sus faltas, salvo las indicadas, pueden ser pasadas por alto pues corresponden a su Karma futuro, y por de pronto pueden dejarse a la discreción y juicio del Maestro. Él sólo tiene el poder de juzgar si durante aquellos largos años, a pesar de sus errores y pecados, deberá ser favorecido el chela con la comunicación de su gurú. Esto último, completamente enterado de las causas y motivos que han conducido al candidato a pecados de omisión y de comisión, es el único que puede juzgar la conveniencia de animarle o dejarle de animar; como que él únicamente tiene títulos para decidirlo, viéndose él mismo bajo la ley inexorable de Karma, de la cual nadie, desde el zulú hasta el arcángel más elevado puede escapar, y además, porque él tiene que asumir la gran responsabilidad de las causas creadas por él mismo.

 Así es que, la condición principal y la única indispensable que se exige al candidato o chela en el período de prueba es simplemente la fidelidad absoluta al Maestro escogido y a sus propósitos. Esto es una condición sine qua non. No por razón, como he dicho ya, de un sentimiento de celos, sino sencillamente porque, «rota la relación magnética existente entre los dos, el restablecerla representa una dificultad doble»; y no es justo ni propio que los Maestros empleen sus poderes en provecho de aquellos, cuya conducta futura y deserción final pronostican ellos con frecuencia de un modo bien claro. Y, sin embargo, ¡cuántos son los que, esperando lo que yo llamaría «favores anticipados», al considerar chasqueados, en vez de repetir humildemente mea culpa, acusan a los Maestros de egoísmo y de injusticia! ¡Acaso quebranten deliberadamente diez veces por año el lazo de conexión, y no obstante, esperan cada vez que se restablezca según las antiguas líneas!

Conozco yo a un teosofista, a quien no nombraré, si bien espero que se reconozca a sí mismo, joven, tranquilo, inteligente, místico por naturaleza, que en su mal aconsejado entusiasmo e impaciencia, cambió de Maestros y de ideas una media docena de veces en menos de tres años. Primero, él mismo se ofreció, fue aceptado a prueba y tomó el voto del chelado; cosa de un año después, se le ocurrió casarse, a pesar de que había tenido varias pruebas de la presencia corpóreas de su Maestro, y le habían sido concedidos varios favores. Habiendo fracasado sus proyectos de matrimonio, buscó «Maestros» bajo otros climas, y se convirtió en un Rosacruz entusiasta; después volvió a la Teosofía como un místico cristiano; luego, trató de nuevo de endulzar sus austeridades con una mujer; abandonó más tarde la idea, y se hizo espiritista; y habiendo vuelto a pedir que se le aceptase de nuevo como chela» (tengo yo su carta), a lo cual su Maestro permaneció silencioso, renunció a él por completo, para buscar, según sus propias palabras, a su «antiguo Maestro Esenio, y hacer experiencia con los espíritus en su nombre».

 La hábil y respetada editora del Ocult Word y su secretario, tienen razón; han escogido el verdadero camino, en el cual, con una pequeñísima dosis de fe ciega, pueden estar seguros de no encontrar decepciones ni disgustos, «Es muy agradable para algunos de nosotros» -dicen- «responder al llamamiento del Hombre de Tristezai, que no rechaza a nadie por indigno o porque no haya atesorado cierta porción de mérito personal». ¿Cómo lo saben ellos? A menos de que acepten el dogma cínicamente horrible y pernicioso de la Iglesia protestante, que enseña el perdón del más negro de los crímenes, con tal que el criminal crea sinceramente que la sangre de su «Redentor» le ha salvado en su última hora. ¿Qué es esto más que fe ciega antifilosófica? El emocionalismo no es la filosofía, y Buddha consagró precisamente su larga vida de sacrificio para arrancar de los hombres aquella superstición generadora de mal. ¿Por qué hablar de Budda, pues, al mismo tiempo? La doctrina de la salvación por el mérito personal y el olvido de sí mismo, es la piedra angular de la doctrina de Buddha. Los dos referidos escritores pueden haber ido, y es muy probable que hayan ido a «casa de dioses extranjeros»: pero no eran éstos nuestros MAESTROS.

 Dicen: «Le han negado tres veces», y proponen «con los pies ensangrentados y espíritu humillado, pedir que Jesús nos tome (a ellos) una vez más bajo sus alas», etc. El «Maestro Nazareno es seguro que les complacerá. Sin embargo, tendrán que vivir de cortezas y fe ciega». Pero en esto ellos son los mejores jueces, y nadie tiene derecho a inmiscuirse en sus creencias privadas. Quiera el cielo que en su resentimiento, no se conviertan un día en nuestros peores enemigos.

 Después de todo -y esto va dirigido a aquellos teosofistas que se hayan disgustados con la Sociedad en general- nadie les ha hecho jamás promesas imprudentes, y menos aún ni la Sociedad ni sus fundadores, han ofrecido a los «Maestros» como premio a los que mejor se conduzcan. Durante algunos años, se ha dicho a cada uno de los nuevos miembros que nada se le prometía, sino que todo tenía que esperarlo de su propio mérito personal. Al teosofista se le deja libre y árbitro de sus acciones. Siempre que se encuentre disgustado aha tentanda via, etc.; no existe el menor inconveniente en buscar por otro lado, a menos que uno mismo se haya ofrecido y se haya decidido a conquistar los favores de los Maestros.

A los de esta última clase me dirijo ahora y les pregunto: ¿Habéis cumplido vuestras obligaciones y compromisos? Vosotros, que quisierais echar toda la culpa sobre la Sociedad y los Maestros (que son la encarnación de la caridad, de la tolerancia, de la justicia y del amor universal), ¿habéis «llevado la vida» requerida y cumplido las condiciones que se exigen al que quiere convertir se en candidato? Aquel que en su corazón y en su conciencia sienta que así lo ha hecho; aquel que esté seguro de no haber faltado seriamente, de no haber dudado jamás de la sabiduría de su maestro, de no haber buscado en su impaciencia otro u otros Maestros para hacerse Ocultista con poderes, y de no haber hecho traición nunca a sus deberes teosóficos, ni aun en pensamiento, que se levante y proteste. Sin el menor temor puede hacerlo; no existe para ello castigo alguno, y no recibirá ni siquiera una censura, y menos aún el ser excluido de la Sociedad, que es la más amplia, la más liberal en sus opiniones, y la más católica de cuantas se conocen o están por conocer. Pero temo que mi invitación quede sin respuesta. Durante los once años de existencia de la Sociedad Teosófica, de los setenta y dos chelas regulares aceptados a prueba y de los centenares de candidatos laicos, sólo he conocido tres hasta la fecha que no hayan caído, y uno solamente que haya obtenido un éxito completo. Nadie obliga a nadie a hacerse chela; nada se promete, nada, excepto el mutuo compromiso entre el maestro y el que pretende llegar a ser chela. En verdad, en verdad, muchos son los llamados y pocos los escogidos; o más bien, pocos son los que tienen la paciencia necesaria para ir hasta el fin de las dificultades, si es que podemos llamar dificultad a la simple perseverancia y unidad de propósito. ¿Y qué diremos de la Sociedad en general, a excepción de la India? ¿Quién entre los muchos millares de miembros viven la vida? ¿Dirá alguno acaso que porque es vegetariano estricto (los elefantes y las vacas también lo son), o porque es todavía célibe, después de una juventud borrascosa en la dirección opuesta, o porque estudia el Bhagavatd-Gita o la «Filosofía Yoga» desde el principio hasta el fin, es teosofista «según el corazón de los Maestros?». Así como el hábito no hace al monje, así tampoco el pelo largo y una vaguedad poética en la frente, son suficientes para hacer un secuaz fiel de la Sabiduría Divina. Mirad en torno vuestro y contemplad la llamada Fraternidad UNIVERSAL. ¿En qué se ha convertido en Europa y en América, durante estos once años de prueba, la Sociedad fundada para poner remedio a los males escandalosos del cristianismo, para destruir el fanatismo y la intolerancia, la hipocresía y la superstición, y para cultivar el verdadero amor universal, extendiéndolo hasta los animales mismos? En una cosa solamente hemos logrado que se nos considere más que a nuestros hermanos los cristianos, los cuales según la expresión gráfica de Lawrence Oliphant, se matan unos a otros fraternalmente, y se baten como demonios por el amor de Dios; y esta cosa es, que hemos dado al traste con todos los dogmas, y tratamos precisamente en la actualidad de borrar hasta el último vestigio posible de la autoridad dogmática, aunque sea nominal. Pero en los demás sentidos, somos tan malos como ellos. Censuras, calumnias, poca caridad, guerra incesante de mutuos reproches; y todo de naturaleza tal, que el mismo infierno cristiano se consideraría orgulloso de ello. ¡Y suponer que todo esto es culpa de los Maestros! ELLOS no ayudarán a los que prestan auxilios a otros para su salvación y su liberación del egoísmo, por medio de puntapiés y de escándalos. ¡A la verdad, somos nosotros un ejemplo para el mundo, y compañeros propios de los santos ascetas de la Cordillera nevada!

Unas palabras para concluir. Se me dirá: ¿Y quién es usted para encontrarnos culpables a nosotros? ¿Acaso usted, que tiene la pretensión de comunicarse con los Maestros, y de recibir diariamente sus favores, es tan santa, tan sin tacha y tan digna? A lo cual contesto: YO NO LO SOY. Imperfecta y llena de defectos, es mi naturaleza; muchos y garrafales son mis errores, y por esto mi Karma es mucho más pesado que el de cualquier otro teosofista. Lo es, y así debe ser desde el momento en que por tantos años permanezco en primer término, siendo el blanco de mis enemigos, y aun también de mis amigos mismos. Y, sin embargo, acepto la prueba con alegría. ¿Por qué? Porque sé que no obstante mis faltas, tengo extendida sobre mí la protección de mi Maestro. Y si la tengo, la razón es, sencillamente, la siguiente: durante más de treinta y cinco años, aún desde 1851, en que vi un Maestro corporal y personalmente por vez primera, «jamás le he negado una sola vez, ni he dudado de Él», ni siquiera en pensamiento. Jamás han brotado de mis labios censura ni murmuración alguna en contra suya, ni aún siquiera han penetrado por un instante en mi cerebro durante las crisis más penosas. Porque desde el principio sabía yo lo que me esperaba; pues se me dijo lo que jamás he cesado de repetir a los demás; esto es, que tan pronto como se entra en el sendero que conduce al Ashrum de los Maestros, únicos custodios de la Sabiduría y Verdad primitivas, el Karma, en vez de distribuirse por todo el tiempo que dura la vida, cae sobre uno con todo su peso y le aplasta. El que cree en lo que profesa y en su Maestro, permanecerá en pie y saldrá victorioso de la empresa; el que duda, el cobarde que teme no recibir lo que se le debe, y procura evitar la justicia, cae. En manera alguna escapará a Karma; pero perderá aquello por lo que se ha expuesto a sus visitas intempestivas. Por esto es por lo que, habiendo sido destrozada de un modo tan constante y tan cruel por mi Karma, que ha empleado a mis enemigos como armas inconscientes, he permanecido yo en pie. Estaba segura de que el Maestro no permitiría que pereciese, que siempre parecería a la hora oncena, y así lo ha hecho. Tres veces me ha salvado de la muerte; la última vez casi contra mi voluntad, cuando volví de nuevo al mundo frío y malvado por amor a Él, que es quien me ha enseñado todo cuanto sé, y ha hecho de mí lo que soy. Por lo tanto, yo llevo a cabo su obra y deseos, y esto es lo que me ha dado fuerza de león para resistir choques físicos y mentales, de los cuales uno solo habría hecho sucumbir a cualquier teosofista que hubiese dudado de la poderosa protección.

Mi único mérito y la sola causa de mi éxito en la Filosofía Oculta, consisten en mi devoción incondicional a Aquel, que es encarnación del deber mío, y en la creencia en la Sabiduría colectiva de aquella fraternidad de hombres santos, tan grande como misteriosa y real.

 Y ahora voy a repetir las palabras del Paraguru (el MAESTRO de mi Maestro), que éste ha enviado a manera de mensaje a los que desean hacer de la Sociedad un «Club de milagros», en lugar de una Fraternidad de Paz, Amor y Mutuo Auxilio. «Perezcan más bien la Sociedad y sus desgraciados Fundadores»; y yo digo, perezcan sus doce años de trabajos y sus mismas vidas, antes que ver lo que hoy día veo; a teosofistas sobrepujando a los políticos en su deseo de poder y autoridad personales; a teosofistas censurándose y calumniándose unos a otros como podrían hacerlo dos sectas cristianas; y, finalmente, a teosofista rehusando vivir la vida, y criticando después y lanzando reproches a los más grandes y más nobles de los hombres, porque sujetos por sus propias leyes, sabias y venerables, y fundadas en un conocimiento de la Naturaleza humana de millares y millares de años, aquellos Maestros se niegan a inmiscuirse en los asuntos de Karma, y a contestar a todo teosofista que les llama, sin pensar si merece o no respuesta.

 A menos que en nuestras Sociedades americanas y europeas se implanten reformas radicales, temo que dentro de poco sólo quede un centro de Teosofía en el mundo entero, o sea la India, aquel país de mi corazón. Todo mi amor y mis aspiraciones todas, se cifran en mis amados hermanos, los Hijos de la antigua Aryavarta, la patria de mi MAESTRO.

H. P. BLAVATSKY.

 

(1) Chela: un discípulo aceptado por un Maestro".